Marruecos contaba en los años '50 con casi 300.000 ciudadanos judíos. Pero el conflicto israelí-árabe y los llamados a emigrar al recién creado Estado de Israel disminuyeron esa presencia a poco menos de 5.000 en la actualidad.
Entre las ciudades que testimonian esta historia figura Tinghir, o Tinerhir, una localidad de unas decenas de miles de habitantes ubicada en las estribaciones del Alto Atlas, en el corazón del Marruecos bereber.
Unas 400 personas asistieron el domingo pasado en una sala cerca del palmeral y del Melah, el antiguo barrio judío, al preestreno local de «Tinghir-Jerusalén, los ecos del Melah», del director franco-marroquí Kamal Hachkar.
«Mi obra evoca un momento muy particular en el que judíos y musulmanes vivían juntos sobre esta tierra bereber, en los confines del sureste marroquí», explicó a Hachkar al diario «Yediot Aharonot».
Para Hachkar «esta historia le habla a todo el mundo, puesto que desarrolla temáticas universales como el exilio o la pérdida del otro».
El año pasado, la proyección de este documental en el Festival de cine de Tánger desató polémicas y unas 200 personas, en su mayoría islamistas, se manifestaron fustigando un intento de normalización con Israel.
«Algunos me acusaron de trabajar para el Mossad. Pero la mayoría de esa gente nunca vio el documental», se lamentó Hachkar.
Esta vez, en Tinghir, pudo constatarse la emoción y no la controversia en la mirada de los espectadores.
«Entre judíos y musulmanes siempre nos entendimos», afirmó Daud, un artesano centenario. «La religión nos separaba, pero el bien nos unía: la partida de los judíos provocó un vacío y siempre están en nuestra memoria», añadió.
Entre el público había algunos judíos llegados desde el exterior y otros de Casablanca, a unos 500 km al noroeste.
«Para mí, este filme es el símbolo del amor y la fraternidad entre marroquíes, sin distinción», consideró Jauk Elmaleh, un músico de Casablanca, según el periódico.
«Esta historia es y seguirá siendo la nuestra, sea lo que fuere lo que esté en juego y las manipulaciones», afirmó Fanny Mergui. Esta judía marroquí emigró a Israel a los 16 años, pero aseguró que «nací con una Estrella de David y una Media Luna musulmana en la frente. Esta tierra, la llevamos con nosotros para la eternidad».
Para Hachkar fueron necesarios cinco años de idas y venidas entre el sur de Marruecos y Jerusalén para contar a lo grande esta pequeña historia.
En 2011, Nabil Ayuch, otro realizador franco-marroquí, trató el conflicto israelí-palestino partiendo de su propia experiencia, la de un niño hijo de padre musulmán y madre judía tunecina.
En apariencia, nada de esto hubo en la vida de Hachkar, marroquí musulmán y bereber, como millones de otros en el país.
«Supe que había judíos en Marruecos por mi abuelo. Antes creía que todos los marroquíes eran musulmanes. De golpe, esto me abrió el espíritu», comentó.
«De joven me sentía como una rareza, marroquí y francés a la vez, en Normandía, y me identifiqué con esta otra rareza», agregó.
En Marruecos, las autoridades dicen estar orgullosas de esta diversidad y reconocen a los ciudadanos el derecho a ponerles a sus hijos nombres musulmanes, bereberes o judíos.
Pero al mismo tiempo el debate sobre la «normalización con Israel» está en un punto álgido. El año pasado se propusieron dos proyectos de ley para penalizar las estadías en Israel. Uno de ellos finalmente fue retirado.
En alusión a estas gestiones, en cambio, el presidente palestino, Mahmud Abbás, exhortó a los marroquíes a visitar Jerusalén.
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