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Argentina: Investigan vínculo de judaísmo local con dictadura

Daniel Goldman y Hernán Dobry se autodefinen como «testigos de época» al hablar sobre su nuevo libro «Ser judío en los años setenta», subtitulado «Testimonios del horror y la resistencia durante la última dictadura».
    
Los autores coinciden en calificar como «un deber militante» aportar a la reconstrucción de lo sucedido con esta minoría durante la dictadura que hizo desaparecer entre 1.800 y 2.000 integrantes del judaísmo argentino.
    
Su nuevo libro es un título que se  suma a una serie de textos que tienen como objetivo revisar las relaciones y vínculos oficiales, ocasionales o planificados de la dirigencia judía de la época con la dictadura.
    
También analiza el compromiso de los judíos que militaron en  grupos revolucionarios o que, desde la ética de los «profetas de Israel» creyeron que la justicia social se ponía en práctica activa en fábricas y trabajando a favor de los sectores sociales más desprotegidos de aquella sociedad de los años '70.
    
El tema no es nuevo y las críticas a la dirigencia de la comunidad judía tampoco, por permitir que escuelas, sinagogas y clubes continuaran funcionando con aparente normalidad durante la dictadura militar.
    
Recién en plena década del año 2000, miembros de la  dirigencia judía comenzaron a reconocer más explícitamente la  desaparición de algunos de sus integrantes.
    
«Ser judío en los años setenta» completa una saga que contempla libros como «Los judíos bajo el terror», «Zikarón-Memoria. Judíos y militares bajo el terror del Plan Cóndor», «Los rabinos de Malvinas» y «Los judíos y la dictadura: Los desaparecidos, el antisemitismo y la resistencia», que revisan la historia oficial propuesta por los dirigentes judíos en Argentina.
    
«Ser judío en los años setenta» ordena la historia a partir de un relato cronológico que va desgranando, al mismo tiempo, testimonios inéditos para la opinión pública, y revalora la tarea de los rabinos conservadores Marshall Meyer y Roberto Graetz, así como la del periodista Herman Schiller, director del semanario «Nueva Presencia» que se enfrentaron a la dictadura.
    
Meyer y Graetz terminaron yéndose del país aduciendo cansancio moral, y Schiller, retornada la democracia, se vio obligado a cerrar el periódico debido a la falta de apoyo económico para su proyecto, en represalia a sus posiciones anti establishment.
    
A estas deserciones se fueron sumando fuertes críticas de los familiares de desaparecidos y de algunos ex presos políticos que también están reflejadas en el libro sobre la partición comunitaria de la militancia y la forma de ejercer el judaísmo.
    
Goldman y Dobry recogieron diversos testimonios como los aportados por Nora Strajilevich, Alberto Goldberg o Alejandra Naftal, quienes describieron, en primera persona, las torturas y el ensañamiento sufrido en los centros clandestinos de detención.
    
Como parte de la voz oficial, los autores publicaron también una entrevista realizada antes de su fallecimiento al entonces titular de la DAIA, Nehemías Resnizky, quien reconoció que le tocó «actuar en el período más horrible de la historia argentina».
    
Resnizky contó que «durante la dictadura hubo episodios antisemitas gravísimos que fueron interrumpidos: No nos fallaron los reflejos a quienes teníamos la responsabilidad de la conducción de la DAIA».
    
A pesar de ello, los familiares de desaparecidos lo acusan de haber hecho lo necesario para salvar la vida de su hijo y que no actuó del mismo modo con sus hijos.
    
En definitiva, «Ser judío en los años setenta» es un valioso aporte a la narrativa de una comunidad y resulta útil para comprender los procesos de intolerancia y el origen de algunas bases antisemitas en Argentina, en pos de desarmar cualquier tipo de discriminación.

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