El historiador Edgar Feuchtwanger no sólo escribe del pasado de la humanidad. Este hombre vivió frente a uno de los personajes más recordados y odiados de todos los tiempos, Adolf Hitler.
El dictador nazi que acabó con la vida de casi 26 millones de personas, entre ellos judíos, polacos, gitanos, discapacitados y homosexuales fue para Feuchtwanger, el vecino de enfrente.
Con apenas cinco años, Edgar, se asomaba por la ventana para conocer al hombre con bigote que residía en la casa de enfrente. Ese personaje al que todos saludaban con el brazo estirado, el que se subía en un lujoso Mercedes Benz.
El canciller alemán que quiso extinguir a los judíos, identidad de Feuchtwanger que nunca fue descubierta por Hitler, pero que lo obligó a exiliarse en Reino Unido a los 15 años.
Hoy con 90 años y siendo historiador especializado en la vida de Tercer Reich cuenta la historia de todo el tiempo que vivió tan cerca de el hombre que era más bajito que su papá en su libro «Hitler mi vecino. Recuerdos de un niño judío».
«Ahora Hitler parece un monstruo de otro planeta, pero era real; una persona real», asegura Feuchtwanger (Múnich, 1924).
«Una mañana mi madre dijo que ese día no tendríamos mucha leche porque el lechero había tenido que dejar más botellas en casa de Hitler. Fue la primera vez que oí su nombre», recuerda el historiador, quien durante diez años, de 1929 a 1939, vivió frente a la casa del Führer en la Prinzregentenplatz de Múnich.
Edgar era poco más que un crío, sí pero aún recuerda cuando, en 1933, su mirada se cruzó con la de un Hitler recién nombrado canciller. «Justo salía para entrar en su coche y él me miró, benévolo. Había personas que gritaban 'Hail Hitler', pero él simplemente se levantó el sombrero y entró en su coche», relata.
El historiador, hijo del Ludwig Feuchtwanger y sobrino del prestigioso escritor Lion Feuchtwanger, regresa ahora a aquel turbio territorio de la infancia con su libro, una colección de memorias que el escritor francés Bertil Scali se encargó de vestir con ropajes literarios.
Así, entre el relato histórico y el devenir cotidiano, Feuchtwanger recupera a aquel niño que veía desde su ventana el auge del nazismo mientras, en el colegio y pese a sus orígenes judíos, dibujaba esvásticas y garabateaba alabanzas al régimen.
«La profesora estaba eufórica con lo que ocurría, y todo lo que ella decía iba a misa. Supongo que habrá quien se pregunte cómo un niño judío podía haber asimilado todo eso, pero cuando se produce una revolución nada funciona de una manera muy lógica. Y yo quería contar con la aprobación de la profesora», explica.
Era en su casa, la misma desde la que se podía ver a Hitler entrando y saliendo de la suya, donde Edgar encontraba el equilibrio y sus padres trataban de contrarrestar el peso de la propaganda nazi. Sus padres y, sobre todo, su tío Lion, quien después de conseguir que su libro «El judío Süss» batiese a «Mein Kampf» en la lista de los más vendidos, preparaba con la novela «Éxito» un nuevo golpe maestro. «Era una parodia que sacó a Hitler de sus casillas». Por fortuna, añade Feuchtwanger, el Führer nunca descubrió que la familia del autor de tamaña afrenta vivía a un tiro de piedra. «Si Hitler hubiese sabido que vivíamos tan cerca, habríamos sido aniquilados», reconoce.
Antes de exiliarse a Reino Unido, Feuchtwanger aún tuvo tiempo de asomarse a la ventana para ver el revuelo que se organizó durante la Noche de los Cuchillos Largos. «Ese día me despertaron los ruidos que venían de casa de Hitler, donde había muchos hombres entrando y saliendo», recuerda.
Además, le tocó vivir en primera persona la «Noche de los Cristales». «La Gestapo arrestó a mi padre y lo llevó a Dachau. Si hubiesen descubierto que era hermano de Lion, seguro que lo hubiesen matado. Pero no lo descubrieron», explica.
«Después de todo aquello ya no tenía sentido quedarse en Múnich. Me fui de Alemania el 14 de febrero de 1939 y sentí un gran alivio. Sentí que huía de un imperio maligno», recuerda.
Después de tantos años, ni siquiera le duele reconocer que a duras penas se siente alemán. «Me siento completamente desconectado», confiesa.
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