Uno de cada diez jóvenes ultraortodoxos judíos abandona el estricto mundo donde se criaron, un difícil proceso que entraña en la mayoría de los casos cortar lazos familiares y enfrentarse a un nuevo entorno con precarios estudios.
Datos recientes de la Oficina Central de Estadísticas de Israel, a los que se suman reportajes y artículos difundidos por medios locales ponen el foco en una comunidad, también conocida como «haredí» (temerosa de Dios), que según advierten algunos grupos, comienza a resquebrajarse, especialmente entre la juventud.
«Comprobamos que un promedio del 8% de los adultos que a los 15 años se declaraban ultraortodoxos ya no lo son, y cuando se analiza a aquellos entre 18 y 24 años, el dato asciende al 10%», aseguró Moshé Shenfeld, ex ultraortodoxo y fundador de una ONG que ayuda a integrarlos en la nueva realidad.
Representantes de organizaciones de antiguos miembros de esa comunidad estiman que lo que está sucediendo hoy en día es algo que era impensable hace dos décadas y entre las razones apuntan a procesos muy personales en cada individuo y a que cada vez existe mayor conciencia del fenómeno.
«Hace 20 años la idea de dejar la comunidad ultraortodoxa era algo muy raro, la gente apenas había escuchado hablar de algo similar, yo lo comparo con la primera persona en Israel que dijo a su familia que era transexual y que quería efectuar una operación de cambio de sexo», apuntó Shenfeld, que dejó hace 11 años ese mundo.
Presidente de la organización «Salir para Cambiar», que asesora a ex ultraortodoxos y presiona al Gobierno para que cambie sus políticas y les ayude a reincorporarse a una sociedad para la que no están preparados, principalmente educativamente, cree que hoy es «más fácil salir del armario sagrado», imagen que adopta del homónimo donde se guarda la Torá en una sinagoga.
Hoy es más común si van a sus padres y les dicen que quieren dejarlo porque conocen a algún primo o vecino que lo hizo y pueden comprenderlo mejor, aunque sigan sin aceptarlo», explicó.
Cuando un haredí adopta la decisión en la inmensa mayoría de los casos la solución pasa por abandonar la familia, si no es expulsado violentamente de ella, por la imposibilidad de poder vivir en dos mundos, especialmente si finalmente concluye en un ámbito secular.
Algunos expertos no descartan la influencia de las nuevas tecnologías y los teléfonos inteligentes, que se convirtieron en un artículo muy tentador para las nuevas generaciones, con un acceso muy limitado a los medios sociales.
«Hace dos años apenas existían estos artilugios y hoy dispongo de un celular inteligente 'kosher'», dijo Itzjak Pindrus, miembro del Consejo Municipal de Jerusalén de la facción ultraortodoxa ashkenazí Degel Hatorá.
El concejal desestimó que exista una tendencia creciente entre los jóvenes de su comunidad de abandonar la ortodoxia y en contraposición apuntó que hace un siglo el porcentaje de los que dejaban la vida religiosa era del 90% y que aún así los ultraortodoxos sobrevivieron durante dos milenios.
«Nosotros vestimos diferente, nos cubrimos la cabeza con una kipá y llevamos tirabuzones porque seguimos una tradición que nos conecta directamente con la Biblia», explicó en una conferencia en la que aseguró que no se sabe a ciencia cierta el número que vive en el país, que se calcula en unos 700.000 según las cifras maximalistas.
Cifras aparte, los retos que afrontan los que dejan atrás ese mundo son múltiples, tanto desde el punto de vista familiar como social y económico.
Se pierde al Dios en el que se creía, se pierde a la comunidad y en algunos casos a la familia», agregó Shenfeld, y subrayó que la principal carencia es «cómo vivir en un mundo que se desconoce y del que no se aprendido nada, ni inglés, matemáticas o internet».
Avi Tafilinski (39), presidente de la organización Yeshivat Ateret Rosh, que asesora espiritualmente a los que salen del colectivo, indicó que entre las mujeres existe más motivación a dejar la religión puesto que se sienten más discriminadas que los hombres, si bien el proceso es mucho más arduo.
«Lo más interesante es que por primera vez decidimos por nosotros mismos. Hasta ahora el que decidía era el padre, los profesores. Hay personas de 40 años que aún viven como en un colegio», afirmó este rabino que comenzó a hacerse preguntas cuando varios jóvenes le interpelaban, «¿para qué somos haredim?».
Tafilinski aseguró haber pagado por ello «un precio muy alto», al no ver a sus 6 hijos desde que resolvió abandonar la ultraortodoxia hace tres años.
«Pese a todo gané con la decisión. Decidí por mí mismo, estoy vivo y eso es lo que cuenta», añadió.
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