Thijs Verberne, un joven emprendedor holandés de 19 años, llevó los juegos de escape al límite. En un antiguo búnker situado al sur del país, y utilizado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, reprodujo el desván de Ámsterdam donde Ana Frank, la autora del famoso Diario, su familia y cuatro amigos, se escondieron sin éxito durante la ocupación.
En la nueva actividad propuesta, la tragedia se transforma en un pasatiempo que pone a prueba el ingenio de los jugadores: para escapar, deben resolver una serie de acertijos en el plazo de una hora.
«Escape Bunker» es precisamente el nombre de la empresa, que subraya su carácter educativo.
«La guerra es un tema del que la gente, sobre todo los niños, siempre quiere aprender», dijo el propio Verberne, que no entiende la oleada de críticas recibidas. Si sobre la historia de Ana Frank «se hicieron películas, teatro y hasta musicales, ¿por qué no podemos recrear ahora la experiencia del encierro sin ofender a nadie?», preguntó.
La Fundación Ana Frank, gestora de la casa original y hoy uno de los museos más visitados del mundo, lamentó la poca sensibilidad de la iniciativa. «No sólo trivializa el Holocausto. Da la sensación de que la familia de Ana y sus cuatro compañeros no fueron lo bastante listos como para huir».
Las redes sociales se llenaron de recriminaciones y el Ayuntamiento de Valkenswaard, el pueblo de la provincia de Brabante donde se ubica la polémica atracción turística, está revisando los términos del contrato de arrendamiento del lugar.
La presentación de «Escape Bunker Valkenswaard» es similar a otras de su clase a escala internacional. Son salidas recreativas pensadas para reforzar el espíritu de grupo completando rompecabezas, descifrando códigos y otros enigmas hasta dar con la combinación ganadora.
Sin embargo, aquí queda claro que los jugadores (dos o cuatro) no evitan a cualquier policía ficticia. No sólo se reproduce el departamento donde vivieron los Frank, incluida la librería que tapaba el acceso interno al escondite auténtico. El vocabulario utilizado para la propaganda pretende azuzar al jugador a una fuga que supera el entretenimiento.
«La familia de Ana Frank no tuvo más remedio que esconderse; tú tampoco quieres que te encuentren los alemanes, así que también te ocultas», se lee en la presentación de la página web (escape-bunker.nl).
«A pesar del escondite, la amenaza de que los alemanes aparezcan en cualquier momento es constante. Afrontarán varios retos y depende de ustedes que la aventura acabe bien», se agrega.
Para darle mayor énfasis al ejercicio, Verberne, o bien sus colaboradores, que estudiaron la ocupación nazi de Holanda en los libros de historia, nunca mencionan a los nazis en su propaganda. Se habla en todo momento de «los invasores alemanes».
En el mismo edificio se ofrece otra actividad parecida, pero sin aprovechar el tirón histórico del apellido Frank. Ubicada en una especie de catacumba, los jugadores deben vestirse de «miembros de la Resistencia contra los ocupantes alemanes». A partir de mayo, fecha de apertura de esta sección, «intentarán ir un paso por delante de ellos», para evadirse a tiempo.
En ambos casos el precio de «Escape Bunker Valkenswaard» oscila entre los 20 y los 30 euros por persona, en función del tamaño de los grupos.
En la vida real, Ana Frank, sus padres y hermana, y otras cuatro personas, permanecieron dos años encerrados en el cuarto de atrás de una casa a la orilla de los canales de Ámsterdam.
En 1944, y tal vez por culpa de una delación, extremo que no pudo demostrarse, fueron descubiertos. Enviados a los campos de concentración, solo regresó el padre, Otto. Él permitió la publicación del Diario de su hija menor, que los gendarmes nazis dejaron tirado en el suelo.
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