El 27 de enero de 1945 el Ejército Rojo liberó el campo de exterminio de Auschwitz. El año 2002 el Consejo de Europa declaró el 27 de enero como Día Internacional de la Memoria del Holocausto y de la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad.
Dos años más tarde la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el mismo día como Día Internacional de Memoria del Holocausto. Desde entonces, en Europa, en América y en otros muchos lugares se suceden los actos de conmemoración y los votos para que nada semejante vuelva a repetirse jamás con pueblo alguno.
En esta misma fecha, en Europa, se suele conmemorar la matanza de los gitanos - que durante mucho tiempo fue olvidada - los homosexuales, los disidentes y otros colectivos a manos de los nazis. Sin duda, estos crímenes deben recordarse. Sin embargo, hoy quiero evocar a los judíos asesinados por los nazis.
Como ven, no falta respaldo político ni institucional a la memoria de la aniquilación de seis millones de judíos - un millón y medio de niños - a manos de los nazis y sus colaboracionistas.
Políticos, periodistas, intelectuales, profesores y, en general, todos aquellos involucrados en la vida pública recuerdan el sufrimiento y la destrucción de los judíos de Europa.
Sobre nosotros se eleva la sombra de Auschwitz. Cada año recordamos la responsabilidad que la historia nos impone, es decir, en palabras de Emil Fackenheim: no dar a Hitler una victoria póstuma.
Uno debería ser un desalmado para no conmoverse con las fotografías de los muertos con los ojos abiertos, las cámaras de gas o las montañas de pelo y zapatos que los nazis acumularon. Parece inhumano no estremecerse con el silencio de las fosas o los restos de los guetos.
El dolor de los niños - cuyo nombre se repite eternamente en Yad Vashem en la cripta que consagra su memoria - o los llantos de las madres huérfanas de hijo arrancan lágrimas y oraciones.
Miren: aquí ardió la sinagoga de Halle, allí se tiroteó a miles de judíos ucranianos, he aquí la estrella amarilla que indicaba al policía a quién debía detener. Leemos los diarios y las cartas. Escuchamos la música compuesta en Terezin. Imaginamos - si es que es posible - el espantoso destino de los judíos de Salónica y Cracovia.
El listado de las atrocidades sufridas por los judíos sería interminable.
La Historia registra más acontecimientos de los que la memoria alcanza. Los judíos no se dejaron llevar como ovejas al matadero. Trataron de resistir, lucharon y se defendieron frente a aquel horror inconcebible que nadie podía creer.
He aquí una parte de la tragedia de los judíos de Europa que se debe contar, que se debe recordar también y que amplía el recuerdo y sus consecuencias.
Combatieron, por ejemplo, en los ejércitos de Polonia, la URSS y Francia. Hubo partisanos judíos que lucharon en los bosques y las montañas en unidades judías o integrados en otras que hostigaban a los nazis.
La Resistencia francesa, la holandesa, la belga tuvieron judíos en sus filas. Uno de los grandes oficiales del ejército partisano en Yugoslavia fue Mosha Pijade, judío de origen sefardí, pintor, crítico de arte y publicista.
La resistencia en los guetos editó periódicos, mantuvo escuelas, hizo acopio de armas y, cuando tuvo la ocasión, se rebeló contra los nazis con las armas en la mano. Es conocido el caso de la sublevación del Gueto de Varsovia pero hubo otros más como el de Bialystok.
Incluso en los campos de exterminio, los judíos se resistieron a dejarse matar como animales. El 27 de abril de 1944 uno de los grupos forzados a trabajar en las cámaras de gas y los crematorios de Auschwitz se rebeló con piedras y herramientas contra los guardianes SS. Lograron destruir un crematorio. La revuelta fue sofocada pero los nazis necesitaron refuerzos para acabar con esos judíos que no querían dejarse asesinar.
Hubo redes clandestinas que trataron de rescatar judíos y llevarlos a Palestina. Terminada la guerra, el Estado de Israel también lo defendieron muchos que habían sobrevivido a la monstruosidad de los campos y los guetos. El joven Estado nacido a fuerza de resistir y de invocar el Derecho necesitaba todos los brazos, todas las manos, todos los rostros; también los de los supervivientes. Así, Israel nació por la voluntad decidida de oponerse al exterminio y gracias a la memoria. Si olvidamos esto, hurtamos al recuerdo un elemento central de la Historia.
La memoria en la cultura judía se proyecta hacia el futuro y sólo así se dota de pleno sentido. Recordamos para actuar y porque tenemos una obligación con el futuro, con nuestros hijos y nietos, con el mundo.
El Holocausto y su recuerdo en actos simbólicos valiosísimos - el encendido de velas, las visitas a los lugares de memoria, la conmemoración, en suma - es también la evocación de la resistencia, de la voluntad inquebrantable y de la supervivencia.
La responsabilidad de recordar se extiende - también en lo simbólico - a los judíos como sujetos activos de la Historia, de su historia. Ante la atrocidad y el horror, el judío no se rinde ni cierra los ojos. Crea, escribe, lucha, protesta, busca alternativas, trata de decidir mucha veces sin saber - como sabemos hoy - cuál es el destino final que los nazis le han deparado. He aquí una memoria admirable: esta vida que trata de sobreponerse a la muerte, esta voluntad de existir frente a la destrucción y el fuego forma parte también de ella.
La resistencia activa, la acción decidida, el golpe de mano, el mensaje escondido, el testimonio prestado ante quien quiere escucharlo. La voz, la escritura, el recuerdo imborrable y universal de lo que un ser humano puede hacer. Israel representa, también, esto.
Venimos recordando lo que los nazis hicieron a los judíos y debemos seguir haciéndolo. Junto a esto, hemos de recordar - con mayor fuerza hoy que nunca - lo que aquellos judíos hicieron en las horas más oscuras de Europa - en el tiempo de la noche y la niebla - para resistir, para no caer y cómo de algún modo salvaron así la condición humana dándole un ejemplo.
Fuente: The Huffington Post