Durante el inicio de su primera campaña electoral, el entonces senador, Barack Obama, visitó Israel y llegó a la ciudad de Sderot acompañado por el ministro de Defensa israelí, Amir Peretz, residente en dicha localidad y nombrado tres meses antes al cargo en el Gobierno de Ehud Olmert.
El senador de Chicago no escondió su consternación por el hecho que más de un millón de israelíes vivían durante años bajo la sombra de los misiles lanzados por organizaciones terroristas palestinas desde la Franja de Gaza.
Peretz le comentó que su idea era utilizar la avanzada tecnología israelí para poder fabricar un cohete capaz de detectar e interceptar a los entonces misiles «caseros» Qassam de Hamás y aumentar así el poder disuasivo de Israel.
Obama hizo un gesto afirmativo con la cabeza, pero el asunto no pasó de eso. Ser el primer presidente negro de Estados Unidos le producía mucha más ansiedad.
Poco después de la visita se inició la Segunda Guerra de Líbano. Hezbolá lanzó miles de cohetes que ocasionaron la muerte de decenas de israelíes y dejaron enormes daños materiales.
El Informe Winograd, que analizó dicho conflicto, determinó que «la falta de conocimientos en asuntos de Defensa de Amir Peretz y su inexperiencia en dichos aspectos fueron las causas de que fracasara en su misión».
«El ministro de Defensa en el período investigado no pidió ni examinó los proyectos del Ejército, no verificó la preparación de las Fuerzas Armadas ni los planes presentados por el Estado Mayor en los que se fijaron los objetivos (?) de la guerra», aseguró el ex juez de la Corte Suprema, Eliahu Winograd.
Debido a sus vivencias en Sderot, y como consecuencia directa de la lluvia de misiles desde Líbano que durante 33 días paralizó al norte de Israel y mantuvo a más de un millón de ciudadanos en refugios, Peretz, que ya no gozaba de confianza y apoyo popular, decidió modificar el orden de prioridades en materia de seguridad y presentó el llamado proyecto «Cúpula de Hierro».
Peretz debió enfrentarse a toda la cúpula militar israelí, que no quería saber nada de inversiones defensivas, y a la amplia mayoría del Gobierno de Olmert, con Livni y Liberman a la cabeza, que simplemente lo despreciaban. Ante su insistencia - y la de los ciudadanos del sur del país -, Olmert repetía una y otra vez que «Israel debía llegar a un acuerdo en lugar de refugiarse hasta el suicidio».
El ministro de Defensa, apoyado por ingenieros de la industria militar «Rafael», que consideraban legítimo y visionario el emprendimiento, no claudicó, viajó a EE.UU y solicitó la ayuda de Obama y la intervención del Pentágono. Éstos se comprometieron a crear inmediatamente una comisión de expertos para analizarlo. Fue entonces que, ante el asombro general, Peretz anunció que «Rafael», por medio de sus presupuestos, iba a desarrollar un nuevo escudo antimisiles.
Amir Peretz ya no era miembro del Gobierno israelí cuando en mayo de 2010, en plena crisis económica, Obama pidió al Congreso 205 millones de dólares - un tercio del costo del proyecto - para ayudar a Israel a crear la «Cúpula de Hierro». La petición fue aprobada. Unos meses después, el secretario de Defensa de EE.UU, Leon Panetta aportó 75 millones de dólares más.
«Cúpula de Hierro» nació a principios de 2011. Su primer éxito en combate fue ese mismo año cuando consiguió derribar un misil lanzado desde Gaza hacia la ciudad de Beer Sheva. En un principio, el promedio de intercepciones era del 2%. En la operación actual alcanza ya más del 80%.
Esta semana volvimos a comprobar que la suerte, generalmente, tiene nombre y apellido.
El primer ministro de Francia, Georges Clemenceau, dijo una vez que la guerra es un asunto demasiado serio como para dejarlo únicamente en manos de generales.