Desde el asesinato de Itzjak Rabín ya no existe un único sistema de valores que defina e incluya a todos los israelíes que se consideran a si mismos como tales. El concepto de un conjunto israelí total también fue asesinado hace 15 años.
Las figuras públicas que formaron parte de aquel sistema de incitación que condujo al magnicidio se convirtieron repentinamente en rabinistas a destiempo. Junto a ellos estuvieron los representantes del Partido Laborista, quienes dicen ocupar su lugar y traicionan a su legado diariamente, dando un sello de aprobación a los que deberían haber sido desacreditados durante generaciones.
No es extraño que el comité de organización para la celebración del aniversario haya reconocido serias incertidumbres acerca del camino a seguir. Muy poco se ha invertido este año en pensamiento, en mirar atrás y reflexionar sobre lo que ha sido destruido realmente.
Las tres balas liquidaron, entre otras cosas, aquella cultura israelí del disenso. Hasta esa noche, funcionaba un oculto supuesto operativo: Aquí, uno puede decir cualquier cosa, porque el todo es más fuerte y más unido que la suma de sus partes. Habíamos asumido que la gran tradición judía - que hizo del disenso el valor más alto para el bien público y temió la destrucción a causa de la guerra civil - era capaz de contenerlo todo: Altalena, el desmantelamiento del Palmaj, el DDT, el corte de las peyot y las indemnizaciones por parte de Alemania.
Los epítetos lanzados por los izquierdistas a Menajem Begin y sus socios, y las acusaciones hechas por Begin y los miembros del Likud en contra de David Ben Gurión y sus seguidores, indudablemente constituirían hoy motivo de quejas y demandas. Además, algunas de las mutuas caracterizaciones usadas por la gente de Shimón Peres y por los partidarios de Itzjak Rabín, de haber sido expresadas ahora, valdrían como incitación o al menos serían rechazadas como políticamente incorrectas.
En comparación con aquellos días febriles, el discurso público de hoy en día resulta frío, castrado y no tolera más ese lenguaje. Ya no se aguantan las afirmaciones extremas. En la actualidad, muchos prefieren reunirse en torno a un incontrovertible punto de convergencia. “Cualquier cosa menos el asesinato” es la idea que se ha convertido en común denominador pero sin un contenido real.
En cualquier caso, toda discusión ideológica difícil pero sustantiva queda excluida de este acuerdo vacío. A fin de cuentas, la noche del 4 de noviembre de 1995, el conjunto democrático que incluía tanto a los que están de acuerdo como a los que no lo están, tanto al oficialismo como a la oposición, al establishment y a sus alternativas, todo eso se rompió.
Al dejar de existir ese conjunto que incluía a todos y era compartido por todos, incluso si resultaba difícil y desagradable, cada parte siguió su propio camino y se recluyó en sí misma.
Los primeros en partir fueron los últimos en unirse. El gobierno de Rabín fue el primero en establecer como objetivo la integración de los palestinos israelíes, en tanto iguales, dentro del conjunto total. Pero fueron expulsados de la atmósfera "judío-democrática-nacionalista" que se ha apoderado de nuestras vidas para finalmente terminar uniéndose a los ultra-ortodoxos en los guetos de sus propias vidas.
Israel, sobre todo su parte judía - aunque los mismos signos son también evidentes en la sociedad árabe - se ha dividido desde entonces en cuatro grupos básicos, cada uno con una diferente idea central y definitoria.
El primero pone a Dios y las sagradas escrituras en el centro mismo de su existencia. ¡No puede haber otra cosa más que Él! Esto se ve confirmado por el caso del Tribunal Superior de Justicia acerca de la segregación escolar en Emmanuel y por Ra'ad Salah, jefe del Movimiento Islámico, y su rechazo de ciertas órdenes, apoyándose en las leyes de la Torá.
El segundo hace de la tierra el centro de su existencia. Este es un “israelismo” de tipo territorial. En la perspectiva de este grupo, el valor de la santidad de la tierra desborda ampliamente cualquier otro valor humano, cultural o nacional. A cambio de ello, está dispuesto a renunciar a la idea misma de la soberanía israelí, mientras pueda adherirse a su tierra sagrada. Biladi, Biladi (Mi patria, mi patria) en dos idiomas.
El tercero incluye a todos aquellos para quienes el Estado es el valor supremo. Ellos matan y mueren por él, y es aún más importante que cualquier otro ideal. Ellos también pertenecen a aquellos que otorgan al colectivo israelí un foco de identificación de un valor aún más importante que los valores, los derechos y las libertades de los propios individuos, de los ciudadanos que conforman nuestra sociedad.
El cuarto es el único que pone al ciudadano y al ser humano en el centro, y está completamente comprometido con la democracia y los principios de igualdad y libertad para todos, sin distinción entre judíos y árabes.
Desde entonces, ya no existe un único sistema de valores que defina e incluya a todos los israelíes que se consideran a si mismos como tales. El concepto de un conjunto israelí total fue asesinado hace 15 años.
Según parece, Rabín fue el último israelí total. No puedo decir que me gustaba mientras vivió, pero lo echo de menos ahora, después de su muerte. Él fue quien mejor simbolizó el "israelismo" como debía ser: Lleno de contradicciones, pero total; dividido pero no incomunicado. Desde entonces, las divisiones no han hecho más que crecer y los pocos puentes que había fueron destruidos.
Aquel otrora reino unificado se ha convertido en una endeble coalición de tribus cuyo futuro común no resulta para nada claro.
Fuente: Haaretz - 5.11.10
Traducción: www.argentina.co.il