Israel se enfrenta a Irán en una partida de póquer en la cual Teherán puede exponerse al bluff israelí o arriesgarse a sufrir un ataque militar. Pero, en cualquier caso, Israel estará en una situación crítica de la cual sólo la comunidad internacional podrá rescatarlo imponiendo sanciones.
Si el último informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica sobre Irán, y la avalancha de reportes que dan cuenta de la intención de Israel de atacar, tienen como resultado nuevas sanciones, Israel debe decidir si es suficiente, o si se debe acometer contra las instalaciones nucleares iraníes.
Si, por otra parte, la ONU tiene dificultades para aprobar sanciones adicionales decisivas, debido a la oposición de China y Rusia, Israel habrá de enfrentar un terrible dilema. Si no se decide a atacar a Irán, perderá credibilidad. La comunidad internacional ya no hará caso de sus amenazas vacías. Pero si ataca, argumentando que el mundo se muestra del todo indiferente, terminará convirtiendo el problema iraní en israelí, absolviendo de ese modo a la comunidad internacional de toda necesidad de actuación.
El presidente francés, Nicolás Sarkozy, declaró: "Después de lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, la supervivencia de Israel es esencial, y su creación fue un acto político central del siglo 20. No estamos dispuestos a transigir sobre eso". Esta sola declaración es suficiente para mostrar hasta qué punto Israel logró reducir la amenaza global que representa Irán a una amenaza local. Por cierto, se trata del mismo Sarkozy que en el pasado advirtió que un ataque israelí contra Irán sería "desastroso".
El deliberado parloteo de Israel no sólo logró desviar la atención del temor del programa nuclear iraní hacia la sospecha de una respuesta israelí. También transformó el carácter de la respuesta por parte de Israel, de dilema estratégico en dilema lógico. Ya no se trata de un problema cuyas preguntas clave giran en torno a saber si Israel puede realmente llevar a cabo un ataque militar; si sabe dónde atacar; si puede soportar un contraataque iraní o las consecuencias políticas de su actuación. El interrogante se ha reducido ahora a si es razonable para Israel lanzar un ataque, o si se decidirá a actuar como un país irracional que ni siquiera es capaz de considerar las consecuencias de sus propias acciones.
Dicha disyuntiva pone a Israel en la misma posición que Irán, ya que su alternativa principal tiene que ver también con la racionalidad: ¿Está Teherán dispuesto a sufrir una profunda crisis económica y afrontar la posible pérdida de vidas humanas sólo para mantener su programa nuclear?
Los esfuerzos internacionales para imponer nuevas sanciones - o para ofrecer incentivos destinados a detener el programa - se basan en la suposición de que Irán es un estado sensato que obra de acuerdo a la lógica, y que a la larga, actuará racionalmente. Si, por el contrario, se acepta el punto de vista israelí de que Irán no es un país racional, sino el equivalente estatal de un terrorista suicida, entonces no tiene mucho sentido implementar nuevos castigos, ya que, en todo caso, ninguno de ellos será capaz de persuadir a un lunático de que lo conveniente es cambiar su conducta.
Y es allí donde yace la contradicción de la lógica israelí. Si los rayos y truenos provenientes del gobierno de Netanyahu están destinados a alentar a la comunidad internacional para que imponga más sanciones a fin de prevenir una acción bélica, esto implica que Israel sigue considerando a Irán como un estado racional capaz de cambiar su actitud merced a la presión internacional.
Tal conclusión debería llevar a la implementación de una serie de medidas diplomáticas en lugar de amenazas militares, las cuales forzarían incluso a los adversarios de Irán, incluyendo la mayoría de los estados europeos y árabes, a unirse en contra de una posible operación militar israelí. Y cuando aún los propios amigos de Israel - aquellos que aún le quedan - se oponen a un ataque, entonces incluso aquel cliché de que "todas las opciones, incluida la militar, están a disposición", pierde su valor.
Porque cada vez que Israel presiona por un ataque militar, dicha opción encuentra la firme oposición de un cohesionado frente internacional. De modo que esa amenaza implícita que supuestamente debería disuadir a Irán termina convirtiéndose en un cheuqe sin fondos si Tzáhal no recibe la orden de atacar inmediatamente. Pero, en realidad, Israel no quiere hacer eso; lo único que pretende es amenazar para que la comunidad internacional se despierte. Y ahí está el problema.
Ahora, Israel se enfrenta a Irán en una partida de póquer, en la cual Teherán puede exponerse al bluff israelí o arriesgarse a sufrir un ataque militar. Pero, en cualquier caso, Israel habrá de encontrarse en una situación crítica de la cual solamente la comunidad internacional podrá rescatarlo mediante la imposición de sanciones.
Pero ¿y si no lo hace?
Fuente: Haaretz - 20.11.11
Traducción: www.argentina.co.il