No es raro pasear por los inmensos mercados de Bangkok o Chiang Mai y asombrarse con el llamado Ronald McHitler, un popular híbrido del líder nazi y el payaso de McDonalds, estampado en miles de camisetas y en otros objetos decorativos.
La parafernalia nazi emerge por entre el ejército de souvenirs que se ofrece al público interesado en algunos puestos callejeros. No sólo eso: también hay tiendas de moda, donde compran los veinteañeros más modernos, que venden prendas inspiradas en los símbolos del Tercer Reich.
Los extranjeros - sobre todo europeos y estadounidenses - no pueden esconder el horror o la sorpresa que produce tal descubrimiento. La prensa occidental también se lleva las manos a la cabeza de cuando en cuando.
Hace un año circularon por Internet las fotos de un desfile juvenil en el que, sobre un fondo de esvásticas, en plena calle, todo el mundo iba vestido de «stormtrooper» o con el uniforme negro de las SS. Las instantáneas dieron la vuelta al mundo y dejaron al ciberespacio estupefacto.
El último escándalo lo causó hace algunas semanas una serie de fotos con el citado Ronald McHitler como protagonista.
La pregunta es por qué. Se dice con frecuencia que los horrores del nacional socialismo alemán son relativos, y que Hitler no dejó una cicatriz psicológica en Asia comparable a la que recorre Europa de punta a punta.
También se afirmó que no es un fenómeno exclusivamente asiático: en Europa la imagen de Hitler - antes que en ningún otro lugar del mundo - se usa en camisetas y playeras con el solo propósito de causar consternación entre la ciudadanía respetable. La prueba más evidente es el movimiento punk.
Además de esto, quienes tratan de explicar la cuestión afirman que Occidente inventó la cultura pop, y que la moda nazi no es más que una expresión asiática de la misma: otra broma en un mundo cuyo eje cultural es la ironía.
En Europa, cada verano, se venden miles de camisetas con la hoz y el martillo sobre un fondo rojo, o con el sonriente rostro de Stalin. Mao es también un motivo de alegría pop entre la inconsciente juventud occidental.
Stalin y Mao - al contrario que Hitler - son sinónimos del mal absoluto, y por lo tanto tabúes, en muchos países extraeuropeos.
Por otro lado, los observadores con inclinaciones antropológicas recalcan la antigüedad de la cruz esvástica, un símbolo religioso extendido en Asia desde hace milenios.
Pero esta es una explicación que sólo añade relativismo a una cuestión que ya de por sí es relativa. La juventud tailandesa - y de otros países como Japón, donde el nazismo también es «chic» - desconoce a Hitler, o no piensa en él más que como reliquia estética del pasado.
En Europa es difícil olvidar a Hitler, pero no porque la gente recuerde los horrores de la guerra, sino porque el tema siempre es un «best seller», y seguramente no hay nada sobre lo que se haya escrito más en la historia.
Está claro que los fines de la moda nazi en Tailandia son puramente ornamentales y que están vacíos de contenido ideológico. La esvástica, para muchos jóvenes, es un símbolo de estilo como otro cualquiera.
Finalmente, la prensa suele omitir un dato al escandalizarse: a pesar de que se vendan en los mercados tailandeses a plena luz del día, no es fácil ver a gente vistiendo camisetas del Fürher. Sencillamente es una moda marginal. Tanto es así que sería difícil llamarlo «moda».
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