Krystyna Skarbek (1915-1952) era hija de un conde. Christine Granville, una de las espías de Winston Churchill. La misma persona, nombres distintos. El oficio de espía así lo requería y requiere.
Nació en una familia judía polaca acomodada, sobrevivió a los nazis y murió en manos de un hombre a quien rechazó. Inteligente, bella y valiente, se convirtió en el prototipo de espía de la Segunda Guerra Mundial.
Hija menor del conde Jerzy Skarbek y Stefania Goldfeder, de una familia de banqueros judíos, recibió una educación propia de la clase acomodada, de la que también heredó sus aficiones, el esquí y la hípica.
Nada de intrigas, armas o dobles identidades. Tuvo una vida de alfombra roja hasta la crisis de 1929, que acabó con la fortuna de su padre. Un año después, con la muerte del conde, Krystyna tuvo que empezar a mantenerse.
Con 22 años empezó a trabajar en una concesionaria de Fiat. Un primer empleo que abandonó al diagnosticársele cicatrización pulmonar provocada por el humo de los coches. No podía imaginarlo, pero esa enfermedad le salvaría la vida años después.
Siguiendo el consejo de los médicos, se retiró a la montaña. Entre aire fresco, senderismo y esquí, la joven se convirtió en mujer. Su sonrisa empezó a coleccionar conquistas. El primero en caer fue un empresario con el que pronto aparecieron las discrepancias, el segundo, Jerzy Gizycki, que de muy joven se rebeló a los designios de su padre y emigró a Estados Unidos. Al otro lado del charco se ganó la vida como cowboy y buscador de oro. Un espíritu aventurero que le llevó a viajar por todo el mundo y terminó plasmando en sus novelas.
Krystyna y Jerzy se conocieron casualmente. Ella perdió el control de sus esquís y él evitó que se cayese por un barranco. A fines de 1938 se casaron. Un año después el matrimonio viajó a Etiopía, donde Jerzy fue nombrado Cónsul General de Polonia.
Cuando en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial se trasladaron a Londres y allí, Krystyna Skarbek mostró su disposición a a combatir a los nazis. Su dominio de idiomas - hablaba inglés, francés y alemán - le ayudaron a entrar a formar parte del Servicio Secreto de Inteligencia (SIS) birtánico, donde hacía las veces de enlace entre la resistencia polaca y los aliados.
Pero además de espía, Christine seguía siendo hija. Con Polonia ocupada atravesó las montañas para reunirse con su madre, recluida en Varsovia. Intentó sacarla del país, pero no lo consiguió. La Gestapo la atrapó y asesinó.
Con la muerte de su madre, Christine declaró la guerra, aún más, a los secuaces de Hitler. Organizó grupos de resistencia por toda Francia, no le tembló el pulso para sobornar a militares alemanes y lideró sabotajes y fugas, convirtiéndose en una de las espías más temidas y en la preferida de Winston Churchill.
En 1940 su carrera se catapultó. El primer ministro británico creó el Special Operations Executive (SEO), su ejército secreto. 13.000 agentes al servicio de las potencias del Eje y con Christine entre sus filas. En 1941, con su nombre en la lista negra de la Gestapo, fue capturada.
Nada obtuvieron de ella en el interrogatorio y lo siguiente fue la tortura. Christine consiguió librarse de amputaciones, agua hirviendo, estufas y ácidos mordiéndose la lengua, lo que le hizo empezar a escupir sangre simulando sufrir tuberculosis. Cuando el médico la examinó vio en las radiografías los reflejos de la cicatrización pulmonar de su época en la Fiat. El engaño se consumó. Por la tuberculosis que no era quedó en libertad.
No fue la única vez que esta «femme fatale» utilizó el arte del engaño. En Francia cayeron tres de sus compañeros, sin tiempo para evitar su fusilamiento, Christine se presentó ante el oficial al mando, como espía y sobrina del mariscal Montgomery, y le ofreció un pacto: la liberación inmediata de sus compañeros supondría salvar su vida y la de todos los hombres del cuartel que, de lo contrario, serían ahorcados tan pronto como fuese ocupado el país. Después de doce horas de negociación y, aprovechándose de una Alemania cada vez más débil, logró hacer creer a los soldados nazis que los aliados estaban a punto de alcanzar su posición. Los tres prisioneros fueron liberados y Christine alimentó su leyenda.
Su ingenio la convirtió en una de las espías más exitosas de la Segunda Guerra Mundial. Boicoteó misiones de Polonia, Hungría, Francia y Egipto y acumuló reconocimientos.
Pero los días de gloria terminan para todos. Con el final de la guerra fue abandonada por Polonia e Inglaterra. Convertida en un apátrida sin recursos volvió a los trabajos modestos, dependienta y azafata.
Su trágico final no tardaría en llegar: en 1952 fue apuñalada por un amante despechado en un suburbio de Londres.
Su historia podía haber caído en el olvido. Pero, ya muerta, logró su última conquista: Ian Fleming se inspiró en ella para el personaje de Vesper Lynd en su primera novela de James Bond, «Casino Royal».
Así moría la mujer, la amante y la espía, pero nacía la primera «chica Bond».
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