La realidad que nos rodea se rige por reglas totalmente diferentes que alteran nuestra percepción. Desde el principio mismo, Israel abandonó los códigos de su Declaración de la Independencia con respecto a la completa igualdad de derechos, independientemente de religión, raza o sexo.
Cuando el aparato religioso gana poder autonómico de gobierno, ya no hay límites para su potencial de radicalización mesiánica. El poder lo alienta a tomar consciencia de la “voluntad divina, pura y original”, al tiempo que afirma la elección que Dios hace de sus representantes.
Desde el asesinato de Itzjak Rabín ya no existe un único sistema de valores que defina e incluya a todos los israelíes que se consideran a si mismos como tales. El concepto de un conjunto israelí total también fue asesinado hace 15 años.
La nación israelí es lo más real de lo real, pero ha sido rechazada y negada, y ni siquiera ha sido reconocida formalmente por su Tribunal Supremo. Y cuando no se hace ningún reconocimiento de ella, como queda cada vez más claro, no puede haber democracia ni paz.
Al finalizar el 36° Congreso Sionista en Jerusalén, COSLA y OLEI organizaron en la ciudad de Rishón Letzión la segunda Convención Internacional de Diálogo Israel - América Latina para debatir temas de identidad judía, educación y aliá.
Una enseñanza trascendente de nuestra fiesta de la libertad es que la diversidad y variedad de ideas han sido condiciones esenciales para nuestra supervivencia como pueblo. Nos negamos a ser una secta aislada del mundo y de la evolución de la humanidad.