La empresa SodaStream, que en 2014 estuvo en el epicentro de la campaña palestina para el boicot a Israel, trata de dejar atrás la polémica y hoy bajará el interruptor en la principal línea de producción que tenía en Cisjordania.
«El último día de producción está programado para el 16 de septiembre», confirmó su gerente, Daniel Birnbaum, quien no obstante aseguró que la decisión de trasladar la que era hasta ahora su principal fábrica no está relacionada con asuntos políticos, sino con «intereses económicos».
La empresa experimentó en el último lustro un importante crecimiento a escala global en ventas y beneficios, según su ficha en la bolsa de Nueva York, y requería un centro de operaciones mucho mayor que el tiene en Maalé Adumim.
Sus nuevas instalaciones se encuentran ahora en un parque industrial en el desierto del Negev, junto a la ciudad beduina de Rahat, en un proyecto destinado a crear empleo en una de las zonas más pobres del país.
Allí conviven y trabajan desde comienzos de 2015 cientos de empleados árabes-israelíes (el 77% beduinos), un millar de judíos (47% inmigrantes etíopes y rusos) y 120 palestinos trasladados a diario desde Cisjordania.
«Nuestro proyecto consiste en dar trabajo a gente que de otra manera no lo tendría y nos encanta la idea de tener empleados que supuestamente se deberían odiar unos a otros, pero que aquí trabajan juntos en paz y armonía», afirmó el ejecutivo, durante una visita organizada para un reducido grupo de periodistas.
SodaStream estuvo sometida a un intenso acoso por parte de la campaña internacional de BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) a Israel desde 2010, que se intensificó cuando en 2014 la firma de bebidas contrató a la actriz Scarlett Johansson como imagen comercial, coincidiendo con una caída del 50% en las ventas en EE.UU y el consiguiente desplome de sus acciones en el índice Nasdaq.
Cofundador del BDS, Omar Barghouti atribuye a su grupo el traslado, en lo que considera «una victoria transparente sobre una odiosa firma israelí cómplice de la ocupación».
«Hay otros factores que afectaron al desplome de SodaStream, pero BDS fue uno de los más eficaces y consecuentes», afirmó Barghouti, al recordar que dos grandes cadenas en EE.UU y Reino Unido dejaron de vender sus productos como consecuencia de sus presiones y que el multimillonario George Soros se desprendió de sus acciones en la empresa.
Si la pronunciada bajada de 72 a 22 dólares por acción fue realmente consecuencia del boicot es difícil de saber porque, en términos económicos, la firma experimentó a escala global un más que notorio crecimiento en los cinco años de campaña del BDS.
Para Birnbaum, «en EE.UU, el BDS casi no tiene influencia y justo en los países donde la campaña es más popular - como Francia, Alemania y Suecia - nuestras ventas aumentaron en porcentajes de dos dígitos».
El enfrentamiento llegó al Congreso estadounidense el pasado julio, donde el ejecutivo calificó de «isla de la paz» su proyecto de integración social.
Perteneciente a una corriente de israelíes que creen en la paz económica y social hasta que llegue la «política», el directivo lamentó que «aquí no hay con quien hablar cuando se trata de paz».
«Todos están ocupados con la guerra, pero nosotros demostraremos que podemos vivir juntos», sentenció.
Alí Jafar, palestino de 39 años y padre de cinco hijos que todos los días recorre unos 100 kilómetros hasta llegar a la nueva planta, tampoco ahorró críticas: «¿Qué ganamos con el cierre? Aquí trabajan 1.200 palestinos y ahora estos pobres se quedaron sin trabajo».
Con un amplio apoyo en la sociedad palestina, que es mucho menor en los círculos políticos de la Autoridad Palestina (AP), el BDS contempla y es consciente de este daño, pero considera que es «el precio que hay que pagar por la libertad, justicia e igualdad».
«Tenemos en cuenta el precio de la resistencia y desarrollamos estrategias para hacer el régimen de opresión israelí mucho más costoso para el opresor que para el oprimido», se justificó Barghouti, contra el que hace varios años miles de israelíes presentaron una petición para que fuera expulsado de la Universidad de Tel Aviv, en la que estudiaba.
En esta lucha política la que sin duda salió ganando es la población beduina.
«La nueva ábrica es un apoyo para nuestra comunidad: está cerca de casa y es buena especialmente para las mujeres. Ayuda a Rahat y a todo el sur», sentenció Rania, de 30 años, mientras mide la presión de las válvulas por las que el aparato de SodaStream inyecta las burbujas de gas en el agua.
Un aparato que, lejos de la polémica, sirve de trasfondo a una más que inusual burbuja de convivencia entre personas que se niegan a ser enemigas.
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