Estimados,
Nosotros celebramos Pesaj recordando los milagros que Dios realizó para liberarnos de la esclavitud en Egipto; festejamos en Shavuot la recepción de la Torá. Comparado a estos eventos ¿qué significado pueden tener cabañas techadas con ramas?
¿Qué tiene de maravilloso habitar simples chozas como para justificar que de esa manera sea conmemorada una festividad de ocho días?
Ese es precisamente el punto. Debemos aprender a ser agradecidos por las cosas pequeñas de la vida como así también por los grandes obsequios que recibimos.
Sucot es mencionada como la «festividad de la recolección» y el «tiempo de nuestro regocijo». Nuestra cosecha puede ser abundante o puede ser magra; en cualquier caso, debemos apreciar y agradecer lo que se nos da.
En contraste con nuestros permanentes hogares, la sucá es una frágil cabaña, adecuada sólo para morada temporaria. Puede ser interpretada como un símbolo de nuestro residir en el mundo físico. Darnos cuenta que nuestra existencia terrenal es transitoria.
De las cuatro especies usadas en el ritual de Sucot, el etrog (citrus) tiene gusto y fragancia, el hadás (mirto) tiene fragancia pero no gusto, el lulav (palmera) produce fruto el cual tiene gusto pero no fragancia, y la aravá (rama de sauce) no tiene ni gusto ni fragancia. ¿Qué significa esto?
Frecuentemente valoramos a las personas en virtud de su carácter, conocimiento, riqueza o status social. Es bueno recordar que somos un pueblo. Cuando falta la insípida rama de sauce o cuando el suculento citrus está ausente, algo en nosotros está incompleto.
En cambio, cuando estamos unidos, ligados juntos con lazos de solidaridad y afecto, entonces nos sentimos completos. Si rechazamos a una persona porque no la consideramos suficiente digna, disminuimos nuestro propio valor.
Todos los hijos de Israel somos una inquebrantable unidad. Juntos somos todo; si nos rechazamos el uno al otro, no somos nada.
La sucá es delgada e inconsecuente al permanecer en el abierto universo o, como fue originalmente, estando en medio del desierto que nuestros ancestros cruzaron al salir de Egipto.
Y ahora, como una palmera en una tormenta, esta frágil estructura nos atestigua los cambios de las estaciones: calor, noches frías, vientos, lluvias, rocío. Simboliza tanto la magnificencia como la fragilidad del mundo. Es la paradójica verdad de la naturaleza: el crecimiento puede ocurrir únicamente cuando coexiste con la muerte y el decaimiento.
La sucá nos recuerda que estar vivos es cambiar. Construida para durar sólo una semana, nos ofrece unidad, solidaridad, respeto y paz, pero no la eternidad.
La sucá es también una invitación a compartir. No es una estructura para residir en ella solitariamente. Es un lugar para alegrarse y afirmar la vida, un lugar de reunión, reunión de los frutos del campo, los signos de nuestra gracia, la gente que ha enriquecido nuestras vidas.
La sucá es, además, símbolo de vulnerabilidad. Dentro de ella se mitiga el frío exterior con el calor que da el estar acompañado por otros. A veces, durante la semana de Sucot, las ramas que cubren el techo deben ser repuestas y los pilares que la sostienen tienen que ser reforzados. Lo mismo sucede con nuestras relaciones; las circunstancias cambian y nos vemos confrontados con los recuerdos de nuestra propia fragilidad.
Sucot, una fiesta que nos recuerda nuestra unidad, fragilidad y efimeridad, puede ser un tiempo adecuado para hacernos de valor y abordar esos temas. Es importante hacerlo justamente cuando nos encontramos en momentos de alegría y celebración, cuando hay tiempo.
¡Buena Semana y Jag Sameaj!