Durante años fueron bonzos o monjes budistas tibetanos quienes tenían la costumbre de inmolarse en público prendiéndose fuego en posición meditativa. Luego los imitaron sus homólogos de Tailandia o Birmania. Ahora son los israelíes de a pie, que no pueden soportar la mala fortuna y las presiones de una economía dura, los que se arrojan en brazos de la desesperación.
Los casos no son semejantes. Los budistas lo hacían por razones más injustas que las crematísticas. Eran ciudadanos de tercera en países ocupados o regidos por tiranías despiadadas.
Lo triste es que Israel pierde, de este modo, puntos antes sus propios ojos. Puede desmoralizarse en momentos cruciales para su seguridad y existencia, con un país ardiendo hacia el norte y otro en manos de los islamistas - aún no se sabe hasta qué grado - en el sur.
Tan grave es este tema de las inmolaciones, y por lo visto tan contagioso, que, pillado por sorpresa, el Ejecutivo de Bibi Netanyahu no sabe cómo reaccionar para apagar esas antorchas humanas.
Lo que sucede es el reflujo de las protestas de los «indignados», un grupo cuya revolución no termina de materializarse; nostálgicos del estado nodriza y protector que no sólo está pasado de moda sino que es, en parte, el causante de muchos de nuestros males.
Por lo tanto, ¿cómo poner coto a estos cruentos e inútiles sacrificios? ¿qué debe y puede hacer un gobierno cuando algunos miles de sus ciudadanos están en la lona, noqueados por las circunstancias?
Este es el momento en que los más afamados economistas del país deberían presionar a su cúpula dirigente para poner remedio a la ardiente floración de inmolados, revisando contratos laborales, disminuyendo impuestos y amparando a las familias más desprotegidas.
Una labor ímproba, una tarea hercúlea para un diminuto país que en otro orden de cosas está entre los más punteros del mundo; cabe preguntarse para qué.
El objetivo de una civilización, leemos en el Talmud, es la protección de los ancianos, el cuidado de la viuda y el húerfano según manda la Biblia.
De manera que si no hay tzedaká no puede haber tzedek.
Fuente: diariojudío.com
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