La concesión del Premio Nóbel de la Paz al presidente de EE.UU, Barack Obama, resulta del todo sorprendente porque el galardonado lleva menos de un año en la Casa Blanca, no ha pasado de enunciar un conjunto de buenas intenciones salpicadas de realismo politico.
Obama tiene que gestionar dos crisis internacionales en las que hablar de misión de paz no pasa de ser un eufemismo: Irak y Afganistán. La satisfacción del establishment internacional no es más que una reacción gremial, políticamente correcta, que soslaya el análisis de los temas pendientes que el presidente tiene sobre la mesa.
Pero es imposible pasar por alto el hecho de que más allá de la corriente de esperanza - un concepto vaporoso - generada por Obama, todo está por hacer en el inicio de su presidencia, como no puede ser de otra manera.
Nadie debe negar a Obama el mérito de haber trabajado deprisa para restaurar el prestigio internacional de Estados Unidos, el aprecio de los aliados y el respeto por el derecho internacional.
Del mandatario americano salieron varias iniciativas destinadas a garantizar los derechos humanos. La vuelta al multilateralismo es una buena noticia para todo el planeta y la voluntad de reducir los arsenales nucleares ha de traducirse en un aumento de la seguridad internacional. Todo lo dicho se resume en un gran proyecto de cambio, pero no en algo concreto y tangible.
Desde luego, dice mucho en favor del personaje la sorpresa aparentemente no fingida que la concesión del premio le ha producido. Seguramente él más que nadie sabe que el camino que le queda por recorrer hasta ofrecer resultados no será de rosas, y no siempre podrá comportarse con el idealismo desprendido que equivocadamente se suele asociar a todos los distinguidos con el Nóbel de la Paz.
Antes al contrario, serán muchas las ocasiones en las que se verá en la necesidad ineludible de defraudar a sus admiradores y plegarse a la realidad. También por esa razón, la concesión del Nóbel se antoja precipitada.
Puede que, finalmente, el desastroso mandato de George W. Bush tenga tanto que ver con la distinción otorgada a Obama como los méritos contraídos por este. Fueron tantas las frustraciones, los errores y los engaños del anterior presidente, la mediocridad de sus ideas, que su sucesor ha tenido suficiente con cultivar las virtudes del sentido común y del buen juicio para seducir a todo el mundo, incluidos los miembros del comité del Nóbel.