Es muy fácil predecir el pasado; por eso no es raro que todo tipo de expertos en países árabes vaticinen ahora con gran éxito lo ocurrido hace un mes. Incluso hay peritos que logran presagiar lo que aconteció hace dos semanas o dos días. Retrospectivamente, todos los profetas del pasado saben enumerar todas las señales que anunciaban la revuelta en Egipto, y que por algún motivo no las vieron hasta ahora.
Sin embrago, todos esos expertos que logran pronosticar los acontecimientos de hace dos semanas atrás, no saben decir qué pasará dentro de una semana, y ni que hablar dentro de un mes o un año.
En el meollo de toda tormenta dramática se produce una interferencia que minimiza la visibilidad al mínimo, y en una situación en la que las personas no ven a un metro y todos rastrean los caminos como ciegos, cada uno tiende a aferrarse con más determinación y desesperación a las ideas que tenía antes de la tempestad.
Si no puedo ver lo que tengo delante, por lo menos me queda claro cuales fueron mis opiniones anteriores. Y nadie podrá negármelas mientras las sostenga como un ahogado que se aferra a una paja.
A la pregunta hacia dónde exactamente conduce todo ésto se podrá vaticinar sólo dentro de unos cuantos meses o años cuando los resultados sean patrimonio del pasado.
Esta característica de las criaturas de aferrarse y además fortalecer sus opiniones en momentos de crisis se expresa vehemente en estos días. Personas con opiniones conservadoras que tienden a ver peligros existenciales en todo cambio, atiborran los medios de comunicación con graves advertencias sobre los resultados de las manifestaciones en el mundo árabe.
Ellos advierten a Occidente y a EE.UU acerca de la euforia y la creencia de que podría surgir una democracia instantánea en el mundo árabe. Hay incluso quienes se lamentan por la caída de los déspotas que mantenían el viejo régimen durante decenas de años. Por apego a sus ideas, estos conservadores consideran que la revolución será raptada por nuevos dictadores que cambiarán a los viejos.
Al ser alérgicos a todo tipo de cambios, estos conservadores pronostican que los nuevos opresores serán islamistas radicales peores que los tiranos depuestos y a destronar en esta ola actual de levantamientos. Desde su punto de vista, lo que fue es lo que será, sólo que peor.
Por el contrario, personas con ideas anti-conservadoras se apresuran a ver grandes esperanzas en cada rebelión y en cada revolución. Ellos saturan a los medios describiendo primaveras florecientes, nuevos amaneceres para la humanidad y la materialización cercana de sueños de libertad, igualdad y democracias galopantes. Estos entusiastas nos prometen que el pueblo insurrecto no permitirá que ningún nuevo dictador se adueñe de la revolución, y que lo que fue nunca volverá a ser.
Según ellos, los pueblos que lograron su libertad movilizarán todas sus fuerzas en la lucha contra la desocupación, la indigencia y los fracasos, y no desperdiciarán sus nimios recursos en guerras contra aparentes enemigos. Ellos ya nos prometen que las nuevas democracias que surjan en Oriente Medio también traerán probabilidades de paz total en este valle de lágrimas.
Todas son puras cavilaciones. Puede decirse quizás una cosa: Decenas de años de dictadura y opresión de disidentes originaron y configuraron una generación que desconoce el temor. Y cuando centenares de miles de personas que no conocen el miedo comienzan a marchar, es imposible detenerlos; no con fuego de ametralladoras, no con tanques y tampoco con misiles desde helicópteros como se puede ver en Libia.
Pero a la pregunta hacia dónde exactamente conduce esta marcha, se podría pronosticar sólo dentro de unos meses o años cuando los resultados sean parte del pasado.
Fuente: Israel Hayom - 6.3.11
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il