Tras ser demolido y reconstruido más de 30 veces en los últimos dos años, el poblado beduino en Israel de Al-Arakib, cuya existencia el Estado no reconoce oficialmente, teme ahora más a los árboles que a las excavadoras.
Ni la inhóspita aldea, ubicada al noreste de Beer Sheva (en el sur del país), ni el polvoriento camino de gravilla que la conecta con la carretera están señalizados o aparecen en los mapas porque, sobre el papel, Al-Arakib no existe.
Su caso no diferiría del de los otros 45 poblados no reconocidos, en los que reside la mitad de los 180.000 beduinos del desierto del Negev, si no fuera por la «guerra de desgaste» que sus vecinos y las autoridades israelíes libran desde julio de 2010. Al-Arakib fue destruido 35 veces (la última la semana pasada) y parcial o totalmente reconstruido otras tantas por los beduinos, con la ayuda de activistas israelíes e internacionales.
Como si fuera una broma macabra, la treintena de familias que quedan (decenas desistieron en el camino) instalaron sus carpas en el cementerio para evitar que se conviertan en escombros.
Un anciano despliega documentos de la época otomana para mostrar que la aldea existía décadas antes de que el Estado de Israel naciese y la confiscase por «necesidades de seguridad» y promoviese la colonización judía del Negev.
Una comisión propuso en 2008 la legalización de muchos poblados no reconocidos, pero el año pasado el Gobierno de Netanyahu aprobó una aplicación sui generis del plan con el realojo incentivado de más de 30.000 beduinos.
Pero ahora, en Al Arakib, la preocupación no se centra en bulldozers o documentos de las altas esferas políticas, sino en unos troncos de árbol, de apenas medio metro y casi sin brotes, plantados este mes en torno al poblado por el Keren Kayemet LeIsrael - Fondo Nacional Judío -, la organización sionista creada en 1901 para comprar tierras para judíos en la entonces Palestina bajo el Imperio Otomano.
La Administración de Tierras de Israel, el organismo gubernamental detrás del plantado, admitió que la estrategia consiste «en forestar las regiones problemáticas, en las que se instalan con frecuencia viviendas ilegales».
«Decidimos dejar de luchar contra este fenómeno con maquinaria pesada y excavadoras. En otras palabras, prevenir demoliciones plantando árboles, lo que beneficia al medio ambiente y ahorra al país decenas de miles de shekels», explicó una de sus portavoces.
Oren Iftajel, profesor de geografía y urbanismo de la Universidad Ben Gurión de Beer Sheva involucrado en la defensa de Al Arakib, cree que la introducción de los árboles está profundamente relacionada con el proceso legal puesto en marcha por los beduinos en el Tribunal Supremo.
El alto tribunal deberá determinar el próximo septiembre a quién pertenece la tierra y si la confiscación de Al Arakib fue legal.
«La confiscación fue justificada por necesidades de seguridad. Sesenta años después, la tierra no fue utilizada para ese propósito y ahora que se acerca la sentencia tratan de buscarle otro», asegura Iftajel.
Moriel Rotmhan, uno de los activistas de Rabinos por los Derechos Humanos que organiza visitas de solidaridad con el poblado, insiste en la importancia del nuevo elemento de la forestación: «Una vez que los árboles estén plantados es el final, ya que arrancarlos puede suponer acabar entre rejas». Dañar parcial o totalmente un árbol tiene una pena especial en el ordenamiento jurídico israelí de hasta cuatro años de prisión, precisa Carmel Pomerantz, la abogada que lleva el caso.
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