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Israel: Aumenta «fuga de novios»

Miles de israelíes optan cada año por casarse por civil en el extranjero como acto ideológico contra la obligación de bodas religiosas en su país y el monopolio del rabinato ortodoxo sobre los asuntos matrimoniales judíos.

En Israel sólo pueden celebrarse uniones religiosas entre miembros de la misma confesión (judíos, musulmanes, cristianos, drusos y bahais son las cinco reconocidas) a tenor de un acuerdo que modeló el país desde su creación en 1948.

Esta situación fuerza a muchos a tomarse unos días en otras latitudes en busca del rito civil que les niega el Estado.

Según datos publicados este mes por la Oficina Central de Estadísticas, 47.855 parejas israelíes se dieron el «sí, quiero» en 2010 en tribunales religiosos cualificados del país, mientras que 9.262, un 16.2% del total, informaron al ministerio del Interior de que habían contraído matrimonio fuera de sus fronteras.

El rabinato sólo casa a los que considera judíos según la Halajá (ley rabínica), por lo que el extranjero es la única opción para las parejas inter-religiosas, para quienes no son considerados judíos por el rabinato porque su madre no lo es, o para los que descienden de la casta sacerdotal y quieran desposar a una divorciada o una conversa al judaísmo, lo que tienen prohibido.

Pero, además de los que no tienen alternativa, se fue formando en silencio un «ejército» de parejas que podrían darse el «sí, quiero» en Israel y eligen en cambio subirse a un avión con los anillos en la maleta para decir: «Así no».

«Hoy hay mucha gente a la que ni se le pasa por la cabeza casarse por el rabinato. El número aumentó mucho y no va a hacer más que crecer», opinó la rabino Siván Maas, directora de la organización «Tmurá», que ofició en Israel cientos de bodas «judías seculares humanistas».

El líder local del movimiento judío reformista, Gilad Kariv, afirmó que un 40% de las bodas en el extranjero obedece a una «elección ideologica» (nada menos que el 6.4% del total de matrimonios israelíes), con otro 30% en que al menos un cónyuge carece de madre judía y otro tanto en que uno de los dos es foráneo.

Al perfil «ideológico» pertenecería Daniel Shenhar. Su mujer y él se desposaron dos veces en 2010 - una en Israel por el rito judío reformista (que no reconocen las autoridades) y otra, después, en la municipalidad de Bucarest, que el ministerio israelí de Interior registró como válido, como hace con cualquier matrimonio celebrado en otro Estado.

«Es ridículo. Nos casamos aquí con nuestras familias, amigos, un rabino y de acuerdo a la tradición judía y la boda que cuenta es la que hicimos en un ayuntamiento en Rumanía», criticó.

Su caso es el de muchas otras parejas judías. Son seculares, pero quieren una ceremonia religiosa porque les conecta con su identidad; aceptan el liderazgo de un rabino, pero aborrecen el machismo de la ceremonia ortodoxa, en la que la prometida no puede hablar, es «comprada» y tiene que pasar antes por el baño ritual, para purificarse.

Shenhar aprovechó que había heredado de sus padres la nacionalidad rumana para agilizar el proceso, pero entre vuelos y papeleos su «protesta» le salió 15 mil shekel (unos 4.500 dólares).

Bucarest no es, sin embargo, un destino habitual en el cada vez más jugoso mercado de «exportación matrimonial» israelí. El más popular es Chipre, a apenas 45 minutos en avión y con una engrasada maquinaria de paquetes con luna de miel incluida, si bien Praga (25%) o Nueva York también son bastante solicitados.

En Chipre se prometieron amor eterno Mijal Grofit, de 32 años, y Shajaf, de 36, tras una ceremonia reformista en la que sustituyeron la «ktubá», el contrato de matrimonio, por un texto sobre su compromiso sentimental.

«No quería sentirme una muñeca en manos de un rabino, pero sí mantener un nexo histórico importante con la forma en que los judíos se casaron durante generaciones», señaló Grofit, profesora en Tel Aviv.

«Pese a mis divergencias con mi país», prosiguió, «siempre fui una ‘niña buena’; pero en el momento en que te dicen sobre algo muy personal ‘esto sólo lo puedes hacer así’, ahí ya no trago”, argumentó.

Tampoco pasó por el aro Tali Malkin, firme defensora de la separación entre religión y Estado (que en Israel se entrecruzan) y que optó en 2007 por una boda civil en Chipre y por un paso aún más alternativo en su país: una ceremonia independiente y secular inspirada en la tradición judía y con apenas cuarenta familiares como invitados.

Orgullosa de su decisión política, Malkin sólo registró su matrimonio hace meses para allanar los trámites de su hijo recién nacido.

Eso sí, de la «coerción religiosa», como se denomina en Israel, se puede huir, pero no escapar, ya que todos estos cónyuges por la gracia del extranjero sólo podrán divorciarse, si las cosas se tuercen, a través del Rabinato.

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