La vida social en Israel es un mosaico de culturas en constante movimiento. La familia como tal, no es excepción. Al comienzo del siglo XXI nos encontramos, debido entre otras razones, a las migraciones ininterrumpidas de personas de casi todas las naciones del mundo a Israel, con grupos que no terminan de salir de los patrones culturales de siglos anteriores, conviviendo junto a otros, inmersos en el postmodernismo. Los judíos etíopes, por ejemplo, llegan a Israel trayendo consigo sus normas ancestrales, que no tienen que ver con las actitudes de los judíos ultra ortodoxos, los europeos, o los judíos americanos, con los árabes musulmanes y cristianos, ni con los inmigrantes de los países que conformaban la ex Unión Soviética. Las tensiones que se producen como consecuencia de la socialización y el encuentro de pautas y valores distintos son inevitables. Muchas veces son traumáticas y son causa suficiente para no pocas tragedias humanas y familiares. Las bodas entre miembros de orígenes diferentes, que en un pasado fueron traumáticas, como las de descendientes de judíos alemanes con parejas de marroquíes, o las de yemenitas con polacos y no únicamente por el idioma, sino también por el choque cultural y religioso, parecen, vistas hoy, vivencias muy suaves si se comparan con el choque que sufren las parejas de las nuevas migraciones que se encuentran en búsqueda de su identidad.