Sr. Director
El problema de Netanyahu representado por la necesaria discusión y los profundos desacuerdos acerca de cómo legislar en la cuestión del enrolamiento en el ejército y en el servicio nacional de los jóvenes ultraortodoxos, sumado a las esperables grandes dificultades para la aprobación del presupuesto nacional y la desmantelación de asentamientos ilegales, fueron la justificación para la autodisolución gubernamental y el llamado a nuevas elecciones.
Netanyahu quería disolver su coalición bajo la certeza de que el momento es óptimo para este cambio en la medida en que su popularidad personal está en uno de sus puntos más altos.
Pero el líder de Kadima, Shaul Mofaz, le hizo una propuesta muy difícil de rehuzar. Con su partido en estado de coma en los sondeos, Mofaz le ofreció la entrada de Kadima a la coalición a precio de liquidación de fin de temporada.
¿Cuál es entonces la ventaja de no convocar a las urnas? Es evidente que al haberse convertido la coalición actual en un gigante capaz de responder a los desafíos enfrentados por Israel, Netanyahu está actuando para rodearse de una nueva configuración de alianzas partidarias que le permitan mayor margen de movimiento y le otorguen simultáneamente una capacidad renovada de mostrar la solidez de su liderazgo tanto ante el propio público israelí como ante los actores internacionales, especialmente ante la nueva administración estadunidense que ocupará la Casa Blanca a partir de las elecciones de noviembre próximo.
Así las cosas, la incertidumbre acerca del perfil que asumirá el nuevo gobierno se suma a muchos otros desarrollos también inciertos relacionados con los resultados de los comicios en Estados Unidos, con el curso que tomen las diversas convulsiones presentes en el mundo árabe y con las vicisitudes inherentes al caso iraní.
No cabe duda que los escenarios pueden variar de manera dramática en función de la reelección o no de Obama, de cómo se desenvuelva la elección presidencial en Egipto a fines de este mes y de qué ocurra con la desesperada situación del pueblo sirio, donde las matanzas prosiguen en medio de la pasividad del mundo.
Igual importancia tendrá lo que suceda con las pugnas entre Hamás y Al Fatah, y con los resultados que se obtengan de las sanciones que la comunidad internacional está imponiendo al régimen de Teherán en su esfuerzo por neutralizar su carrera nuclear.
Se trata de un complejísimo tablero de ajedrez dentro del cual los cálculos acerca de cómo se desarrollará el juego y cuáles serán sus últimos resultados son prácticamente imposibles.
Así, el panorama del Oriente Medio se vuelve cada vez más denso y confuso, lo cual no augura ciertamente un desenlace optimista.
Atte.
Eli Ben Asher
Ramát Hasharón