Sr. Director
No son tan diferentes las dos grandes mentiras: la de los que niegan el Holocausto y la de los que niegan la historia, ya centenaria, de los intentos de genocidio de las dictaduras - monárquicas, religiosas, militares - islámicas contra los judíos de Ishuv y, después de 1948, contra los judíos de Israel.
El maestro de ambas negaciones - independientemente de su afiliación ideológica - fue Stalin, que llegó a pedir retocar fotografías para hacer desaparecer de una buena vez a la vieja guardia bolchevique ya caída en desgracia.
Otra negación de peso es la de Turquía sobre el genocidio cometido contra los armenios.
Las respectivas intenciones tampoco son muy diferentes. Para la pseudo-izquierda, un judío bueno es un judío víctima. Para la extrema derecha, un judío bueno es un judío muerto.
Para ser una víctima, el judio tiene que estar al borde de la muerte y no dejar de hacer «sacrificios» en beneficio de la «paz».
Así es la «Pax Palestina», como dirían los romanos, que de eso entendían mucho; e incluso pusieron en la cuenta de los judíos la muerte de Jesús, transponiendo la práctica griega del chivo emisario para el nivel étnico.
Los que adoptaron esa denominación - «palestinos» - para autodefinirse, saben muy bien lo que están haciendo y de que tradición descienden.
La tesis negacionista es una más en la larga e incesante historia de los crímenes contra la memoria, cuya función es restablecer las condiciones para nuevos genocidios.
Las tesis del partido Meretz, por ejemplo, que tratan de negar el legado funesto de las tonterías de Oslo - alfombra roja para Arafat y su banda de terroristas -, no son tan diferentes.
El principal objetivo de Meretz es restaurar el papel de víctima judía, precursora del judío errante. Para ello, es fundamental intercambiar tierras por más guerras o atentados terroristas.
Atentamente,
Eliahu Katz
Bat Yam