Sr. Director
Chávez incorporó el antisemitismo a su agenda política. No como una preocupación o un mal por combatir, sino como uno de sus temas. En tal sentido, describió a Colombia como «La Israel de América Latina».
Esa frase fue interpretada por sectores que simpatizaban con él como una nueva demostración de su rebeldía antiimperialista, digna de ser aplaudida y festejada. Si Israel es un «enclave militarista» en Oriente Medio, entonces Colombia cumple un papel similar en Latinoamérica. Ambos deben ser combatidos en el marco de la resistencia global al imperialismo.
Tal interpretación ignora una realidad alarmante.
El gobierno de Chávez, tanto a través suyo como por medio de otras instancias ligadas con él, progresó en una escalada de manifestaciones y acciones antisemitas.
Allanamientos contra la Hebraica, una sinagoga y una escuela judía en Caracas, con la excusa de que allí se guardaban armamentos y explosivos.
Un discurso de Navidad en el que dijo que el mundo tiene riquezas para todos, pero algunas minorías, entre ellas los descendientes de los asesinos de Cristo, se apoderaron de las riquezas de este planeta.
La sociedad entre Chávez y Ahmadinejad permitió un revisionismo de la Shoá por parte del presidente de Venezuela. Si bien no llegó a negarla de manera explícita, dijo que Israel actuaba peor que Hitler durante la guerra contra los terroristas de Hezbolá. De más está decir que Chávez jamás criticó la negación del Holocausto que predica Ahmadinejad ni criticó a sus llamamientos en favor de borrar del mapa a Israel.
Pero por encima de todo, lo más escandaloso es que Chávez cortó todo diálogo con la comunidad judía venezolana.
Con su antisemitismo declarado, Chávez se pareció más a un vocero del pensamiento reaccionario que a un líder de la emancipación latinoamericana.
Atte.
Diego Saul
Santiago - Chile