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Groucho Marx

Groucho MarxBaldazos de agua fría a personas conocidas es la original manera que encontró una asociación dedicada a la investigación de la enfermedad de esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Cada mojado debe nominar a otros tres y desafiarlos a realizar la acción en el término de 24 horas, de lo contrario deberá donar 100 dólares. Hay quienes pagaron 10.000 dólares por baldazo como Martin Sheen. Esta movida, cuyo significado último consiste en «despertar al otro» se ha extendido a conocidos sólo por sus propias familias, mediante el agente viralizador por excelencia llamado YouTube. Sólo se debe contar con la voluntad de pago y algún dispositivo que sirva para registrar un hecho. Antes se le decía una cámara de fotos.

El Ice Bucket Challenge o desafío del baldazo helado toma su forma de uno de los pasos de comedia más extendidos en el cine norteamericano de los '40: el slapstick. Se trata de ese género, que bien realizado aún hoy provoca risas, donde a tortazo o sifonazo limpio se interpela a otro sin llamarlo por su nombre. Me tiran un merengue con crema, me agacho, lo recibe otro.

Los hermanos Marx, entre otros, cultivaron este género de vaudeville que requiere precisión en el ajuste, buen parlamento y mejor remate. Comenzaron siendo cinco y tras deserciones escalonadas terminaron actuando tres, de los cuales el más brillante fue Groucho, nacido Julius. No porque los otros no tuvieran sus quilates, sólo que Groucho descollaba.

Alguien que acuña frases como: «Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer y detrás de ella, está su esposa»; «Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros», «El matrimonio es la principal causa del divorcio» es porque ha hecho un ejercicio del sinsentido y no le teme. Lo moldea de modo tal que adquiere un nuevo sentido. El hombre juega con las palabras como lo hacen ciertos escritores.

Venía de una familia pobre - «pero como no lo sabíamos éramos felices» - instalada en un suburbio de New York, en uno de esos departamentos donde para estar cómodo, alguno debía salir a la calle. Formaron parte de esos actos de vaudeville que se trasladaban de un pueblo a otro arengados por Minnie, la madre, quien seguramente les preguntaba algo así como: «¿Así que hoy también quieren comer? Entonces, ¡a actuar, al escenario!». Alguno de su familia debió haber inventado eso de «No hay business como el show business» pero no, no fueron los Marx. Lo digo, porque todos tenían una fuerte inclinación por las tablas. Zeppo, el más serio, fue el que se retiró primero con un interesante bolsillo lleno. Una chica del varieté, le echó el ojo…al bolsillo. A ella también le gustaban las tablas, las de multiplicar números que representaban cifras que traducían contante y sonante. Lo cierto es que Bárbara, que así se llamaba la chica, se casó con un ex Hermano. Por aquel entonces la voz que más sonaba era la de La Voz. Efectivamente luego de su divorcio, Bárbara se casó con Sinatra. Bárbara Marx Sinatra, aún vive, está en Los Ángeles y no pasa necesidades.

Groucho tuvo tres matrimonios pero sólo una especial relación con una secretaria - asistenta y agente - todo - terreno - menos - uno, a quien le llevaba cincuenta años. La gente miraba con cierto resquemor esta relación despareja. Me imagino las páginas de cotilleo de la época. Cuando le preguntaron a Groucho cómo hacía para manejar a esta chica bastante metida en su vida, menos en un aspecto, respondió: «Primero, dejo que crea que hará lo que quiera. Después… dejo que lo haga».

En «Hola y adiós» de Charlotte Chandler, la biblia que narra el nacimiento, apogeo y caída del más famoso de los hermanos con sabrosos detalles acerca de su vida, asegura que si se iba a cenar o a comer a casa de Groucho, lo más probable es que uno se encontrara con gente interesante, casi siempre famosos. Pasaron por su mesa desde Jonas Salk - el de la vacuna, hasta Elton John, Gershwin, Woody Allen y Arthur Rubinstein, entre cientos de otros.

Parece que tenía un gran sentido de la combinación a la hora de invitar gente a su casa. Evitaba las reuniones de parejas y los grupos homogéneos. Saltaba de la biblia al calefón; fue amigo tanto del poeta T. S. Eliot así como de Mae West.

Me pregunto cuánto hubiera recaudado para beneficencia con la gente que conoció y frecuentó. Seguramente mucho y sin necesidad de baldazos de agua fría. Una broma de esas cítricas hubiera bastado para que alguien donara, de buena o mala gana. En Hollywood sus frases irónicas, feroces, sarcásticas y hasta tiernas se tenían muy en cuenta.¡Qué importa cuando el fin justifica el medio.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 15.09.14

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