Imprimir

Hechos que aún llaman la atención

11futureDesde que existe Internet y mega televisores que captan canales de 300 países como savia natural que nos alimenta a diario, pocas cosas llaman la atención. Fotos intervenidas nos hacen creer que esa apariencia es verdadera. Las ciudades y sus gentes se parecen - shoppings, personas tatuadas de cabo a rabo, pelos fucsias con tonalidades verdes - ya no sorprenden, aquí, allá o acullá. Allá es Nueva York.

Es por eso que cuando viajo me detengo a mirar pequeñas cuestiones, para descubrir algo de lo que no estaba al tanto. No me refiero a usos y costumbres de diferentes lugares, donde afortunadamente aún reinan diferencias, sino a objetos u hechos de los que no estaba advertida.

Entonces, entro a una farmacia de esas multitarget, donde además de las cremas revitalizantes para el pelo, de los ungüentos otorga juventud a las cutículas y suavidad a tu piel comprobable a los tres minutos- de las que descreo - pero hago como que no, me dirijo a la zona médica. Me gusta husmear en aquello que prefiero no usar. Descubro un elegante kit de testeo de ADN, el «DNA Paternity test kit». Por sólo 30 dólares más impuestos, se puede cotejar si es o no es el que una piensa que fue. Ignoro la precisión de esta prueba casera, pero francamente es una perlita que me faltaba conocer. De ser veraz, en un porcentaje que seguramente podrá establecer un estadístico, cuántos desencuentros, por no llamar guerra, se hubiesen ahorrado familias enteras. Probablemente otras, hubiesen dejado de existir.

En sus inicios, del test de embarazo se pensaba que era una trampa más de los magnates dueños de laboratorios. Hoy, puede que se continúe pensando de este modo, sin embargo se ha perfeccionado su margen de error. Resulta más probable que el ojo humano vea una o dos rayitas, según su deseo, a que el yerro se deba al dispositivo. Se suele decir dispositivo aunque el resultado sea negativo.

Como la píldora de los dorados ’50 ya no me interesa y la celeste no la uso, aunque me la ofrecen por la web a precio ventajoso, me detengo en unos guantes humectantes, para la dama y seguro para el caballero también, cuando nadie lo ve. Vienen en una sola medida; impregnados con Aloé Vera y aceite de Jojoba. Nada que asegure que después de usarlos durante treinta minutos, tu cuerpo no experimente una alergia generalizada de esas que piden a gritos. ¡Rascame con tus manos porque con las mías no puedo!

Se trata de gadgets de venta libre que hacen que, por un momento, la vida semeje otra cosa de lo que en verdad es. Te prometen mejoramientos, fin de incógnitas, hasta nuevo aviso. O sea, superación del producto para que vuelvas a comprar otro.

Salgo a respirar aire más natural, menos de laboratorio artificial. Veo una elegante señora de edad incierta pero alta y flaca, cubierta con un inmejorable perramus Burberrys verdadero, de esos que huelen a calidad británica. Lleva un cochecito de tres ruedas, como corresponde a una madre tardía o a una abuela joven. ¡Al fin una escena correcta en cuanto a su Gestalt; una figura y fondo angelado, armónico, muy Upper East de Manhattan! Cuando me acerco a mirar al bebé, más interesada en la frazadita característica del diseño Burberrys, que en el infante, advierto que la doña, lleva un caniche con sendas colitas de caballo. Una más en el amplio abanico de excentricidades que entrega la ciudad, pero no sorprende, resulta patética.

Aquello que sí me impresionó fue una instalación en la calle, el Día Mundial de la Marcha Contra el Calentamiento Global. En letras de hielo que se iban derritiendo pude leer The Future, a eso de las dos de la tarde. Cuando volví a pasar, tres horas más tarde, ya no quedaba futuro. Se había esfumado. Concepto elemental pero eficaz esto del hielo que se descongela. Casi siempre, menos es más.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 2.11.14.

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.