Imprimir

Vivir en hoteles

Hotel Ritz - ParísLa ópera La Bohême de Puccini retrata a jóvenes artistas bohemios que viven - mal - en una buhardilla en el Barrio Latino de París al promediar el siglo XIX.

Roberto, el poeta, junto a un músico, un filósofo y algún otro, son pobres, pero se divierten, son juerguistas a los que el acoso del dueño del lugar para que paguen lo que deben los tiene a maltraer, así como el conflicto amoroso. Sin esto último no habría trama propio de una ópera. Desconozco si existe alguna que trate únicamente sobre la falta de pago de la pensión. La Bohême representa el ejemplo más cumplido del canto al «arte por el arte» como fin en sí mismo, más que a lo que se pueda llegar a pagar por él. Estos chicos no le conceden, a primera vista, importancia al dinero ni a su ostentación. Luego pasan cosas y la fachada cambia un tanto.

No es la ópera a lo que me quiero referir, ya habrá oportunidad para hacerlo, sino al modo de vida de estos artistas y cómo en la actualidad no se sostiene este bello y utópico paradigma. Hubo un tiempo en el que se extendió la idea de que el trabajador intelectual y el artista debían vivir de modo desorganizado, incómodo casi sufriente y que justamente estos elementos potenciaban su aura creativa. Wrong, wrong, re- wrong.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, por datar una fecha aproximada, la figura del intelectual en cualquiera de sus manifestaciones cobró otra densidad en el mundo. Y cuando digo cobró, lo hago ex profeso. Comenzó a cobrar por sus decir y quehacer en el mundo del capitalismo global. ¿Querés mi arte? Compralo. ¿Querés conferencias que hagan que lleguen como en peregrinación jóvenes universitarios y costeen una importante matrícula? Pagámelas. En este sentido las reglas son claras. No existen grises.

Cuando Nabokov, tomado por una dedicación inaudita para con su obra junto a Vera, su mujer, y luego de romperse tanto la sesera como el traste, obtiene reconocimiento traducido en contante por «Lolita», su vida cambia. Llega la prosperidad a la familia en el ‘59. Ignoro el tipo de razonamiento del escritor, sin embargo apuesto a que hizo algún tipo de cálculo, ya que como excelente ajedrecista que era estaba acostumbrado a ello. Si el hombre compraba una casa, luego de una vida de enseñanza académica, que puede ser entretenida pero austera para quien conoció de adolescente el boato de los últimos coletazos de la Rusia pre-soviética, el estilo de vida seguiría siendo el mismo. Con más responsabilidades aún. Mantener en condiciones un lugar requiere de personal que se ocupe de reponer la virulana, el algodón y atender al plomero, que siempre ha sido el alma páter de cualquier vivienda y de las caras, más todavía.

El mismo Nabokov afirma en una entrevista que le hiciera la BBC, que jugó con la idea de una casa señorial, con muebles importantes y alarmas, sin embargo - sospechaba - que el personal no sería el adecuado.

Los Nabokov emprendieron la retirada de Estados Unidos en 1961 y se instalaron en un hotel, el Hotel Palace de Montreux en Suiza. Ocuparon un lugar importante y recibían en el lobby. Es cierto que gastaban en propinas, pero no tenían que salir corriendo al almacén porque se acabó el whisky.

Horacio Ferrer recientemente fallecido vivió hasta su último día en el Hotel Alvear. En un reportaje dice: «La gran ventaja de vivir en un hotel es que todos los vecinos son pasajeros, uno no está comprometido a conocerlos». «Valoro mucho la privacidad, Hago una vida muy nocturna y me gusta mi independencia».

Cocó Chanel y Hemingway vivieron temporadas en el Hotel Ritz de París, seducidos al parecer por el ¡oh la, la! del «room service» y el hall central, donde siempre es más fácil encontrar un catálogo de personajes interesantes que la sempiterna vecina del 8ºB o la del 1ºB, que vengo a ser yo.

Tal vez no está mal eso de adherir a la idea que sostienen quienes dicen que antes del geriátrico bien vale la pena pasar una temporada en un hotel, tanto como para ir acostumbrándose a una nueva sociabilidad con extraños; lo toman como un entrenamiento necesario, más que una temporada en el infierno. Hay gustos para todos.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 11.01.15

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.