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El paseante flaneur

flaneurSomos modernos. Ya no concebimos el mundo sin Internet. Vamos de un sitio a otro sin movernos de nuestros asientos. Visitamos lugares a los que difícilmente iremos. Compramos, vendemos en las punto.com cada vez con mayor asiduidad. Vivimos una doble vida: la virtual y la real donde la primera nos consume casi tanto tiempo como la segunda. Aunque con dificultades - no todos somos nativos digitales - pertenecemos a la generación 2.0.

El romanticismo quedó lejos, nos urge la velocidad. Sin embargo antes de nosotros existió una clase de sujeto que, sin Google Maps, GPS, ni drones husmeadores a voluntad de operadores remotos, recorría con lentitud y agrado las calles de su ciudad. París, para más datos. Era un voyeur de profesión. Se lo llamaba flaneur.

El flaneur era un paseante observador que descubría la ciudad de París en plena reconstrucción -1860 - realizada por el barón de Haussmann. Este caminante urbano, andaba suelto de cuerpo y de mirada, orientado solamente por su interés en descubrir lo singular en la multitud.

Representaba todo lo contrario a la clase de tipo que se retira al campo para llevar una vida bucólica y contemplativa.

El flaneur patea la ciudad, la descubre, intuye que algo nuevo sucederá y que a la vez un viejo mundo comenzará a desaparecer. La lentitud versus el vértigo. Este caminante no hay camino, se hace camino al andar, dio lugar a un género literario en la Francia del siglo XIX cuyo principal referente es Baudelaire. El patriarca de los poetas malditos, autor de «Las Flores del Mal», inaugura una literatura encarnada por una especie de artista - poeta - bohemio.

¿Quién no ha deseado en algún momento callejear, dejarse perder sin rumbo, para volver a encontrarse y así nuevamente vagabundear? Sin horarios, tranquilos, seguros y sin custodios del tipo buchón - celular, que insistentemente chirria y grazna ¿Ya llegaste?, ¿Por dónde estás?, ¡Voy para allá! En ciertos momentos todos hemos deseado desasirnos del mundo, ser uno más en la multitud y mirar, pensar, relajarnos.

En los ´80 existió una prestigiosa revista cultural española: «El Paseante». Su filosofía era la del flaneur urbano, que aún tiene tiempo para leer en papel. Dejó de aparecer en 1998, justamente cuando la era digital comienza a pisar y pisotear fuerte.

A pesar de ciertas diferencias, el flaneur tiene más de un punto de semejanza con el pibe nerd o con nosotros mismos. Ellos caminaban, descubrían detalles, se sorprendían del avance de la ciudad. Más de una vez también nosotros y el pibe nerd, conservamos el interés y el deseo de perdernos en la magia de los caminos que conducen a alguna parte - que desconocemos - en las carreteras virtuales.

El modo flaneur de procesar lo que transcurre a su alrededor también se toca con esos exquisitos momentos de monólogo interior que tenemos los humanos, cuando nos sorprendemos con una afirmación, la denegamos, la reemplazamos por otra hasta que volvemos a la realidad cotidiana, porque hay que pagar las expensas. ¿Existe algo más realista que esto? Sí, el pago de impuestos. Bien mirado, todos somos flaneurs de nuestros propios pensamientos.

Y mejor mirado aún: en la actualidad cada vez somos más flaneurs webeando al azar. Como lo hacían ellos, los originales, sólo que en otro soporte.

Leo una noticia: «En Francia les pagan a quienes vayan al trabajo en bicicleta 0,25 euros por kilómetro. Muchos aceptaron la propuesta». Con este breve experimento muere la figura del flaneur itinerante. Sólo nos queda París, y el flaneur interior que cada uno logre desempolvar.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 15.3.15.

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