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Comer, digerir y el resto...

Hace ya mucho me habían advertido que la comida era para los hombres un tema irrenunciable, toda vez que se tratara de mantener una relación "estable" con una mujer. O sea, yo. De verdad siempre lo supe, pero esperaba que se pasara de moda o al menos, se impusiera la ensalada verde y de postre un flancito o una banana.

No sucedió. Nunca supe escuchar el alcance último del contigo "pan y cebolla" al que ellos se referían, que involucraba además, el pato a la naranja, fideos a los mil quesos, besugo a la vasca, marquise de chocolate con crema chantilly y rulos de chocolate y/o budín de zanahoria con frosting de queso crema. No supe, no quise, no pude. Me entretuve en otras actividades, la literatura y el psicoanálisis, por caso.

Levanto la bandera de muchas mujeres - políticamente incorrectas - que como yo, se preguntan: ¿Cuándo fue que el "saber cocinar" y entender de vinos se convirtió en parte de la cultura de una persona? Desconozco si Marie Curie, las hermanas Bronté, Golda Meir o Indira Ghandi cocinaban razonablemente bien. Intuyo que aunque lo hicieran, sus intereses pasaban por otras apuestas, infinitamente más trascendentes que presentar un plato de salchichas con chucrut en su punto óptimo.

Querer a una persona - varón - no es como se dice vulgarmente entrarle por la comida, que sabemos por dónde sale. Un placer que se extingue con el agua del inodoro. A eso llamo yo soborno del más basto. No amor, en ninguna de las múltiples variantes que se establecen en El Banquete de Platón - congregación top del jet set del mundo helénico - donde sólo participaron hombres y por unos minutos una mujer, Diótima, a quién Sócrates le reconoce un saber expresado en palabras ¡no en comida!

Si yo fuera hombre y hubiese vivido en otras épocas, preferiría una respetable "dote en metálico" más que las buenas dotes para la cocina de una damisela y con este sonante pagar una cocinera de tiempo completo. Y si fuera un hombre contemporáneo, también. No existe pastillita celeste capaz de eficiencia, cuando se trata de besar a una mujer con olor a ajo, cebolla y mariscos.

De Brillat Savarin, lo que más me interesa es que estudió Derecho, Química y Medicina además de escribir el tratado "Fisiología del Gusto", obra despreciada por Baudelaire, a quien yo amo. Ah... sé que existe un molde de cocina con un agujero en el medio que lleva su nombre y que era hombre culto como los franceses, cuando no son campesinos. Pero jamás podríamos parangonar su escrito con La crítica de la Razón Pura de Immanuel Kant o el Tractatus Lógico-Filosófico de Wittgenstein.

Se dice por ahí que de la manera en que las naciones comen depende su destino. Me manejaré con estereotipos, clichés válidos para lo que intento demostrar. Los chinos comen arroz, los norteamericanos carne picada (hamburguesas), los argentinos carne como sea y los países nórdicos se alimentan de pescado. Si el anterior postulado se cumpliera, los peruanos deberían ser el país hegemónico del planeta, ya que comen todos los alimentos antes mencionados. Esperemos que Humala levante el target gastronómico, hasta que en las plazas bursátiles se "traidee" en nuevos "soles".

Por lo que sé, el sol no aparece en las "cuevas" donde se negocia en verdes o en pelas "euro". Si el dólar "blue" -que literalmente se traduce del inglés tanto azul como triste- tuviera un sol que lo alegrara, el Perú integraría los países denominados BRICS-Brasil, Rusia, India, China y la recién incorporada República de Sudáfrica, gran esperanza de crecimiento económico mundial. Pero dejemos que sobre esto se expida don Vargas Llosa que en Conversación en la Catedral le hace decir a Zavalita, su protagonista ¿En qué momento se jodió el Perú? Yo, argentina.

El efecto de una palabra justa - le mot juste, al decir de Flaubert -, emitida en el momento adecuado con sonoro efecto de persistencia, una conversación generosa o una gracia pescada al vuelo sin la horrible situación de tener que explicar nada, pueden más que mil strudel de masa fila, que justo es decir no la hace cualquiera. Para mi gusto, la palabra Justa, es infinitamente más difícil y preciosa de encontrar que unos lustrosos tomates peritas necesarios para un buen tuco. La "magdalena" que inspiró a Proust y le dio letra a siete tomos de 'En Busca del Tiempo Perdido', nada tiene que ver con la harina triple A que se encontrara en aquella época, si es que la había, sino con despertar "sabores de la infancia" y por esa galletita dijo todo.

Recordaré siempre el amor que mi padre prodigaba al pan blanco. Le comenté este hecho a un señor en una comida, donde el tema - excluyente - que le ocupaba era la comida. - ¿De dónde? me preguntó. - De la panadería, le contesté. - ¿De cuál? - De cualquiera. Mi padre le entraba - es la palabra justísima - al pan blanco, sin mirar de dónde provenía. - A mí me gusta la baguette de La Bourgogne, excluyente, dijo él. - ¡A la flauta! pensé in memoriam de mi padre, pero no se lo dije. En cambio le pregunté al mozo si tenían "machas al natural". Esa noche era mi plato favorito. Afortunadamente había. Mientras él hablaba de las fortalezas y debilidades del gorgonzola, el brie, el camembert, y el "blue cheese" yo deglutía machas y pensaba cosas que jamás reproduciré. Porque cuando como no hablo y en algunos casos ni escucho.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 26.6.11

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