Imprimir

Respuestas rápidas

Hay días en que uno se ve inmerso en una serie de situaciones que obligan a obvias respuestas inmediatas, casi repentistas, que a otros pueden mover a risa.

Por ejemplo, llego a mi clase de literatura y me siento. Apoyo el gran bolso todo-terreno que siempre me acompaña en un asiento contiguo. Se acerca un compañero y me pregunta:

- Perdón, ¿está ocupada esta silla?, indicando el sitio donde acomodé mis pertenencias.

- Claro, ¿no ves que hay una bolsa?

Todos ríen.

Continúo con otro ejemplo tomado de la misma clase. Esta vez el dictante habla acerca de "El Reino de este mundo" del cubano Alejo Carpentier, inventor de "lo real maravilloso", concepto pre-boom del "realismo mágico", que es considerado el auténtico boom-boom. El profesor traza un sesudo y exhaustivo análisis del Barroco, género al que pertenece la novela, y de la reivindicación que realiza el autor de la potencia del paisaje humano y geográfico -excesivo- de la América Central. Bien. Reina un calor encendido a pesar de encontrarnos en otoño. En un momento lee unas breves, pero contundentes líneas sobre la aptitud sexual de la negritud en Haití, en contraposición a la burocrática misma aptitud en el alma europea. Deslizo un inaudible comentario entre los asistentes. El maestro advierte con su oído absoluto un murmullo y me pregunta: - Liz ¿de qué se ríe?

- Lloro profesor, lloro.

- ¿Y a qué se debe su repentino llanto?

- A que estoy inmersa en un plancton social demasiado europeo.

- Y sí. Es para llorar. Si me permite una recomendación. -Claro, para eso es profesor.

- Cuando pueda dese una vuelta por el trópico profundo.

- Ya lo hice.

- ¿Y?

- Volví.

Nuevas risas de otros.

El concepto de lo real maravilloso se me diluye cuando por esos días conozco un encantador señor, culto, fino y distinguido. De buen comer y mejor beber. En realidad de mejor beber que comer. En medio de una charla razonablemente interesante me espeta: - A mí, me interesa la gente millonaria.

- A mí también - es la respuesta inmediata disparada ante tamaña confesión.

Ahora ríe él.

Pero cuando más se me diluye este concepto tan latinoamericano de "lo real maravilloso" es cuando voy al banco, que no me banco, pero banco. Luego de un sempiterno malentendido entre el número de serie que he sacado, el que muestra la pantalla y el que efectivamente me corresponde, me acerco a la Oficial de Cuenta a quien saludo con la venia, como se debe ¿no? Después de todo, sólo soy una simple cliente, lo más raso de la Organización Bancaria y ella una Oficial. Me pide los datos y comienza a hacer "una simulación del instrumento" que quiere ofrecerme y por lo cual llamó y me molestó diecisiete días seguidos.

Luego de treinta y tres minutos de espera, no puede comunicarse con la central, que yo imagino como un búnker que doy en llamar "Allí Babá y los cuarenta ladrones" y -sólo porque cualquier banco corta toda imaginación posible-, le pregunto antes de esperar otros treinta y tres minutos -¿Para obtener un monto interesante deberían pasar unos 18 meses ¿no es verdad?

- No, eso en el caso de una inversión con riesgo casi mínimo. Lo verdaderamente interesante es a partir de los 24 meses.

- ¡Ajá!-... Silencio... Pienso y digo: - No me sirve.

- Mire que... - la interrumpo.

- No me sirve, no me sirve porque en los próximos meses haré una inversión de altísimo riesgo. Me voy a vivir afuera.

- ¿Y a dónde va?

- A algún país del trópico.

- Mire que hace mucho calor.

- No importa, me lo recomendó un doctor... en letras.

- Letras también le puedo ofrecer..., claro que por otra vía.

- No, gracias. Usted es un tesoro, pero no me interesa.

- Ya veo, es por un tema médico.

- Digamos que sí, en algún sentido...

En ese momento fui yo quien se rió.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 15.5.11

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.