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Hágame el favor de llamar a otros...

Me encontraba instalada en el escritorio dispuesta a escribir. Previamente me había sumergido en una cápsula-imaginaria-aislante y protectora del mundo externo, compuesta de altas dosis de imaginación, una parte de la realidad más lata y como excipientes, extracto de manzanas ácidas, vinagre y limón.

Sonó el teléfono. Me refiero al antiguo, al de línea. Cuando esto sucede, me comunico por otros medios, temo descolgarlo ya que nada bueno suele anunciar. Desde algún lugar del mundo, en un español con acento propio de otras latitudes e invocando el nombre de una empresa chilena instalada en la Argentina, la voz pregunta:

- ¿Hablo con Felisa?

- No.

- ¿Con Liz, entonces?- Tampoco.

- Perdón; y repite el número correcto de mi teléfono.

- ¿Está segura de que no hablo con Felisa?

- No, no lo estoy.

Sucede que nos encontrábamos atravesando el "idus de abril", era el 13 y los idus me ponen juguetona. En el calendario romano el día 13, de ocho meses del nuestro, se los llama idus. Uno de ellos es en abril.

- Sí, está hablando con Felisa - Liz.

- Bien, dice la voz en un español propio de Belice, sólo por nombrar un sitio. Puede que llamara desde Lobos, provincia de Buenos Aires.

- Antes de continuar señorita, dígame su nombre y apellido, número de pasaporte y fecha de la última aplicación de la vacuna antivariólica. De otro modo, esta conversación cesará en los próximos minutos.

Inmediatamente se presenta como Perla Chantada y me da un número de pasaporte. Como me hace esperar por lo de la vacuna, voy a la guía telefónica y efectivamente descubro varios Chantada; Chanta también existe. Sé que no se juega con los apellidos. El día de mañana me puedo volver a casar con un Chanta y ser absolutamente feliz. Regresa con los datos.

- ¿En qué puedo servirle Perla Chan, le molesta que la llame así?

- No, en absoluto.

- Perla, esta conversación está siendo grabada.

- Felisa, la empresa le ofrece en esta oportunidad un lanzamiento, Felisa.

- Mire que ya no juego al frizzby.

- Bueno, Felisa.

Y dale con llamarme de este modo. Es verdad que es mi nombre, pero de ahí a que se haga uso y abuso de él por parte de desconocidos. Continúa con una modulación, sin pausas ni intervalos, que puede ser popular en Belice o en Lobos, sin embargo para una chica urbana como yo suena mal. Y me espeta:

- ¡Felisa es sólo para clientes!

- ¿Qué dice?, más respeto señorita. ¿Usted qué sabe? Repítame no le entendí.

- Felisa, esto que le ofrecemos es una edición limitada, sólo para clientes.

- Ahora le entiendo - ¿Y qué ofrecen, dígamelo de una vez?

- Una cobertura por fallecimiento y derecho de los beneficiarios que usted elija.

Interrumpí. - No quiero dejar nada a nadie. Odio a todo el mundo y todo el mundo me odia a mí. Y sinceramente la única cobertura que me interesa, es la de chocolate amargo con un poco de Baileys, que lo endulza ¿vio?

- También ofrecemos un seguro por enfermedad o accidente.

- En este caso, también tengo preferencias: ¡el único accidente que me interesa es el accidente llamado amor! ¿Porque usted estará de acuerdo conmigo en que la contingencia del encuentro amoroso es un accidente no? Se puede dar, como se puede no dar. Me cortó.

Yo me deleité morosamente con la frase "me importa un pito" que Zazie, la protagonista de "Zazie en el metró", repite en la novela de humor negro de Raymond Queneau, por decirlo elegantemente. En realidad, tanto el autor del libro como el director de la película Louis de Malle, son muy poco metafóricos. Pero yo soy una dama a la que le importa un pito que me haya cortado. Me falta mucho por hacer, decir, escribir y reír. No soy tan precavida como parezco en las fotos. Ingresé a la cápsula mencionada y comencé a escribir un sesudo artículo: "Si Riquelme se ríe, ya todo puede suceder".

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 8.5.11

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