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¡Argentina trucha!

En las calles, el subte, los trenes o en las puertas de los supermercados, siempre hay un chico con las últimas novedades del cine y la música. En la Argentina de hoy se sobrevive de la industria trucha.

La Unión Argentina de Videoeditores (UAV) reveló que de 1.179 videoclubs que en el 2006 eran clientes regulares de las videoeditoras, 414 cerraron o se pasaron a la piratería.

Hasta el gigante Blockbuster siente el rigor de la realidad. Tenía 83 sucursales. Ahora le quedan 60. Y si faltaba un dato de la crisis del sector, dos de las más importantes distribuidoras de filmes para consumo doméstico - Gativideo y LK-Tel - decidieron bajar las persianas.

De acuerdo con la UAV, en Argentina se vendieron en 2004 unas 3,66 millones de copias legales. Cuatro años más tarde, cuando miles de familias ya habían adquirido sus reproductores de DVD u ordenadores, se adquirieron en el mercado blanco cinco millones de copias. Mientras, las importaciones de DVD vírgenes pasaron de 1,1 millón de unidades en el 2004 a más de 55 millones de discos en el 2006, y a casi 116 millones de unidades el año pasado.

La piratería de películas y música es un fenómeno global y creciente por la utilización de la red y las tecnologías de reproducción. La truchería de Buenos Aires le imprime, sin embargo, su propio sello a la actividad: sobreactúa su pasión por el cine o su melomanía. Le hace saber a sus clientes que ella no trafica, es catadora vocacional.

Una mujer camina por Av. Triunvirato. Al ver sobre la vereda desplegada la abundancia de títulos, le pregunta al vendedor si tiene la última de Quentin Tarantino, "Malditos bastardos". El vendedor le contesta que, claro, que ya la vio dos veces y le gustó mucho más que "Kill Bill". A su criterio, el director retomó ("!por fin!") la senda de la inspiración.

La furtiva clienta mira la copia y le pregunta si "es buena". La cara del mercader se transfigura. Le cuesta unos segundos recomponerse. Y responde, algo molesto, que él solo ofrece "productos de calidad", cuidadosamente verificados, y no esas copias tomadas de los cines. Ella, entonces, saca de su cartera un billete de 10 pesos y compra .

"Estrenos, tenemos estrenos", vociferan en los vagones del subte los muchachos. "Cualquier persona que quiera ver...", sugieren. En los trenes que van de la capital a la periferia ocurre otro tanto con la música. El vendedor recorre cada uno de los vagones con un grabador a todo volumen. Se para unos minutos hasta que le sacan de las manos las novedades.

De acuerdo con la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (Capif), el 60% de la venta de discos en el país es ilegal, y origina pérdidas del orden de 320 millones de dólares anuales.

Argentina trucha tiene en el cine y en la música apenas algunas de sus expresiones de superficie. La industria textil también erigió un enorme comercio paralelo. Lo mismo ocurre con el sector editorial.

Lo trucho hace tiempo que se trasladó a la política, a las instituciones públicas y privadas y a los afectos. Un amor fallido o un candidato fabulador pueden caer en esa categoría que encuentra en los muchachos del subte a sus portavoces más elocuentes.