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Esos raros trabajos nuevos...

Si te invitan a una comida es de muy mala educación despedirse con un «pájaro que comió - mal - voló...» hacia otra reunión más movidita y con probables mejores entradas y dulces, que es donde falló la que me ocupa. Cada día soy más educada. Esta es la razón por la que luego de los postres suelo quedarme a departir con los demás comensales, cada vez que me invitan.

En una de las últimas invitaciones y luego de escuchar que a alguien no le estaba gustando el popó de su hijo - - «del nene» - miré a la persona que tenía al lado. Se trataba de una mujer en sus cabales cuarentas.

- ¿A qué te dedicás? No le iba a preguntar por su parecer respecto de la Guerra del Paraguay, la de Secesión de Estados Fundidos de Norteamérica o qué opinaba de la Jotapé Montonera ¿no? No era el lugar correcto.

- Ordeno placares - y continuó retirando unas miguitas imperceptibles de su pantalón rosa nude.

- Me refiero a tu trabajo. ¿De qué trabajás? ¿Trabajás?

- Ordeno placares - respondió nuevamente.

- Entiendo. Todas alguna vez ordenamos placares, si no queda más remedio. Pero te pregunto... Me interrumpió.

- Trabajo de ordenar placares ajenos. Tengo clientas. Lo hago por dinero. Soy muy obsesiva.

No hacía falta que lo dijera.

- ¿Y vos?

- No. No soy nada obsesiva.

Se me acercó un muchacho de la misma edad y luego de ofrecerme una copa de champaña y de contestarle cortésmente que ya no bebía desde la última cura de desintoxicación etílica - detox - le pregunté de qué trabajaba.

- Soy director de contenidos.

- Veo, sos ¿envasador?

- De alguna manera.

- ¿De líquidos o sólidos?

- De ninguno de los dos. Trabajo en Google de Argentina.

- Ah, sos de los que trabajan sin corbata, porque en estos días calurosos estarías hecho SOPA. Vos sí que te la pasás PIPA.

Cuando me cansé del recitado acerca de la quintaescencia de un director de contenidos, me dirigí al saloncito donde se servía el café.

- Por favor, me gustaría un café, si es posible.

- ¿De qué tipo?

- Del tipo normal, negro, común, del que haya, no te preocupes, cualquiera. - Esta respuesta cayó mal. Muy mal. Re-mal.

A los dos minutos me entero que quien me lo ofrecía era un sofisticado barista y tenía una expertisse enorme en granos y procesamiento de café. El tipo me apabulló con su saber acerca de molienda, secado y preparación de una de las infusiones más comunes en nuestro país. El país del «encontrémonos a tomar un cafecito».

Odió el café instantáneo que preparo cuando estoy a los apurones. Y cuando no lo estoy también lo preparo de este modo. Me gusta ese sabor dulzón, que es precisamente lo que él odiaba.

En mi época una profesión que me causaba risa era el de «tenedor de libros». No sé si sigue existiendo. Me gustaba el nombre «tenedor de libros». Imaginaba que era algo así como un empleaducho de una gran Biblioteca de Babel. Alguien necesario pero segundón. Siempre me imaginé que se trataba de un sujeto contenedor a la vez que capaz de clavarte un cuchillo. Pido perdón a los tenedores de libros, pero me los imaginaba como una especie de Salieris.

Volviendo a esta época, a la siguiente persona con la que me encontré no le pregunté acerca de su trabajo. Tenía miedo de que me contestara que se dedicaba a matar palomas a garrotazos. Digo, ya que hay una invasión de ellas.

En cambio, le pregunté acerca de la Guerra de Secesión y la del Paraguay y a la hora de hablar sobre su parecer respecto de la Jotapé Montoneros fue muy elocuente.

Nos pusimos a bailar el tema tecno del verano, ese que dice: «Johnny, la gente está muy loca».

- ¿A vos te parece que la gente está tan loca? le pregunté para continuar la conversación y seguir bailando.

- Sí. La gente está tan loca por trabajar que encuentra nichos en el mercado laboral que otros por bailar la retro "disco music" no ven. Yo te voy a enseñar, seguí mi paso.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 5.2.12

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