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No hay nada nuevo bajo el sol - Ya se sabía…

En 1935, Guyer D. Thomas, ingeniero que residía en Ellensworth, Estado de Washington, EE.UU, enfermó gravemente de un cáncer que sus médicos diagnosticaron como terminal, estimándole unos pocos meses de vida.

Con el objeto de pasar con alguien sus últimos días, alquiló una habitación en la granja de la señora Nancy Green, quien a su vez también tenía sus días contados por una grave dolencia del corazón.

Cierto día les visitó Lucila Bolding, una amiga de Nancy, quien en esos momentos cayó desmayada, puesto que también debía fallecer pronto debido a una incurable enfermedad gástrica.

Ellos le auxiliaron y, entonces, surgió en la mente de Thomas la idea de ayudarse mutuamente hasta el día de sus muertes. ¿Qué hizo? Publicó un aviso en el periódico local invitando deshauciados a participar. A los pocos días se había constituído un curioso grupo que era un muestrario de gravísimas enfermedades; ninguno de los integrantes tenía un pronóstico de más de seis meses de vida.

Reglamentaron sus vidas: Totalmente prohibido hablar de enfermedades, de ningún tema triste o negativo. Por el contrario, obligado ser optimistas y alegres.

Surgió el problema del hambre. A Thomas se le ocurrió una idea: fabricar y vender cruces hechas de cartón y pintadas con pintura fosforescente para colocar en los cuartos de los niños, de modo que pudiesen verlas en la oscuridad y evitar temores.
 
La iglesia local publicó la historia de este grupo y pidió a los feligreses colaborar. La iglesia nacional recibió el volante y republicó la historia en su revista. Comenzaron a llover pedidos de cruces en todo Estados Unidos.
 
Cinco años después, ninguno de los 15 condenados a muerte había fallecido.

Esta historia se publicó y republicó en 1940. Uno de los periodistas escribió: «Lo más curioso y extraño es que mientras trabajan alrededor de una larga mesa, continuamente relatan historias divertidas, se chancean entre ellos, sonríen todo el tiempo y nunca pasa más de un cuarto de hora sin que dejen de trabajar, pues una prolongada y convulsiva carcajada colectiva se lo impide por largo rato».

Cuando leí esta historia quise saber qué pasó después.
 
Escribí innumerables correos electrónicos a distintas personas e instituciones de Ellensworth solicitando información. En la Bibilioteca Pública me ayudaron a localizar al hijo de Lucila, el señor Richard P. Bolding, quien me contó por teléfono que su madre falleció en 1970 (!), «sólo» 35 años más de lo que le auguraron.

También conversé con Mr. Henry J. Schnebli, quien recordó que la Sra. Green, durante los años 50 aún estaba bien de salud y trabajaba con su padre.

¿Hace falta más?    

Los Hermanos Wrigth

Fred C. Kelly en 1941 escribió que Dan Kumler, quien era jefe de redacción del Daily News de Dayton en la época que los hermanos Wright comenzaron a volar, le contó: «Muchas personas que veían los vuelos desde la carretera venían a la redacción a preguntar porqué no publicábamos nada sobre ello. Llegaron a constituírse en una verdadera plaga».
- «Bien. ¿Y porqué no escribían?», preguntó Kelly.
- «Sencillamente porque nos parecía un vano pasatiempo sin importancia ni consecuencias», confesó Kumler un poco turbado.

Alpheus Drinkwater, durante diciembre de 1903, trabajaba como telegrafista y reparador de líneas del Servicio Meteorológico. En 1957 escribió un relato: «Fuí a reparar un alambre en las dunas de Kitty Hawk. Me enconctré con los bicicleteros Wright. ¡Estaban locos! Se creían capaces de construir un aparato que volase. Me invitaron a ver su primer vuelo el 3 de diciembre. Les contesté que yo tenía que estar donde pudiesen surgir las grandes noticias y no podía perder tiempo».

El 3 de diciembre encalló el submarino Moccasin. ¡Qué notición! Entre varios mensajes que tuve que remitir ese día, había uno de los locos a su hermana Katerine: «Vuelo tuvo éxito. Estaremos en casa para Navidad». Me pregunté si no me había perdido algo al no aceptar su invitación para ese día.

Como los diarios no publicaban nada, era evidente que tuve razón. Pasaron los años. En 1906 el gran sabio Simon Newcomb - Premio Nobel de Física - afirmó en un inmenso artículo, que era «imposible hacer volar una máquina más pesada que el aire», cosa que demostró «científica e indudablemente».

Los hermanos Wrigth eran fervientes patriotas. Ofrecieron al Gobierno de Estados Unidos la patente exclusiva de su invento.

Año 1905. Respuesta a sus insistentes ofertas de donación a la nación: «La sección Material de Guerra se ve dolorosamente forzada a negar toda subvención» (¡nadie había solicitado dinero!).

«No podemos dar paso alguno hasta que no se demuestre que la máquina es capaz de volar horizontalmente llevando una persona» (¡Ellos lo hacían desde 1903!).

El presidente Roosevelt se enteró que «algo pasaba». Ordenó, «¡Investíguese!». Tampoco hicieron nada.

Francia comenzó a hacerles tentadoras ofertas por la patente. Los espías de Estados Unidos en Francia descubrieron ese interés. Uno de los Cabot - aristocrática familia - les recriminó «¿Por qué a una potencia extranjera?»

Recién entonces, ante el gran interés de Francia, (¡estaban dispuestos a pagar millones!) el gobierno se comenzó a interesar.

En Mayo de 1908 D. B. Salley, redactor de un diario de Norfolk, por casualidad paso por allí y vió un vuelo. Telegrafió a muchos periódicos. Se enojaron y ofendieron. ¡Pretender que publiquemos semejantes disparates!

Al respecto, en el relato de Drinkwater cuenta: «Por mi aparato telegráfico el reportero Donald Bruce Salley comunicó al Leader de Cleveland, que él había visto la máquina de los Wright, en 1908, levantar vuelo. El director del periódico le respondió: 'Suspenda las invenciones. No nos interesa'. Salley insistió y me hizo telegrafiar lo mismo al Herald de Nueva York, que le contestó: 'Limítese a los hechos'. Para llegar a la verdad, el Herald envió al escenario del suceso a uno de sus mejores reporteros, Byron Newton. Cuando Newton informó que en efecto había visto a un hombre volar, su periódico lo calificó de falaz y lo suspendió del cuerpo de redactores. Newton trató de vender su relato a una importante revista y recibió como respuesta: 'Hemos leído con verdadero interés su trabajo. Sentimos no poder publicarlo ni como información verídica ni como relato imaginario».

Y finaliza Drinkwater:

«Al fin, un día, la curiosidad me hizo ir a ver: ¡Ví a un hombre volar! Entonces, empecé a sospechar que quizá yo me había equivocado en 1903».

Bueno, finalmente, entre nosotros: ¿Es posible realmente que algo más pesado que el aire vuele?

Nadie diría a la luz de taaaantos «casos», que eso de «homo sapiens» existe como definición de nosotros sólo porque nos definimos a nosotros mismos.

Los humanos no somos más idiotas sólo porque no practicamos; no nos esforzamos un poquito; que si no…