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Kaput Internet

Como obra de magia - negra - desperté un día de febrero en la neo-neo- neo-post modernidad y al rato me hallaba en la edad de piedra - pómez.

Y eso que me acogí al SOPA, buseca y caldo en cubitos. Lo cierto es que una mañana, luego de las intensas lluvias de febrero o las no menos intensas caídas de agua de los aires acondicionados - me inclino por esto último -, el módem que acompaña con bastante fidelidad mi vida, comenzó a titilar. Y cuando el módem me saluda con un encendido y apagado de sus seis luces significa que me saluda mal. Mal de mal, no mal de bien.

Como en la película precursora del kitch contemporáneo venido a menos, Pee-Wee Herman, cuando al despertarse lo saludaba un cepillo de dientes, el dentífrico y la tostadora que lanzaba rebanadas de pan calentito en una línea de montaje parecida a la de Tiempos Modernos, (Chaplin), así me saludó mi módem.

Lógicamente había comenzado a enloquecer debido a la falta de ligazón a su fibra óptica, que es como una especie de madre dadora no sé de qué pero dadora como suelen ser las madres. También dejaron de funcionar los televisores full screen, HD, HIJKLLLM y todo el abecedario.

Un mal de todos...

El edificio en el que vivo se encontraba aquejado por este mal, por lo tanto, hasta que la Administradora no elevara un pedido de reparación, nada podía hacer yo más que leer y releer e-mails antiguos en la computadora.

Conozco mejores modos de comenzar un fin de semana, sí porque esto sucedió un viernes por la tarde.

No tengo idea de qué es la fibra óptica. Intuyo que se trata de un cable nano-pequeñísimo por el que pasan distintos cablecitos que obedecen a una ley de división del trabajo que organizan mi vida.

Mi padre solía decir «el trabajo es dulce». Para él había que trabajar hasta la despedida final. Soy una digna hija de mi padre al que extraño mucho, pero aún así no quiero reencontrarlo todavía. En verano mi trabajo está confinado alrededor de la computadora principal. Como los protagonistas de El Desierto de los Tártaros, la vigilo y cuido todo el tiempo como ellos a la Fortaleza Bastiani.

A pesar de tener otras computadoras suplentes, todas funcionan en mi dulce hogar si y sólo si la fibra óptica a través del router lo permite. Y no fue el caso.

No me gusta salir de mi casa con una lap-top hacia una taberna llamada Starbucks tal como lo hacía Shakespeare en su época. Eso sí que tenía otro sabor: a vino, además de conversaciones, intuyo más inteligentes que un «Lo, ¿me prestás el pen que te lo devuelvo el finde en lo de Ro? ¿Venís, no?».

- Se dice vas, no, venís, Lu.

De alguna manera tanto para mi padre como para mí, el trabajo implica un cierto confort pero no va por el lado de «pasarla bien como si estuviera disfrutando de un daiquiiri en Hawai». Porque de hecho estoy en mi casa y aún no me tomé un avión ni el daiqiuiri. Estuviste trabajando concentrado, el mundo se cerró y buscar la palabra justa, no es fácil. Flaubert - le mot juste - buscaba revolcándose en el suelo la palabra justa un día o dos o vaya a saber cuántos. Ni limpiar bien por dentro una heladera es fácil. Es un trabajo.

Particularmente necesito sentir la presencia de la biblioteca cuando escribo. Y con esa presencia voy del escritorio al living y de éste a la cocina, abro la heladera, miro qué hay (como me dijo un ex amigo cuando la abrió, «nada rico») y vuelvo al escritorio. No tuve tiempo de explicarle que cuando trabajo no como. Pero como rico todos los días, ¡después de trabajar! Así me enseñó mi padre. Así es y así será.

Ingrediente para amasar 

Tengo los siete tomos de los Reportajes de «The Paris Review»; los mejores reportajes a escritores, dramaturgos, guionistas, poetas etc. Cada reporteado explica cómo es su proceso de creación, cómo y qué necesita para hacerlo. Uno se entera de sabrosos pormenores que sólo sirven para lucimiento personal, si es que vale la pena sacarlos a relucir, digo, en alguna reunión.

Por ejemplo Ernest Hemingway «escribe siempre de pie. Lo hace con un par de pantuflas de piel, con la máquina de escribir y el atril delante, a la altura del pecho». Lo dice el legendario George Plimpton, que es su entrevistador.

Yo necesito para escribir caminar por mi casa, tener Internet, saber que funciona la televisión y sentirme respaldada por mi biblioteca. Recién en ese momento soy capaz de pensar algo.

Está claro que si me falta alguno de estos ingredientes para amasar una idea, ésta ni asoma.

Woody Allen afirma en una de sus ya célebres frases: «Las cosas no se dicen, se hacen porque al hacerlas se dicen solas». Por eso, ahora que volvió Internet ¡a escribirlas! Esas son mis cosas durante el verano; no me voy a poner a amasar justamente con el calor ¿no? Y en invierno tampoco. A lo sumo puedo leer recetas y amasar alguna idea siempre que funcione Internet.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 26.2.12

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