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Los Angeles, California

Quien me conoce sabe que mi ciudad predilecta es Nueva York. Sin embargo, este año preferí espacios abiertos, verdes y calor para tomarme las vacaciones que he podido conseguir no sin esfuerzos. Quería otra cosa. Y no hay nada más parecido a «otra cosa» que el oeste californiano.

Mi primera parada fue en Los Angeles, la ciudad más importante del Lejano Oeste.

Ya conocía esa enorme porción de tierra que algunos califican como una gran pizza con aceitunas. Nunca entendí qué representan las aceitunas. Me imagino deben ser las casas bajas. Yo diría una pizza con pepinos, ya que éstos ocupan mayor espacio que las primeras.

Clima seco, sequísimo. Tanto que los pliegues de las arrugas de tu cara se acentúan como si quisieran emular las fallas - fractura en las rocas superficiales de la tierra - del lugar. Es famosa la Falla de San Andrés. Creo que la mejor opción para volverte rico en el Far West es comercializar una crema que humecte la piel, pero - he ahí el negocio - no del todo.

Entre nosotros, estoy convencida de que las emulsiones y ungüentos para la cara cumplen con el requisito «buenas, pero no tanto». Aún las de las marcas más prestigiosas. Nadie me convencerá de lo contrario. Incluso algunas acentúan aquello que dicen corregir. El «negocio» consiste en que la gente continúe comprando.

Como en toda ciudad extendida, necesitás un auto para ir a pedirle a tu vecino media taza de azúcar porque no tenés tiempo de ir al supermercado.

En Los Angeles se cumple aquella máxima que forjé hace años: «en un futuro sólo visitaremos a nuestros amigos del barrio». Es más, sólo nos haremos amigos de quienes vivan a no más de quince cuadras de nuestra casa. Ya lo verán. De lo contrario, Facebook.

Y los autos precisan un lugar donde estacionar. ¿No lo vas a dejar en doble fila, no? Si lo hicieras estarías utilizando y cercenando «la libertad» de otra persona. Y eso en Estados Unidos es ¡delito!

Algunas observaciones 

Desde Miami hasta Las Vegas y moviéndote más cerca del Pacífico que de la América profunda, podés hacerte entender regiamente si hablás español. Muchos te van a entender y te preguntarán por Messi y Maradona, además de bromear con un «Ché, vos». Salvo los cubanos exiliados que no hacen ni toleran chascarrillos con el Ché.

Los parking son esa enorme masa de hormigón con siete zonas subterráneas y las mismas o más sobre el nivel del mar. Si te olvidaste dónde estacionaste la vas a pasar muy mal, al caminar enormes pisos iguales entre sí con la sensación de «dejá vu» y el auto que no aparece. Cuando bajás del carro pensás que siempre vas a recordar el «7/C cerca del arbolito» que es el lugar donde lo «aparcaste». La experiencia demuestra que tan pronto aparecés en un mall o shopping ¡te olvidás! Ya que hablo de autos, la tendencia en cuanto al color, después de caminar dos horas dentro de un estacionamiento, es el blanco. El que buscaba era de ese color, por supuesto. ¿Será que ahora que tienen un presidente negro, muchos prefieren un auto blanco?

En ropa, el azul oscuro es el nuevo negro. El negro ni en la ropa.

Y ya que estoy hablando de colores y del presidente, me detendré en la propaganda política de cara a las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo seguro un martes de noviembre. ¡Eso se llama golpes bajos, medios, altos y por elevación! Sé que el tema de la financiación de las campañas ocupa un lugar en la agenda. Pero no me refiero a eso, sino al modo de hablarle al ciudadano para obtener su voto. La propaganda resulta larga en todos los casos. Cada señal televisiva depende de un apoyo manifiesto a un partido u otro. Pero inexorablemente la apelación final es: «Votame porque si no lo hacés se pudre todo».

Para los cinéfilos, Los Angeles todavía guarda esa mística de ser la gran productora de la industria sin humo: el cine.

En mi película preferida, «Sunset Boulevard», protagonizada por Gloria Swanson, se dice que «se ha cometido un asesinato en una de las mansiones de Sunset Boulevard a la altura del 10.000», que corresponde más o menos al barrio de Beverly Hills.

Bueno, hacia allí me dirigí en auto, luego de encontrarlo, lo cual llevó dos horas doce minutos. No sé si vi la mansión. Todas las casas ricas se parecen. Pero al menos sentí el placer y la gloria de entrar en zona y recordar la famosa frase «I m ready for my close up, Mister De Mille» que dice la Swanson (Estoy lista para el primer plano, señor De Mille).

Comer en el restaurante del Hotel donde se hospedaba Julia - Mujer Bonita - Roberts no me sacó el sueño ni el hambre. Sólo unos dineros.

Lo que dejó una profunda huella en mí fue que en LA encontré la horma de mi zapato. Estaba tirada junto a un montón de otras en la basura. Y me la llevé a casa. Por algo se empieza ¿no?

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 8.4.12

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