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¿Qué quieren las mujeres?

La semana que se inició el último 16 de abril estuvo signada por diferentes eventos en mi diario vivir. Vi la ópera Rigoletto, fui a mi curso de análisis literario y al acto inaugural de la Feria del Libro. Dicté clases, resolví trámites que no me dejaban dormir, programé mirar el estreno de la serie protagonizada por la ex dueña de los almuerzos televisivos. Además de recibir en mi casa a tres sujetos cuyo desempeño en la profesión de pintores de brocha gorda deja mucho que desear. Una semana más y exploto y los hago explotar junto a mí.

Debido a esta infrecuente escalada, mi psiquismo un tanto escaldado, se hacía la misma pregunta que Freud formuló en 1930, ¿Qué quieren las mujeres?

En mi caso particular lo que más quiero, deseo, anhelo es que los pintores dejen de tocar el timbre con una sonrisa a las siete de la mañana. Y sin una sonrisa también. Me impiden disfrutar de la soledad adornada con periféricos o «gadgets» de los que me he rodeado. Los que horas más tarde, ¿qué digo?, hoy mismo ya serán obsoletos. Es una carrera imposible de ganar, como la que libramos contra la juventud, las arrugas o la celulitis.

Más allá de mi problemática para la que aún no hallo solución, me hacía esta pregunta en relación a la ópera y su protagonista femenina Gilda, hija del bufón Rigoletto; ópera de Verdi basada en el drama de Víctor Hugo «El Rey se aburre». La joven Gilda quiere a un hombre. Como es lógico no se le da de un modo fácil; es más, no se le da. De otro modo no habría conflicto ni cuento, ni ópera. El aria principal es la famosa «La donna é mobile», cantada por el conde amado por Gilda. No es recíproca la cosa. Aria que habla de una marcada volatilidad - como una pluma al viento - de las mujeres cuando no de ser proclives al flirteo por no decir a la histeriqueada. Concluye la ópera con la muerte de la aún joven Gilda y no se le dio.

En mi clase de análisis literario estamos leyendo - yo por tercera vez - «El Corazón es un cazador solitario» de la joven sureña norteamericana Carson Mc Cullers. Para ella, que sólo contaba con 27 años cuando escribió esta novela en 1941, la soledad es la enfermedad norteamericana por excelencia. Es el peor de los destinos pero he ahí lo paradójico: del destino tal cual lo tematizan los griegos uno no se libra, no se escapa. Siempre te alcanza. La escritora la piensa como una «maladie» congénita del género humano. Cualquier comunicación bajo la forma de la palabra, lejos de transmitir afectos y sentimientos, aísla, aparta. Para la autora es preferible estar «mal acompañados, que solos». Su principal protagonista - Singer - «cantante» en inglés - es sordomudo ¿Cómo canta un sordomudo? Lo único que puede hacer Singer es estar, permanecer, hacer el «semblante» de quien oye. Suficiente; alcanza para los que lo visitan.

El deseo, en estas criaturas de la novela, es hablar. Que no es lo mismo que comunicar, con otro u otros. Aunque el otro y otros no los escuchen, ellos pueden hablar.

La mujer todavía en carrera quiere ser alta, flaca, linda, rica, ¡gorda nunca! Quiere eso y mucho más, pero fundamentalmente quiere ser amada, dice Freud. Tengo ciertas convicciones que me alejan un tanto del maestro vienés.

El amor es algo tan ligado a la metáfora que en los tiempos que corren y a partir de una cierta edad, existen realidades que cambian el paradigma freudiano.

Personalmente creo que lo que más desean las mujeres es seguir deseando ya que el deseo es lo único que no envejece.

Y las mujeres no queremos envejecer. Es en ese sentido que queremos seguir deseando, que el interés por las cosas no cese. ¡Que no decaiga el interés! A una edad madura, digamos, el acento no está puesto en ser deseadas, aunque no se descarta.

Resulta más importante mantener «el jugo de tomate frío en las venas» que me permito llamar deseo, que ser amadas. Que reine un interés o muchos.

Me gusta mirar señoras de edad mucho más provecta que la mía en la confitería donde suelo ir a la hora del té. A veces me invita a su mesa una de ellas, a quien conozco. Las escucho hablar; son viudas. Han muerto sus maridos, no ellas. Salen, hacen actividades, estudian, leen, ¡están vivas! Y no conozco ninguna que piense en reincidir en el matrimonio. Al contrario. Desean permanecer así como están y por supuesto sanas.

Secretamente las envidio. Envidio que se hayan sacado la Susanita de encima. Que ya no deseen más que disfrutar y seguir aprendiendo. Que la edad del engañoso amor al amor, al ideal y a la pasión se les haya pasado. Eso las hace más libres.

Me falta poco para llegar a ese estado. Aunque habría que precisar de cuánto hablamos cuando decimos poco.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 29.4.12