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Todo llega a su fin

Pep GuardiolaEl fútbol no se encuentra en un lugar privilegiado en la tabla de posiciones de mis amores. Sin embargo, es imposible sustraerse a las noticias que esta pasión de multitudes suscita. Las leo e interpreto como Frank Sinatra: a mi manera.

Si Pep Guardiola dejó de ser el DT del Barça, ya todo puede suceder. Todo llega a su fin. Hasta Dr. House. Y no me refiero al nombre de un bolero - Todo llega a su fin - que acabo de inventar. Sino más bien al complot y rebelión - siempre secretos - de los objetos de primera necesidad cuando deciden dejar de ser útiles a sus dueños. La pregunta es por qué en un momento y no en otro. La conspiración cuya respuesta tautológica es: «es así porque es así» representa un hecho que ya no discuto.

Otra cosa suele suceder con ciertos artículos de escasa necesidad como esa pulserita, ese pañuelito o un pantalón que de verdad querrías que desaparecieran y no hay modo, permanecen, siempre están. No escapan a este ejemplo determinadas relaciones entre personas. Insisten en no desaparecer.

Los viajes del pantalón 

En los '90 compré un pantalón blanco elastizado en Nueva York, que en aquel entonces se llamaban «fusó». Cuando regresé a Buenos Aires, descubrí que no lo tenía. - No importa - me dije, mejor, me marcaba demasiado el traste. Era una época donde a las calzas de hoy se las llamaban pantys o medibacha. A nadie se le ocurría salir a la calle si no se las tapaba con una pollera.

Ojalá yo continúe viajando tanto como lo hizo este pantalón. El caso es que quedó durante un tiempo en el placard de mi anfitrión, en la Gran Manzana. Cuando éste decidió que la Manzana estaba podrida, partió con sus petates y mi pantalón. Se instaló en París, donde al poco tiempo el gesto francés de estar siempre molestos - con los cachetes inflados y resoplando algo así como un bu-bu-bu - comenzó a incomodar a esta persona. De ahí pasó a Islandia: quería ver géiseres. Todavía tenía mi pantalón. Cuando sus valijas dieron la vuelta por Singapur, Tailandia y Uzbekistán, pues se habían perdido, mi anfitrión recaló en Tel Aviv. Fue allí que recuperó las valijas. Y mi pantalón. Llegó a Israel en el mes de julio, donde el calor le hizo adoptar el clásico gesto de malhumor de los franceses.

Este periplo contado escuetamente duró años. Quince. Finalmente regresó a Argentina, patria hermosa. Fue en la ciudad de La Plata donde me entregó el pantalón blanco elastizado, como si fuera el sable corvo de San Martín. - Nadie lo usó, está nuevo. Cuando lo recuperé estaba de moda el pantalón ajustado nuevamente. Pero no pude usarlo. Las clases de Pilates resultaron exitosas; me estilizaron tanto que no me ajustaba lo suficiente. Esta introducción sirve de ejemplo para demostrar que aquello que no necesitás siempre se halla disponible. Pero eso imprescindible - una bombita eléctrica por ejemplo - cuando se descompone le siguen como en cadena otras roturas de la misma o diferente especie.

Teorías del caos 

¿Cuál es la ley que rige la descomposición del curso vital de los enseres domésticos? Está claro que no adscribe a una lógica formal aristotélica, sino a modernas teorías del caos. La física con sus leyes de la termodinámica, en especial la segunda y tercera ley, habla de lo irreversible del caos, de la entropía y esas cosas. Las estudiamos en el secundario y se supone que nos habrían de servir en un futuro, en la vida adulta o sea, ahora. Nones. Error. No existe «evento doméstico» que podamos entender por más que hayamos logrado quince títulos de grado e igual cantidad de títulos de postgrado.

Hasta el día que escribo esto, reventó en mi hogar un caño de agua que pasa por mi placard principal, dieciséis bombitas y el reproductor de DVD. Ah... me olvidaba... también reventé yo.

Sé que todo sistema lleva el germen de su propia destrucción. Pero no entiendo por qué el sistema -pantalón elastizado- me persigue y algunos otros sistemas de los que prefiero no hablar, también.

He llegado a estudiar el «Efecto de la humedad y la temperatura en la descomposición de la materia orgánica» para replantearme si las maravillosas botas de montar de cuero que guardaba en el placard se podrían recuperar como el pantalón blanco. Me parece que no será posible. Lentamente advierto cómo una plantita trepa por la bota a modo de germinación del poroto.

Estos desequilibrios caóticos ejercen una especie de violencia doméstica que he llamado «domestic bullying» en alusión a la violencia escolar sufrida por chicos y ejercida por otros con el fin de satisfacer en forma activa lo que ellos padecen pasivamente y que hace que ciertos niños acosados se suiciden.

Pero conmigo no, conmigo no podrá el «domestic bullying». Me río porque antes reventé. Seguiré los pasos de Guardiola y el temple de acero de Dr. House. Esos tíos algo saben. Me gustan.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 6.5.12