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El Grito... de mi mamá

Una obra pictórica vale más que mil palabras y tanto como ciento veinte millones de dólares. El Grito del noruego Edward Munch fue vendido a la casa real de Qatar en ese precio. Es una de las cuatro versiones, pero la única que lleva inscripto de puño y letra en el marco: «Temblando de ansiedad y sintiendo el gran grito de la Naturaleza».

A aquellos que no lo recuerdan, a pesar de que ha sido objeto de miles - no creo millones - de textos a propósito de la mejor y más cara venta que jamás haya existido, los ayudo. Se trata de una cara femenina - al menos para mí lo es - con cuerpo de espermatozoide y cabeza calva que se toma la cara como sosteniéndola con ambas manos. La boca redonda circunvala un vacío en forma de O.

En realidad se trata de un gesto que muchos pensamos o al menos estamos tentados de imitar al menos cuatro veces al día en estos tiempos que corren. Sólo que nos cuidamos de no realizarlo. Es muy feo que a una le digan «te parecés al cuadro de Munch», cuatro veces al día. Lo sé por experiencia ajena. Yo me cuido.

Desde mi perspectiva y humilde entender «sintiendo el gran grito de la Naturaleza» alude al filósofo Baruj Spinoza. Ignoro si Munch leyó al polémico pensador judío excomulgado por un tribunal de su comunidad en Holanda. Pero en todo caso se acerca mucho al pensamiento spinoziano: Dios es Naturaleza («Dios sive Naturaleza», según su famosa frase).

Si Dios es Naturaleza existen al menos dos posibilidades que se van a cumplir irremediablemente.

La primera: resulta imposible no gritar ante Dios - Naturaleza. La segunda, es imposible que no censuren a quien osa decir tamaña herejía. Hace relativamente poco tiempo levantaron su excomunión, que data de 1656.

Para la religión judía Dios es Dios y no se discute. Nada de homologar a Dios con algo. Dios trasciende a todo.

Sin ir más lejos, como al mío Cid, lo declararon persona no grata. Y cuando digo persona no grata digo que a los 24 años el hombre, que aún no había publicado nada, sino que pensaba y hablaba, lo mandan a freír churros en una época en que todavía no se habían inventado. Lo dejan solo. El Decreto de la Sinagoga que lo excomulga lo declara maldito y a nadie se le permite estar a menos de cuatro yardas de distancia hasta que el furor de Dios lo decida.

A mí me da algo así como 36.576 metros de distancia. Puede que no haya sacado bien la cuenta. En todo caso es mucha distancia. Este acto es uno de los pocos por el cual no me cuidaría en hacer el gesto del grito. ¡Qué barbaridad!

Otra instancia donde creo posible el grito es la del propio Munch al enterarse del precio de venta de su obra.

Este cuadro siempre me hizo recordar a mi madre. Mi madre gritaba. Vaya si gritaba. Tenía una cierta habilidad para el bel canto y cuando éste no se le daba más que gritar, rugía.

- ¿Así vas a salir a la calle? ¿Querés explicarme porqué no te vestís bien? Y ese pelo. ¿Por qué no te lo peinás como una señorita? Y se agarraba la cara con las manos como diciendo ¿qué voy a hacer con esta chica? Está claro que no había escuela para padres en esa época. Igual mi madre no hubiese asistido.

Cuando trataba de explicarle la quintaesencia de mi modo de vestir y de peinarme, ella gritaba. Con lo cual no me escuchaba. Nunca se lo pude explicar. Ahora que no está, me visto como una señorita.

El grito surge cuando las palabras no pueden dar cuenta del pensamiento. Puede surgir como una manifestación de alegría o desolación. Depende siempre del contexto. Así como el llanto, el grito sirve para denotar dos emociones antagónicas, dos retóricas, una buena, la otra no.

¿Qué me dicen de un gol pateado en contra durante un Mundial de Fútbol? Luego, ¿qué me dicen del mismo partido cuando se mete un gol en el minuto noventa?

Nacemos con un llanto que poco a poco se transforma en grito, grito de demanda hacia una madre o subrogado materno. Morimos con el último suspiro. En el medio está la vida.

Ojalá la familia real de Qatar sepa y pueda apreciar la magnífica obra que ha adquirido. El cuadro que siempre me hizo recordar a mi madre. Y cuando digo madre aparece en ausencia la figura de mi padre. Una parte de mi familia tan irreal -porque ya no están- como real.

La Princesa no está triste. Sólo recuerda. Es bueno recordar de este modo.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 13.5.12