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Mi amorrr...

Hago mi chequeo médico anual. Visito al cardiólogo que elegí de la cartilla médica bajo dos requisitos: el primero, que atienda cerca de mi hogar; el segundo, que haya obtenido el título habilitante en universidad competente. Esto último nunca lo puedo constatar. No conozco aún al especialista.

- Pasá, mi amor - me dice -.

- ¿Desde cuándo? Esto es lo que llamo amor al primer vistazo - contesto.

Otra. Un alumno al que permití que se retirara de la clase con anticipación me agradece con un: - Gracias, Profe, la quiero.

Escucho decir a un integrante del jurado del programa con más rating - en descenso - de la televisión argentina «Bailando por un poco de fama», también llamado «Peleando por bailar»: - Mi amor, ¿estás cansada?

- No - responde la participante -.

- Entonces, mi amorrrrrr ¿Por qué no movés esas piernas?

Bien. Para declaraciones de amor de esta naturaleza - muerta - alcanza la muestra.

Diferencias  

Al cardiólogo lo entiendo. Después de todo se dedica a estudiar el sístole y diástole del órgano que más vida da al amor. A mi alumno también. Representa el modo «cool» que tienen los jóvenes de decir gracias. Al integrante del jurado, cada vez que profiere «mi amor», entiendo que se trata de un tamiz que atempera la primera cláusula de una frase no dicha que sí existe en ausencia, y que traducida daría algo así como: - Parecés de madera, de palo, mi amor. Es más, sos de palo, mi amor. De otro palo, no del que aquí evaluamos, mi amor.

Entiendo, además, que este uso queda prolijo y elegante, ante la eventualidad de no recordar el nombre propio del participante, debido a fallas de la memoria propias de la edad.

Está claro que este «mi amor» o «la quiero, Profe» no tiene una resonancia amorosa verdadera. Nadie se turba, nadie se sonroja. Representa un comodín de moda a la mano, digo a la lengua, toda vez que existe una clara determinación de no pensar demasiado. Total para qué. Se sabe que en la televisión el tiempo es tirano. Representan un apelativo aggiornado de un che o un bolú, pero su atributo fundamental es que no se cree en ellos. Se cree más en un «Te odio» que en un «Mi amor».

El odio

El te odio es contundente, certero, no se equivoca. Existe un recorte, una singularidad que te hace acreedor del odio. Cuando te odian, te odian.

Del amor, en cambio, y aún dicho desde el corazón del sentimiento y ya no tomado como apelación, se descree. Da lugar a malos entendidos.

- Te quiero, mi amor. - ¿En serio me lo decís? Salí, a todas les dirás lo mismo. ¿Estás seguro? ¿A quién le hablás?

Cuando nos lanzan un grito de odio sabemos que nada bueno se avecina. Y cuando lo gritamos aunque en voz inaudible para otro, tampoco. Existe en el odio una especie de fijeza que no nos permite dudar tal como ocurre con el amor. ¿Lo quiero? Sí, lo quiero.

Cómo lo quiero ¿mucho, poquito o nada?

Sin embargo a veces esta designación dice más de lo que expresa. Por ejemplo:

- Decime, mi amor, ¿ya te comiste solito el dulce de leche que compré hoy por la mañana?

- Hace años se usaba el querido/querida que hoy decididamente han adoptado un signo peyorativo, despectivo. Resultan peor que decir mi amor. Se hallaban en línea con la tradición del darling, honey de las películas almibaradas de los '50 a lo Doris Day, o con los sarcasmos notorios que ha dado el cine. De éstos recuerdo la famosísima frase de «Lo que el viento se llevó» proferida por el protagonista Rhett Butler a una caprichosa Scarlett O'Hara, su mujer, a partir de la segunda hora de proyección, cuando ésta le pregunta:

- ¿Qué haré; a dónde iré a vivir?

- Francamente, querida, me importa un bledo, - contesta un cínico y ya cansado Clark Gable -. En inglés suena aún más elocuente la ironía: «Frankly dear, I don't give a damn», cuya traducción sería más parecida a la palabra que rima con el polémico, amado por algunos y odiado por otros, pero siempre presente, vegetal de indeleble persistencia y único sabor llamado pepino. Y ya que hablamos de analogías gastronómicas vegetales, ¿que te digan mi amorrrrrrr, no es similar a que te manden también al lugar del ají de la mala palabra?

Por esto y como digo siempre: No es bueno que te amen demasiado, alcanza con que te quieran lo suficiente. Y todos, o sea al menos dos, razonablemente contentos.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 26.8.12

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