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Marte no ataca

La teoría de los géneros literarios ha sufrido cambios en los últimos años. Ya nada es tan puro como solía ser. No he leído demasiada «ciencia ficción». Entiendo por ésta el género que mezcla - en dosis que desconozco - ficción, literatura fantástica y unas pizcas de terror.

En todo caso si consideramos «Un mundo Feliz» de Aldous Huxley alcanzado por el género, sí lo he leído tanto en inglés como en español. Su título, tomado de una cita de Shakespeare de «La tempestad», se relaciona con la saga de un futuro donde semi humanos se desenvuelven en una sociedad hiper tecnológica. Nada que en la actualidad nos sorprenda demasiado. Llegué a encariñarme con Lenina, su protagonista femenina, una chica perfectamente condicionada y superficial y muy clara en sus objetivos. Una especie de Lorelei Lee llevada al cine por una inolvidable Marilyn Monroe en la comedia «Los caballeros las prefieren rubias» de Anita Loos, que efectivamente leí.

No me autorizo a decir que conozco la obra del recientemente fallecido Ray Bradbury, el autor de, entre otras, Crónicas Marcianas. Sí sé que la NASA homenajeó al escritor bautizando con su nombre a la zona de amartizaje del Curiosity.

Realismo mágico   

Los procedimientos de la novela como género en lo que se conoció como realismo mágico - en «Cien años de Soledad» de García Márquez la gente volaba o desaparecía para volver a aparecer - o en lo real maravilloso, al decir de Alejo Carpentier, está asentada en la realidad latinoamericana. Está anclada, apoyada en la realidad más concreta. Es en estas tierras húmedas y calientes, plagada de malecones, donde nació lo que fue llamado posteriormente el boom latinoamericano. Esa increíble vegetación, un reino más que animal y una lógica muy poco cartesiana para algo habría de servir ¿no? No sólo para esconderse del sol y comer plátanos. No. Sirvió para que la ficción - apoyada en la realidad - se adornara con bellos y variadas palabras que con una lógica de guirnaldas dieron por resultado el barroco latinoamericano.

Okey. Todo esto me sirve para introducir el tema de hoy. Si aún el delirio paranoico propio de los psicóticos tiene algún punto de contacto con la escenografía más concreta también llamada realidad y la ficción literaria se arma con jirones de acontecimientos reales ¿por qué una amiga me hace la pregunta que me hace?

¿Cuál es la razón para que mi amiga me pregunte si creo efectivamente que el robot Curiosity amartizó en el planeta rojo?

Es verdad que los norteamericanos nos han dado pasto para que crecieran esta clase de preguntas, cuando por ejemplo nos regalan películas tales como «Mentiras que matan». Un excéntrico publicista - Dustin Hoffman - debe inventar, a cambio de mucho pasto verde dólar, una estrategia para eludir un escándalo que toca al presidente y una pasante. Nada que no se haya visto ni que nos sorprenda. Inventa entonces una guerra para tapar el buen nombre del presidente que todos imaginamos quién es.

Si existe un soft de celular que me reporta el nombre de un tema musical con sólo escucharlo un minuto y si estoy sentada con mi tío, que es un señor mayor, y hablamos y vemos por el mismo celular a su hija, mi prima, que se derrite de calor en Europa mientras nosotros nos congelamos ¿por qué mi amiga me hace la pregunta que me hace?

Afortunadamente no estoy habitada por visiones conspirativas ni creo demasiado en los complots. A éstos los llamo simplemente ganaron ellos o perdí yo. Tampoco como vidrio ni pasto.

¿Por qué no voy a creer en esas fotos que veo? ¿Por qué debo suponer que sólo se trata del polvo para preparar postre instantáneo en el momento de romper el hervor y no el Curiosity en plena sesión de toma de fotografías? ¿Sólo porque no es tan rojo como pensábamos?

¿Acaso debo considerar también que la muerte del astronauta Amstrong estuvo orquestada para que ocurriera sólo unos días después de que el robot curioseara por Marte con sus brazos, taladro y espectrónomo?

Efecto dominó   

El desencanto de la contemporaneidad llegó a límites impensados. Basta recordar las caídas estrepitosas de la banca Lehman Brother's en el 2008 y su efecto dominó. Nadie lo podía creer. Pero sucedió.

Conceptos tales como verdad, certeza, ilusión, enmascaramiento y simulación giran alrededor del Curiosity en una órbita que va de Marte a Tierra y de ésta a aquél.

La sospecha post moderna otra vez más está causando estragos.

Personalmente creo en la llegada del Curiosity a Marte. Tal como creí cuando junto a mi madre vi que un hombre llegaba a la Luna. Y no estábamos en Valencia. Estábamos en mi cuarto donde siempre reinó orondo un televisor.

Creo en el arribo del rover Curiosity adonde sea. Hasta puede que efectivamente sea Marte. Creo; aunque se trate de una ficción.

¿Y saben por qué? Porque creer sirve.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 2.9.12

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