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Se cae de maduro

Muchas veces tomamos palabras prestadas de otros campos para persuadir o embellecer con conceptos verosímiles aplicables a lo que queremos significar. En estas circunstancias hacemos uso de la retórica, cuya definición es precisamente ésa. Se trata del arte del bien decir, de embellecer, de conmover hasta convencer.

Un ejemplo ilustrará lo anterior. Es frecuente acudir al uso de términos de la ciencia médica para utilizarlos en juicios sociológico-políticos. Entonces - no me refiero a nada en particular sino a todo en general - tenemos que una sociedad está «enferma»; posee «síntomas» de violencia, se habla de un «pronóstico reservado» ya que «agoniza» inexorablemente.

Otras veces se toman hasta por abuso vocablos de la Botánica para aplicarlos al género humano.

Nunca deja de llamar mi atención ese verbo intransitivo, perteneciente a la primera conjugación al igual que amar, que es el verbo «madurar».

¿Cuestión de edad?

No tengo una mirada psicológico-evolutiva de la vida, aunque reconozco etapas obvias por las que es menester atravesar hasta llegar a la muerte. Pero en general no me dejo atrapar por el espejismo de la edad. Por ejemplo ese que dice que a los 80 se es más sabio que a los 20. No, no y recontra no.

En eso estoy de acuerdo con el tema musical que cantaba Nacha y que decía: «el tiempo no tiene nada que ver, cuando se es b... se es b...». Hay gente de la tercera edad que permanece tan necia como lo era a los 20 o 30 años y jóvenes de 20 que te dan vuelta con su razonamiento preclaro. Incluso uno tiene la idea de que cuando estos jóvenes sean mayores no serán muy distintos de lo que son en la actualidad. Han llegado a un tope imposible de superar. Y no son todos b...

Si existe una palabra que no usaría para calificar a estos muchachos es la palabra «maduros». No la utilizó jamás, salvo que por educación y buenas maneras me deba referir a una persona en sus tardíos sesentas. No entra dentro de mi código lexical. Y no entra porque la considero referida a los frutos. Maduran el tomate, las sandías y la banana hasta que se pudren. Y como de éstos sé bien poco, simplemente la utilizo cuando es absolutamente necesario, sólo cuando se cae de maduro que es ésa y no otra la palabra precisa. Salvando las enormes distancias, tal como le sucedía a Gustav - le mot juste, la palabra correcta - Flaubert. La diferencia es que a mí sólo me sucede con unas dos o tres palabritas del habla argentina. Decir española o castellana sería una altanería de mi parte.

La maduración   

Las personas no maduran. Nacen, se desarrollan y en el momento que dejan de hacerlo comienzan imperceptible aunque inexorablemente a envejecer.

Puedo llegar al límite de decir que maduran las ideas, ponele. Pero no las personas. Porque cuando se dice de alguien que maduró, se lo dice en el sentido de que se dio de bruces con una realidad que lo impactó, dejándole una marca, y que finalmente pudo atravesar ese momento duro. Repito, no tengo una mirada psico-evolutiva de la vida.

En buen cristiano esta gente que maduró, se comió un garrón y producto de él, cambió su actitud hacia determinada cuestión que parecía inamovible. No me gusta llamar a esto madurez. En todo caso, se trata de prudencia, comodidad o sensatez. Porque no me gusta asociar a las personas con un pepino. Siempre me interesarán más las personas que un pepino.

El viejo patriarca  

Viene a cuento la novela El Otoño del Patriarca del genial García Márquez donde el tiempo, además de una innominada dictadura caribeña y la soledad del poder, son el eje alrededor del cual un patriarca añoso se desempeña entre órdenes y contraórdenes, que no pueden sino mover a risa.

El Premio Nobel ni una sola vez hace mención a la edad del patriarca, aunque se lo sabe mayor en años a lo humanamente posible. Hay largos párrafos del texto sin puntuación ortográfica expresa, que dan la sensación de que el tiempo no pasa. Sólo existe un dato menor y es el nombre de los embajadores norteamericanos que cambian en ese desconocido lugar centroamericano. Son los embajadores quienes introducen cierta mutación en ese tiempo estancado.

Pero jamás en su adjetivación torrencial García Márquez dice maduro ni crecido. Ya en el título utiliza la palabra otoño con todo lo que esta metáfora dice del momento en que se encuentra una vida.

Si Borges decía que la utilización del adjetivo es un problema, imaginen cuán difícil será para mí en lo personal utilizar estos dos verbos. Por las dudas no los uso; no me gustan.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 30.9.12

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