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Así en la ópera como en la vida

Ópera  «Eugenio Onegin» Durante los días de semana, en mis ratos libres, soy víctima de todos los síntomas que produce un desmesurado apego a internet. Me torno voraz - lo quiero saber todo y lo quiero ¡ya! -, me domina un empuje al googleo y linkeo y el «off line» me importa bien poco. Casi no respondo teléfonos. Para comunicarme alguna nueva mala noticia está Skype. Los fines de semana, en cambio, leo libros.

Es por eso que el último martes 13 de noviembre, que representa un obstáculo en sí mismo para una persona supersticiosa como yo, alejarme de la pantalla para ver una ópera fue un desafío del que salí airosa. A las 18:00 de ese día recién se comenzaba a conocer la «locura de tres» de Coronel Suárez.

La ópera «Eugenio Onegin» de Tchaikovski basada en la novela en forma de verso del escritor ruso Pushkin, comenzaba a las 20:00. Llegué a tiempo para el inicio; no para leer el programa.

Pensaba que ningún relato sería capaz de hacerme olvidar al Torquemada de Coronel Suárez. Otra vez más me equivocaba.

Andanzas de un dandy   

La novela trata de un dandy cosmopolita ruso - Oneguin - quien padece de «spleen», aquella mezcla de aburrimiento, hastío y ocio y su encuentro con Tatiana. Un joven poeta amigo - Lensky - lo lleva a casa de su prometida - Olga - nombre ruso si los hay, que vive junto con su hermana Tatiana y su madre en el campo. En la Rusia zarista, vivir en el campo denotaba un entorno simple, rústico, carente de glamour, que es lo que le gustaba a Onegin. En lugar de cortejar a la solitaria lectora de novelas románticas - Tatiana - el ocioso le hace ojitos a Olga, sólo para molestar a su amigo; de puro juguetón y aburrido del campo. O sea, triángulo, no como el de Coronel Suárez, es verdad; la cosa de a tres no funciona en la realidad. En la fantasía hasta puede resultar un motor útil y vivificante de relación entre personas. Lo cierto es que al poeta esta situación no le gusta nada y reta a su ex amigo a batirse a duelo.

Luego de algunas irregularidades en las reglas de la etiqueta de la duelística, se realiza el acto y obviamente Onegin mata al poeta.

Años más tarde se encuentra en un baile con la otrora rechazada Tatiana, convertida ahora en la mujer del general que ofrece la fiesta en San Petersburgo. Por supuesto queda prendado de tan fina y elegante mujer. La acorrala, le envía cartas de amor, la tienta. En cierto momento ella confiesa su amor por él pero... ahora se debe a su marido. Es como si le dijera en lenguaje argento: - - El tren de Tatiana pasa una sola vez, cariño. He sufrido por ti, ahora seamos dos los infelices. Se despide de él para unirse con su marido en otro salón. La ópera de Tchaikovski continúa, pero la historia ha concluido.

Hay muchísimas aristas para explorar en este relato. La primera y evidente: una mujer que pertenece a otro resulta más apetecible que una que anda sola por la vida. No exclusivamente para Onegin sino para cualquier hijo de vecino, que es a la sazón, el muchacho de la puerta de al lado. Es lo que Freud llama el perjuicio del tercero. Perjudicar a otro.

En segundo lugar algo del amor desgraciado, imposible de unión, otorga a la historia un carácter de grandeza trágica a sus protagonistas. Tanto Onegin como Tatiana pagan. Ella con renuncia; él con resignación.

Otras miradas  

Se puede hilar cada vez más fino y abordar el asunto desde diferentes miradas. Lo que no me queda claro y me inquieta es la muerte innecesaria de Lensky. Pushkin pudo haber pensado en otra estrategia para hacer desaparecer al poeta. Pero no lo hizo.

¿Por qué me inquieta esta muerte? Sucede que el novelista ruso murió a los 37 años, en 1837, del mismo modo que el joven Lensky. Casado con una bella mujer - Natalia Goncharova - y prácticamente obligado por un militar francés que se hacía el mimoso con ella a batirse a duelo, lo hizo. Algo anduvo muy mal, pésimo. En ese duelo encontró la muerte. Ésta fue llorada casi como la de Víctor Hugo en Francia. Sólo que acallada; el zar no quería más tumulto del que ya se cernía a su alrededor. Otorgó alguna clase de pensión a Natalia y sus hermanas y pagó sus deudas.

Pushkin se adelantó a su propia muerte escribiéndola en su novela Eugenio Onegin. Muchas veces hablé con Fogwill, conocido así, sin nombre de pila como Pushkin, sobre este tema. A Fogwill le resultaba curioso cómo la literatura anticipa acontecimientos que efectivamente ocurren en la vida de un escritor. A mí me inquieta y probablemente hasta me inhiban. Fogwill está muerto. Sigo buscando respuestas.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 2.12.12

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