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Mi alergia y yo

Quienes leen mi columna con cierta asiduidad pensarán, entre muchas otras cosas, que prefiero ignorar el medio ambiente y que soy una persona insuficientemente adaptada a él. Y estarán en lo cierto. Vengo provista de una barrera cutánea deficiente, que se independiza y delata aquello que mi inconsciente trata de callar.

Mi piel habla por mí. Según mi propio diagnóstico, cansada del que dan los médicos, soy alérgica estacional de verano. O sea, vivo muy mal durante tres meses y mal durante los nueve restantes.

La alergia es una reacción del sistema inmunológico hacia algo que NO molesta a otras personas, pero a mí sí. Clínicamente se manifiesta con un agudo malhumor con picos altos como el Everest, un aumento de la irritabilidad cutánea y de la otra también y ganas de rascarme todo el día. Durante los meses de verano me rasco todo el día a la par que trabajo más que nunca. Sí, reconozco que soy una muchacha paradojal. ¿Y qué?

A fumifgar...     

Le ruego sistemáticamente al joven que hace el control de plagas de mi casa que me rocíe con el líquido que esparce. - Vamos, tire con esa pistola, a lo mejor me ayuda más que las cremas y ungüentos que uso. Él debe pensar que lo estoy provocando, que quiero saber si hay «piel» entre los dos, si hay química. La próxima vez, si es que no renunció, le voy a explicar que no es «bullying» lo mío, que no lo acoso. A lo mejor no me sé explicar. En todo caso es el medio ambiente húmedo, caluroso y viscoso el que me hace «bullying» a mí y a muchas personas de piel blanca que habitan suelo argentino durante el verano.

Sirve para ilustrar este malestar estacional el siguiente ejemplo. Un señor «interesante» te invita a comer sushi de esos con puro salmón. Tenés que aceptar. No podés comenzar una probable relación con el relato de las dolencias que te aquejan. No da. Tanto más que cuando de alergia se trata, todo puede ser usado en tu contra por el gran director de tu vida, que es tu propio inconsciente. El señor puede arremeter con una investigación tipo contrarrelato y como el Superagente 86 Smart, indagar en tu historia relativa a la ingesta de salmón y moluscos y sus consecuencias en la agente S (pett). Y sacar conclusiones propias, del tipo «Hoy se comienza por una simple alergia al pescado y mañana se termina con un cierre de glotis que la deja muerta en el restó. Mejor me voy».

O sea, es una carta abierta a la mutua incomprensión que más vale no aclarar, como hacen ciertos integrantes de un grupo que lleva precisamente ése nombre. Más vale ser directo y mentir como lo hizo el señor Eduardo Feinmann a la pregunta realizada por el señor Ricardo Darín.

RD: ¿Eduardo, usted me odia?

EF: No, yo a usted lo admiro.

El diálogo mantenido por el actor y el periodista tuvo, según mi punto de vista, momentos cumbres que hicieron que no me rascara.

Justamente hablando de intolerancia/te, a mi tipo de piel se la llama «intolerante» o dermatitis atópica. En el habla cotidiana es más fácil recordar el primer nombre que el segundo. Resulta más sencillo decir «Ahí viene la intolerante» que decir la «dermatítica atópica».

Camino a la paranoia   

De todas las dolencias físicas la alergia es la que más rápido y firme te conduce a la paranoia. Es un camino de ida. Primero comenzás a desconfiar del perfume: pero a mí no me importa te decís, huelo bien. Después te la agarrás con los tomates, pero no te importa pensás: puedo vivir sin ellos. Más tarde culpás al metal del que está hecha tu alianza de matrimonio: no importa, lograré vivir sola, murmurás para tus adentros y terminás divorciada. Por último, cuando la luz solar ya no te permite bajar a la calle por temor al enrojecimiento de los ojos y armás una fortaleza con paredes selladas en tu hogar, al tiempo que repetís: no importa, para eso existe la comunicación moderna, te adosás a la computadora o al teléfono celular móvil, en ese momento, la cosa cambia.

Cuando te quisiste dar cuenta estás sola y vivís en una burbuja como Michel Jackson, que no era alérgico sino un negro que no quería serlo, dicen.

Si me dan a elegir cambiaría una y mil veces mi apellido y mi cuerpo por el de Liz Solari.

Si algún lector sufre de este malestar, no desespere. Hay cosas peores. Después de todo, se trata de una dolencia estacional. No es letal. Y curiosamente con las mismas letras de alergia se forma la palabra «alegría».

Alégrese. Sólo faltan poco menos que dos meses para que termine el verano.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 27.1.13

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