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Carta desde el Reino Unido

Recibí una carta desde el Reino Unido con una estampilla de la reina enviada por el Royal Mail. Pensé que era una invitación al bautismo del futuro hijo de Kate y el príncipe William. Aún y así no la abrí sino hasta después de revisar otros sobres correspondientes a los servicios de gas, luz, agua y expensas.

Y claro está, ofuscarme y lanzar el mismo grito que repito bimensualmente. El grito me calma, luego procedo a pagar y por último encarpeto los recibos con la sonrisa de quien logró un trofeo en las World Marathon de Chicago y Nueva York, o al menos, un Oscar.

Cansada de hacer cuentas y que cada vez el resultado sea diferente, desvío la mirada, me llama la atención la estampilla y abro la carta. Comienza una historia que me dibuja una sonrisa cada vez más intensa.

En principio está escrita en un pésimo español, seguramente hecho por el traductor automático de Google o alguno peor. La concordancia entre sustantivos, géneros y números ha desaparecido, lo cual me obliga a usar la imaginación.

Se presenta el doctor X, especialista en Derecho, abogado de un Centro cuya sede se ubica en Great Eastern Street, Londres.

Busco en Internet la dirección: ¡existe! El especialista en Derecho cuyo nombre es Mike, como especialista en Derecho va derecho al grano. No tiene tiempo que perder. Dice que halló mi dirección en los archivos públicos de la Argentina, mientras buscaba un apellido similar al de su cliente. Éste era un magnate que vivió en Inglaterra y murió con toda su familia durante la catástrofe del tsunami de diciembre de 2004.

Su representado antes de este lamentabilísimo hecho, interpreto en ese texto escrito a lo indio Tarzán «mi - querer, verdad - sea», aseguró una propiedad valuada en «un millón ochocientas mil libras esterlinas», que supongo es mucho ya que mi tocayo era un importante magnate. Caramba, no tiene familiares directos que lo hereden.

Sí, sí, sí, me gustan los cuentos de hadas, donde la fea se vuelve linda, el pobre deviene rico y muy especialmente después de archivar facturas de pago. ¡Guau! quiero más, mi sonrisa se profundiza. Pobre hombre ¡qué desgracia!

Como abogado del difunto millonario, que se apellida como yo, la compañía de seguros le ha encomendado a Mike presentar un miembro de su familia - llámese heredero, en este caso heredera para hacer el reclamo. De lo contrario se declarará - no se entiende, pero entiendo el concepto - «no útil y será confiscada la propiedad», de acuerdo a las leyes británicas de herencia.

Sigo leyendo; Para evitar una pérdida total propone presentarme como el familiar más cercano, aunque, hombre honesto al fin, reconoce que no estoy muy relacionada con el difunto, pero por tener un apellido en común podríamos hacer la vista gorda.

Mike me formula un negocio perfectamente redondo tanto para él como para mí «en la proporción del 50% para usted - no me tutea el muy british man -, y el 50% para mí». Asegura que esta es una «transacción completamente sin riesgo, si usted sigue mis instrucciones. Todo lo que requiero es su cooperación HONESTA». Dice honesta.

Sin embargo, se cubre el hombre, si esta oferta comercial ¿de qué otro modo llamarla? ofende mi «moral ética» (sic) me ruega acepte sus disculpas sinceras. Si de lo contrario, deseo conseguir el objetivo, pide que le devuelva otra carta para explicaciones adicionales y continuar con la ejecución del proyecto. Me pone su dirección de e-mail. A esta altura de la carta ya me río a carcajadas.

De verdad no sé si Mike existe, si vive en Londres o en la Pampa Húmeda. Lo que sí sé es que no leyó “La importancia de llamarse Ernesto” del inglés Oscar Wilde. Este libro debería traducirse como “La importancia de llamarse Honesto” ya que Ernest como nombre propio y “earnest”- honesto del inglés- suenan igual en ese idioma. O si lo leyó, se olvidó del texto.

Contesto vía e-mail al abogado: “Gracias por contactarme, Doctor Mike X. Usted sabe que vivo en la Argentina y esas cosas no se hacen en mi país.

Siga buscando en el Reino Unido de los Avivados. Pero déjeme decir que le resultará difícil. Ya no queda gente tan ingenua en el Planeta Tierra. ¡God Save the Queen!

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 23.6.13.

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