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Conversación entre conocidos recientes

La otra noche fui a comer junto a otros cinco comensales reunidos en torno a una mesa. Se trataba de gente recientemente conocida y escolarizada, digamos.

La palabra más escucha por lejos fue el pronombre personal «Yo», seguido de cerca por «a mí me gusta». - Yo desayuno con café tibio, diez ciruelas, porque tengo tránsito lento, jugo de maracuyá pasado por tres coladores diferentes. - A mí no me gusta el café. Me trae regurgitación por las mañanas. - Ni bien me despierto - dijo un caballero, fumo un cigarrillo y voy al baño con el diario. Pensé: yo desayuno en chancletas, pongo la radio a todo lo que da y repito tres veces: «Voy a destruir a todo aquel que se me oponga». Esa noche, obvio, no me dio resultado. ¿A quién le puede importar cómo desayuna otro recién conocido?

Terminado el aspecto relativo a la ingesta mañanera, comenzó una batalla intelectual en relación a las comidas en general - sin respetar orden de colación - y a las bebidas. No aplico; no pude meter ni un bocado. Luego de treinta y dos minutos dedicados al cilantro, su aceptación y rechazos varios, no puedo recordar a quién le gustaba, a quién no, a quién más o menos o a quién le daba exactamente lo mismo su incorporación o ausencia en las comidas. Aproveché, ya que se hablaba de un condimento típicamente peruano, para inquirir por Fujimori.

- Ah, sí - dijo uno. Fujimori tuvo una gran influencia en el conocimiento y expansión de la comida peruana de fusión. ¡Ah, sí, sí. sí!

No había caso, ché. Difícil salir del rubro de los comestibles.

El segundo plato de la conversación giró en torno de la comida vegetariana versus - porque era un versus - la carne, tan cara a los argentinos. De nuevo, intentando dar un giro a la conversación afirmé que Hitler era vegetariano. Por ahí, se interesaban y terminábamos con el asunto y nos dirigíamos a otro. La Segunda Guerra Mundial es un tema aún vigente; siempre existen nuevos datos. Me habían recomendado una reedición de un libro de Ian Kershaw, el historiador británico especialista en el pequeño hombre del bigotito ídem.

Sigo participando. Poco. Pasaron entonces a un tema rico en el amplio sentido de la palabra. El chocolate o xocolatl, llamado chocloha por los mayas. Comenzaron los consabidos, me gusta, no me gusta y el ·YO. - Yo amo el chocolate de buena calidad. Si no es de calidad, prefiero no comerlo. Me saca granitos. - Perdón ¿alguien va a Suiza? preguntó uno, como si fuera lo más común del mundo darse una vueltita por La Helvetia antes de recalar en Mar del Plata. Si van a Suiza compren el Lindt, completó uno. - No, ése es una semi berretada. No, ése no. El Sprüngli.

De verdad ya me compadecía de mí. Pensé que podíamos hablar de Colón, quien al llegar a la actual isla de Honduras se encontró con el cacao, que los europeos refinaron hasta convertirlo en una pieza de placer sensual y caro, como son los placeres sensuales comercializables. Que por lo menos recordarían que fue por descubrirse América que la planta llagó a otros sitios. Y que justa o injustamente la estatua de Colón fue recientemente removida del lugar habitual donde se la solía ver. En fin, creía que se generaría algún debate ya no de ideas, de ideítas, preguntas, algún cuestionamiento, etc. Nuevamente no.

Tan campante, dije lo mío. - Cuando ya estoy por reventar de ganas de comer chocolate y luego de infructuosos esfuerzos por engañar a mi verdadero yo - ése que sólo comería dulces y leería tirada en la cama - me clavo una Tita y soy feliz.

Pensaron que era una broma, cuando en realidad fue lo más genuino que dije en toda la noche.

Lenta pero inexorablemente el tema comestibles dejó lugar a una suerte de queja colectiva que no se animaba a decir su nombre, pero lo inferí cuando una mujer arrojó con cara de decir algo inteligente, algo que dice mucha gente: - Yo ya no quiero prender el televisor ni leer el diario. No quiero saber nada. A veces preferiría vivir en un frasco.

- Por eso no te preocupes - contesté.

- En un frasco de arenques - dijo uno. - En uno de caviar - agregó el más lejano y en uno de chocotorta también. Y siguen los frascos.

Sugerí hacer un brindis por el frasco de dulce de leche argento, que es el que nos corresponde. De ahora en adelante miraré el Canal Gourmet. Me dicen que hay programas sabrosísimos y si aprendo podré entablar conversaciones muy a futuro.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 25.8.13

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