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Desperfectos ¿pasajeros?

La casa, especialmente para las mujeres, es la manera más personal de presentarse ante un visitante ocasional o serial. Dice mucho de cada quien, sin necesidad de que la persona enumere sus dotes organizativas, de orden y decoración. Un visitante con ojo entrenado podría apreciar de un pantallazo los intereses o desintereses de su anfitriona, respecto de su propio hogar. Éstos, se hallan en íntima relación con quien la habita. De los hombres no podría afirmar lo mismo. Tal vez algo similar ocurra con el auto o el escritorio en el que trabajan, toda vez que los tuvieran.

Para las mujeres, la casa actúa como su doble. Hay que «estarle encima» para que no decaiga, así como hay que estar encima de una misma - corte de pelo, manos, pies, depilación - y siguen los ejemplos y ejércitos preparados para la puesta a punto de una donna.

Existen casas cuya utilización del baño requiere instrucciones precisas de uso. Recuerdo una que visité al menos tres veces en el curso de un mes. Es importante destacar el período que duró el desperfecto. A todos nos ha tocado alguna vez recibir gente y que el baño, el aire acondicionado o la heladera se hayan descompuesto cinco minutos antes de que los comensales llegaran, con muchas ganas de pasarla bien. Los imponderables suceden cuando menos los necesitás, pero de ahí a que se extiendan en el tiempo…

Las instrucciones de la casa visitada decían algo así como: - Apretá el botón tres veces. La cuarta vez, dejá correr el agua unos segundos, contá hasta cinco y cerrá la llave de paso que está justo arriba y a la derecha del bidet. Si no alcanzás hay una escalerita. Si te caés, el botiquín de primeros auxilios está en el mueble blanco. Con instrucciones así, ¿quién necesita ir al baño? Yo no. Me aguanto; prefiero. Hay gente capaz de armar un tesauro de instrucciones que permita el acceso al canal del botón antes que arreglarlo. Y así viven. Esta mujer demanda demasiado al invitado. Sí; era la casa de una mujer.

Vas a un restaurante de los caros. La mesa se mueve. En realidad admite un vaivén de pocos grados pero ¡molesta! - ¿La señora va a ordenar? pregunta el maitre - Sí, dos tacos de goma, de papel, unas chapitas de Coca Cola o algo para que no se mueva la mesa - A sus órdenes señora. Ya mismo.

Me pregunto ¿es necesario que el cliente se ocupe de esto? Ya saben que esa mesa o todas tienen dificultades. ¿Y si lo arreglaran de una vez y para un rato? En ambos casos eso sería terminar con el problema. Y terminar con el problema sería poner fin a uno y seguramente pasar a otros inconvenientes.

Sucede más comúnmente de lo que se piensa, que la gente dice querer dar por finalizada una dificultad que podríamos llamar «síntoma», pero que de alguna manera persiste en él. Se ha acostumbrado a hacer «pareja» con ese desarreglo.

- No te sientes en esa silla, se está por romper.

- Tampoco uses ese costado del diván; se le salió una pata.

- Tomá esta birome, la que tenés en la mano no escribe.

Todos escuchamos este tipo de frases todo el tiempo.

Frases que obligarían a portar bajo el brazo el libro de Georges Perec «La vida: instrucciones de uso» galardonado como la mejor novela de los años 1975 - 1995 por el diario Le Monde. Claro que este libro, cuyo título promete que vamos a saber cómo manejarnos en la vida, si y sólo si entendemos y sabemos utilizar las instrucciones, no nos va a servir. En principio porque trata como un rompecabezas sobre un edificio parisino donde a cada unidad le corresponde una historia sabiamente entretejida por el autor. No contiene ningún saber, ningún plus que nos pueda alivianar el duro oficio de vivir. Sí, en cambio, nos ofrece un deleite difícilmente igualado por otros textos. Ni más ni menos.

Apelé a todo lo estudiado desde mis años de universidad y acrecentado hasta estos días sobre Psicoanálisis, y la vez siguiente que visité tanto a mi amiga como al restaurante, cuyos problemitas persistían, dije a mi conocida - Che, ¿y si arreglaras el botón del baño? - No se me ocurrió - contestó ella. - Tenés razón.

Algo parecido le sugerí al maitre del restaurante. - Con seguridad señora; lo vamos a hacer.

Muchas veces bastan unas pocas palabras - casi elementales - para que ciertas cosas tomen un curso normal, al menos hasta que vuelvan a desarreglarse.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 8.9.13

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