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¡Ta bueno!

Me gusta descubrir sola nuevas palabras y sus usos en una pequeña fracción del idioma de los argentinos. No toda.

Casi escribo «solita». El diminutivo como uso coloquial ya no se utiliza. Fue. Cuando hace más de un año que Maradona le respondió «LTA» al periodista deportivo Pasman y la prensa se hizo eco de estas tres palabras, el diminutivo resulta un tanto antiguo, pasado de moda .

En televisión lo usa y abusa de modo notable la actriz Virginia Lago que, cuando presenta películas, quiero suponer compone un personaje. De otro modo decir: «no se sientan solitos, coman una rica comidita mientras miran la peliculita» da risa. Nunca pude saber si es así o se hace la así. Ya nadie se encuentra para tomar un cafecito. Ahora se toma un cortado en jarra. El diminutivo huele a soledad, tristeza y naftalina. Hoy nadie está solo o está tan solo como los que se encuentran acompañados.

El sufijo «azo» supo tener épocas de mayor esplendor. A la terminación «azo» le dio el viejazo. Atrasa un par de años y alude a un modo de hablar procaz. No da fino, da reo.

En cambio la terminación «érrimo», érrima convoca a cierto modo de decir culto. Muy poca gente lo usa o lo usó. Es más, pocos conocen su aplicación. La celebérrima María Callas ofreció un reportaje. Es una terminación que no todos dominan así como pocos son a los que se les podría aplicar un celebérrimo. ¿Cuántos celebérrimos conocés? ¿Y libérrimos? Menos; nadie se encuentra tan libre en ningún aspecto de la vida, y aplicado a países, resulta imposible. Tira a oxímoron del tipo «la brillante oscuridad».

Los superlativos en la actualidad, recordemos que nada es más vivo ni más cambiante que la masa lexical, tienden a formarse con la terminación «or». Algo tan rico en extremo resulta un «ricor». Por el contrario, algo tan horrible puede decirse que es un «ascor». Claro que se los debe usar intercalados; no en una misma frase. De este modo parece que se está hablando en el idioma de los narco-Vips, que es un idioma lleno de neologismos que sólo comparten unos pocos. No se entiende nada.

Sin duda la vedette de la temporada lo constituye la terminación, «ete». Miro por televisión un programa donde diseñadores de moda y afines critican amigablemente, aunque cuando puntúan lo hacen con números bajos el «lookete», «vestidete» y el «zapatete» de ese «grupete». ¡Ah… bueno! La terminación «ete» la aplican a casi todo el ámbito donde se mueven. Se ruega abstenerse de réplicas con sufijos terminados en «ete» para este ramillete. Cuando mejor me caen es cuando mandan a achupinar los pantalones sin excepción y usarlos engamados. La modista de origen peruano a quien le llevé los pantalones me dice: «¿Se los enchupino? - Sí, achupínemelos». Cosas del idioma español que se habla en cada país de la Patria Grande.

Cambio de canal y Mariana Fabiani, nieta del celebérrimo Mariano Mores, habla igual que los diseñadores: ¡Epa, epa, qué peinadete! Lo interesante del asunto o al menos me detengo a pensar, es que esta terminación no alude a un menosprecio o descalificación sino que representa algo así como una fórmula afrancesada de nombrar un vestido, zapato o peinado. Y eso resulta efectivamente educado, francés y distinguido. Hace una diferencia.

Voy al teatro a ver «Homero, la vida en orsai», una fenomenal puesta en escena de la vida del poeta tanguero Manzi, el autor de Malena. Cuando el protagonista pronuncia «manflor» me atraganto. Es una palabra que suena dura, oscura, que huele a clandestinidad, además de antigua.

Lo que quiero decir con estas apreciaciones es que las palabras no ocultan sino que por el contrario, dan a ver más de lo que dicen si uno se detiene a escucharlas. Representan el registro de la época en que fueron acuñadas. Son perfectas, únicas porque son ésas y no otras las que atesora la lengua viva durante un tiempo. Luego cambian por otras, por otras y por otras con diferente valor y significado.

- Ta bueno esto de conocer nuevos usos.

- ¿Vos decís?

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 26.01.14

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