Imprimir

No nos roben las palabras

palabras«Si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también corrompe el pensamiento» George Orwell

La batalla cultural se libra, entre otros campos, en el lenguaje. Es una batalla silenciosa donde las victorias se incorporan en forma natural al habla cotidiana. Samuel Clemens, conocido como Mark Twain, sostenía correctamente: «La diferencia entre una palabra casi justa y la palabra justa no es una pequeña cuestión, es como la diferencia entre una luciérnaga y la luz eléctrica».

Hay dos ejemplos que han adelantado el avasallante dominio del macrismo en la Capital Federal. El primero fue la expresión vecino que ha reemplazado a la de ciudadano. Sólo podría denominarse vecino, en el sentido estricto, a alguien que vive al lado o en un departamento del mismo edificio de propiedad horizontal. Extender la expresión vecino de alguien que vive en Barracas con aquél cuyo barrio es Flores, es una violación de conceptos.

Pero el objetivo final tiene un contenido implícito de vaciamiento político: el vecino está asociado a la gestión en lugar del gobierno como sería el caso del ciudadano. El vecino es un ciudadano amputado políticamente, un consorcista que sólo necesita un administrador que se encargue de los ingresos y gastos y eventualmente arreglos en el edificio.

Así como la potente palabra pueblo como sujeto político ha sido desplazado por su versión light «gente» con fuerte sentido despolitizador, en la misma línea vecino se ha impuesto en forma generalizada en todas las adscripciones políticas a la de ciudadano. Y ese ha sido un merito de los publicistas del PRO. El otro logro fue denominar a todos los políticos exclusivamente por su nombre, dejando en un segundo lugar casi invisibilizado al apellido.

Cuando en 2007 fue necesario catapultar la figura de Mauricio Macri a la posibilidad cierta de ganar las elecciones, había que potenciar el Mauricio en detrimento al peso desfavorable del apellido Macri asociado a la década del '90, a las coimas por las cloacas de Juan Carlos Rousselot en Morón y al procesamiento de contrabando de Mauricio Macri y su absolución, casi una sentencia desfavorable, por haber sido el pronunciamiento de la mayoría automática de la Suprema Corte menemista.

Néstor Kirchner percibió rápidamente el objetivo y entonces replico: «No se olviden que Mauricio es Macri». Ocho años después, todos los referentes políticos son conocidos fundamentalmente con su nombre: Cristina, Daniel, Florencio, Horacio, Gabriela, Ernesto, Felipe, Sergio, etc.

Una de las primeras adelantadas fue Elisa Carrió, a la que muchos periodistas suelen llamar familiarmente Lilita, como si vivieran juntos.
                               
La pereza intelectual de muchos periodistas, por no decir todos y evitar una injusticia, es lo que ha permitido generalizar la expresión bunker para denominar los centros de informaciones de los partidos políticos en los días de elecciones.

Mientras el bunker es un lugar en general oculto y pretendidamente inexpugnable cuyo ejemplo paradigmático en aquel en que pasó sus últimos días Adolf Hitler, los centros de información son lugares abiertos donde los movileros son agasajados con bebidas y delicatesen. Encontrar una semejanza entre ambas denominaciones, es un esfuerzo de imaginación que escapa a las posibilidades de este escriba.
                                               
Una expresión usada hasta el cansancio es la de cepo cambiario. Es lo que tradicionalmente se conocía en el lenguaje de los instrumentos económicos como control de cambios. La palabra cepo se asocia a un instrumento de tortura. El control de cambios viene a ser así una tortura que se aplica a los ciudadanos del país, o en el lenguaje que criticamos a los vecinos. Pero hete aquí que hay un dólar ahorro por el cual los ciudadanos han obtenido más de 4.000 millones de dólares desde su vigencia. La condición para acceder a los mismos son los ingresos declarados a la AFIP, y tener por lo tanto justificados los fondos para la compra de los dólares que se solicitan.        

Hay dos conceptos que son profundamente ideológicos y falsos. Uno es aquél que expresa que el ANSES maneja (se agrega habitualmente discrecionalmente) «el dinero de los jubilados». Debe decirse el dinero para los jubilados. Los aportes y contribuciones de las personas activas sólo cubren el 58% de las erogaciones mensuales que se abonan a los jubilados. El resto se cubre de lo recaudado por iva, ganancias, bienes personales, etc. Por lo tanto en un sistema de reparto el dinero que se recauda es para los jubilados pero no es propiedad de los mismos, por lo tanto no puede ser denominado como «de los jubilados».

El otro concepto erróneo es cuando se solicita que se use el Fondo de Garantía de Sustentabilidad para el pago de las jubilaciones o sus aumentos. Ese es un fondo anticíclico para hacer frente a circunstancias extraordinarias y para afrontar las sentencias judiciales.                        

El otro concepto que se repite hasta el cansancio, incluso por sindicalistas que deberían ser más cuidadosos cuando hablan de pagos en negro. Se refieren a los montos o asignaciones no remunerativas que pueden y deben ser criticados como una práctica que en el largo plazo perjudica al trabajador, pero los mismos son convenidos en paritarias, figuran en el recibo de sueldos, quedan registrados en los libros de la sociedad o del estado, se declaran al ANSES.

Los pagos en negro, son por definición aquellos que no figuran en ningún lado, no están respaldados por recibos oficiales, no están registrados. El trabajador tiene que hacer esfuerzos enormes para poder probar esta situación ilegal, cuando se llega a litigios. Y el objetivo de «confundir» conceptos es muy claro: cuando los privados efectivamente pagan en negro, se cubren argumentando que «si hasta el Estado paga en negro». Lo único cierto de esta aseveración es cuando el Estado obliga, muchas veces a personas que contrata, a inscribirse como monotributistas, ocultando una relación laboral encubierta.
                             
Durante el conflicto del gobierno con las patronales del campo por la resolución 125, el periodismo titulaba como la controversia del gobierno con el campo. La idea era reemplazar un hecho profundamente político por una descripción geográfica donde el paraíso bíblico era atacado y en donde los conflictos de clase que atraviesan a todas las sociedades eran convertidos en una remake de la familia Ingalls.

Dos expresiones del lenguaje televisivo que dejan mucho que desear son los que menosprecian a los jóvenes y a los mayores. A los primeros, fundamentalmente cuando son víctimas de un crimen, se los describe como nena/nene o criatura aunque tengan entre 16 y 18 años. Son adolescentes o personas en el ejercicio de todos sus derechos no nenas o criaturas. En el otro extremo, toda persona que supere los sesenta años, se lo encara con el peyorativo «abuelito» aunque pretendidamente se lo adorna como cariñoso. Se usa hacia ellos un vocabulario que se emparenta con el que se dirige a las personas en sus tres primeros años. En el mismo sentido están direccionadas aquellas personas que siempre se refieren a otros con diminutivos.

Que el lenguaje no tiene un ápice de inocencia, lo revela que el único de los tres poderes que no es elegido por voto popular se aloje en su instancia máxima, la Suprema Corte, en un denominado Palacio al que tradicionalmente accedían y vivían los monarcas y los nobles.

Todas estas falacias forman parte del lenguaje común de los medios. Malcom X, el dirigente negro norteamericano advertía: «Si no estás prevenido ante los medios de comunicación te harán amar al opresor y odiar al oprimido».
                                              
La lista es interminable. Terminamos con dos expresiones del coloniaje cultural. Se suele hacer referencia a la recuperación de las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982, como invasión. Es obvio que nadie invade lo que es propio.

La otra es un derivado de aquel desgraciado axioma de civilización y barbarie. Tributaria de esa premisa es lo que lleva a sectores mayoritarios de las clases medias y a los medios de los cuales representan su mercado, que en toda manifestación popular, los que concurren no vienen, sino que los traen. Impermeables a las experiencias históricas, como las de peronismo, al cual denostaron cuando era gobierno, suponiendo que ganaba porque obligaba a que lo voten o sus concentraciones eran frutos de las dádivas, se vieron sorprendidos cuando proscripto Perón y perseguidos sus militantes y seguidores era imbatible en las urnas.

Hoy se repite las mismas descalificaciones como si la historia no fuera un excelente curso de aprendizaje.

Posiblemente esto sucede porque como sostenía William James, el hermano del novelista Henry James, «Un gran número de personas piensan que están pensando cuando no hacen más que reordenar sus prejuicios».