Imprimir

Treinta años de democracia

El domingo 30 de octubre de 1983 el sol brillaba en un día diáfano, mientras millones de argentinos acudían a las urnas sintiéndose partícipes de un hecho que parecía muy lejano en los años de oprobio que se pretendían dejar definitivamente atrás.

Los que miraron las tapas de los diarios de esa jornada podían encontrarse con estos títulos: «Llegamos» (Clarín); «Se elegirá hoy en todo el país a las autoridades nacionales» (La Nación). Eran los dos diarios que fueron socios de la dictadura establishment-militar en Papel Prensa.

Tiempo Argentino, de un grupo empresario, y que a posteriori de las elecciones fue dirigido por la Coordinadora Radical, puso en su portada: «Argentina hoy vota por la democracia», mientras que La Prensa consignaba: «El pueblo argentino elige a las autoridades de la Nación».

Desde otra óptica Diario Popular anunciaba lacónicamente: «A votar». El diario peronista de izquierda, La Voz, rotuló: «Victoria del pueblo». La Época, peronista de derecha, puso en su tapa: «El pueblo entierra al Proceso». Pero el título más preciso fue el de Crónica: «Termina la pesadilla».

Recuerdo personal (1)

Ese día fui presidente de mesa. A mi mujer también le tocó cumplir ese deber cívico. Nuestro único hijo tenía entonces 4 años. Lo dejamos con mi hermana y mi cuñado, aunque uno de los dos podía haberse excusado. Pero eran tantos los deseos de participar en esa fiesta, que a las 7 de la mañana estuvimos los dos presidiendo las respectivas mesas. Ya había votado en 1963, en 1965, tres veces en 1973, pero era como si fuera a hacerlo por primera vez.

Los meses previos habían sido de mucha efervescencia, una remake en otro contexto y expectativas que lo ocurrido una década atrás. Las elecciones del 11 de marzo de 1973 coronaban un notable avance de masas, surgido a partir del Cordobazo; y aunque no había sido su propósito, permitió un acontecimiento de la magnitud del regreso de Perón.

El 25 de mayo de 1973 fue uno de esos días en que cada uno se sentía protagonista de una historia que podía culminar en una revolución. En cambio, el 30 de octubre de 1983, lo que se intentaba dejar atrás eran los años de noche y niebla.

La democracia de la derrota

A ese 30 de octubre se llegó con incertidumbres y temores. La dictadura establishment-militar había implosionado, consecuencia de sus fracasos económicos, políticos, sociales y militares. Los intentos de resistencia fueron dispersos y aislados como la huelga de abril de 1979, el incansable batallar de los organismos de derechos humanos, el accionar internacional de los exiliados denunciando lo que sucedía y esporádicas acciones de las organizaciones armadas.

El modelo de rentabilidad financiera fue impuesto de la única manera que resultaba posible: mediante el terrorismo de Estado, cubriendo de campos de concentración buena parte del territorio nacional. Miles y miles de desaparecidos y exiliados.  

Luego de seis años, el modelo económico se derrumbaba, la metodología para aplicarla era denunciada internacionalmente, la fragmentación social y la desindustrialización eran palpables y la salida bélica buscada por el gobierno de facto, había concluido en una derrota militar. No le quedaba más remedio que preparar la retirada, tratando de buscar la impunidad para sus crímenes.

A diferencia del 17 de octubre que dio origen al peronismo; o el Cordobazo, que sin ser su objetivo desplegó una energía social que permitió el retorno de Perón, a las elecciones del 30 de octubre se llegó fundamentalmente porque la dictadura se auto derrotó. Por eso el ensayista Alejandro Horowicz la denominó con precisión «la democracia de la derrota».

Nunca una derrota militar es una buena puerta de entrada y la desmalvinización posterior implicó la imposición de la nefasta idea que enfrentar a un poderoso conlleva inevitablemente a una derrota. Además de la impunidad buscada, el gobierno militar con inspiración y sostén del poder económico nacional e internacional, dejó un caballo de Troya que condicionaría el accionar de todos los gobiernos democráticos de estas tres décadas: una gigantesca deuda externa.

En ese estrecho sendero que desembocó en el 30 de octubre, había solicitudes como las del Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas, presidido por el general retirado Federico Toranzo Montero que decían, como precisa Germán Ferrari en su libro «1983. El año de la democracia»: «Modificar sustancial y violentamente la conducción política a los fines de asegurar la subsistencia de la República y de sus FF.AA, debido a que el Gobierno ha perdido el control de la situación dejando por ello de estar en condiciones de continuar con el manejo de la cosa pública ...la falta de reversión del proceso permitirá la subsistencia del régimen peronista, populista y marxista, que aún se encuentra instaurado e intacto en la Nación Argentina, por falta de una adecuada justicia revolucionaria que debió aplicarse inicialmente y que no se hizo…» Este comunicado es de febrero de 1983. En abril de 1983, con la firma de Nicolaides, Franco y Hughes se dio a conocer el «Documento final de la Junta Militar sobre la Guerra contra la Subversión y el Terrorismo», en un intento de justificar las atrocidades perpetradas. Ahí se decía: «Debe quedar definitivamente claro que quienes figuran en listas de desaparecidos y que no se encuentran exiliados o en la clandestinidad, a los efectos jurídicos se consideran muertos, aun cuando no pueda precisarse hasta el momento la causa y oportunidad del eventual deceso, ni la ubicación de su sepultura».

Fue el prólogo a la ley 22924, conocida como de autoamnistía en donde decía: «Quedan extinguidas las acciones penales emergentes de delitos cometidos con motivación o finalidad terrorista o subversiva, desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982. Los beneficios otorgados por esta ley se extienden, asimismo, a todos los hechos de naturaleza penal realizados en ocasión o con motivo del desarrollo de acciones dirigidas a prevenir, conjurar o poner fin a las referidas actividades terroristas o subversivas, cualquiera hubiera sido su naturaleza o el bien jurídico lesionado».

El cronograma electoral establecía al 30 de marzo como fecha tope para la afiliación partidaria. Un mes antes, Reynaldo Bignone anunció que las elecciones se realizarían el 30 de octubre y la entrega del poder, el 30 de enero. Finalmente se adelantó para el 10 de diciembre, no por casualidad «Día Internacional de los Derechos Humanos».

El terror que logró introducir en la sociedad la dictadura establishment-militar estaba en cada uno de los ámbitos. En «Los años setenta de la gente común», un muy interesante libro de Sebastián Carassai, puede leerse esta publicidad de Austral: «No es de buen gusto. Ni educado. Las cosas como deben ser. Derechas. El vaso envuelto en servilleta de papel. La cara maquillada. El pelo bien peinado. La bebida antes que los canapés. Saber que tres soles es un Coronel y que a un obispo inglés se le dice «My Lord». ¿Detalles, me dirán? Eso es estilo. Educación. Clase. Así son los auxiliares de AUSTRAL-ALA. Señoritas que saben lo que hacen, porque han sido entrenadas para hacer de un vuelo una cosa perfecta. Con la izquierda sostendrán la bandeja. Pero lo atenderán con la derecha. Por eso, si alguna vez le sirven con la izquierda, avísenos. Se nos filtró una zurda».

Otra acotación ilustrativa la menciona el autor en la página 207: «Varias empresas que utilizaban revólveres en sus publicidades, - por ejemplo, Cosak, Levi's o Sorpasso - dejaron de hacerlo. …Días después del golpe, la industria Musiplast, responsable de la fabricación de una metralleta de juguete llamada «Guerrillero», publicó en los diarios Clarín y La Razón solicitadas dirigidas a mayoristas, distribuidores y minoristas jugueteros, donde anunciaba que dejaría de producirla y solicitaba que se la retirase de la venta. El dueño de la empresa se arrepintió públicamente de haber lanzado el producto». Le declaraba a la revista Gente del 6 de mayo de 1976: «Era una barbaridad, los seres humanos a veces se equivocan. Por eso uno debe tener la posibilidad de rectificarse». La revista titulaba: «No al guerrillero».

Es la misma revista que entre tantas canalladas que pueblan su historia, consideró al tanquecito de la DGI, emblema del ente recaudador, como «el personaje del año».

La campaña electoral

La campaña de Alfonsín fue impecable, tanto política como publicitariamente. Mientras el Partido Justicialista se referenciaba en el pasado y hacía hincapié en Perón, Evita e Isabel, no pudiendo remontar la hipoteca del penoso final del tercer gobierno peronista y la sombra ignominiosa de la Triple A, antecedente en escala menor de lo que harían después las tres Fuerzas Armadas, Alfonsín incluía en sus discursos a los referentes históricos de distintos partidos, incluso a los de sus adversarios, convocando a crecientes legiones juveniles. El nacido en Chascomús centró el eje de su discurso en la pacificación con justicia y propuso una fórmula de juzgamiento del terrorismo de Estado.

Ítalo Argentino Luder, al revés, cuando fue consultado, dio por válida la autoanmistía, contestando no como político sino como abogado.

En una sociedad sedienta de dejar atrás la pesadilla vivida, Alfonsín concluía sus actos con el recitado del preámbulo, mientras la consigna publicitaria acertaba con notable precisión definiendo que «No era una salida electoral, sino una entrada a la vida».

La publicidad justicialista utilizaba una consigna adecuada para los heroicos años de la resistencia, pero inadecuada para la coyuntura, como expresión de resistencia y rechazo se afirmaba: «Somos la rabia». Aludía a aquel falso concepto de la Revolución Fusiladora, sobre la forma de terminar con el peronismo matando a Perón. De ahí su pedestre elucubración: «Muerto el perro, se acabó la rabia».

Una sociedad maravillosamente inquieta y movilizada cubrió la Avenida 9 de Julio, en dos manifestaciones extraordinarias convocadas por los dos partidos que se disputaban el resultado electoral.

Cierta pereza intelectual consideraba inexorable el triunfo justicialista, aunque las escasas encuestas deban triunfador a Alfonsín, que finalmente se impuso en forma amplia por 12 puntos.

Por otra parte, mientras el candidato justicialista carecía de habilidad oratoria y nunca se desprendió de su traje de jurista, Alfonsín manejaba un discurso mucho más seductor, muy superior con propuestas mucho más concretas.

Parecían candidatos cambiados. Alfonsín daba mucho más que Luder como un candidato del justicialismo.

Antonio Cafiero, que asomaba por segunda vez como posible candidato presidencial, para resultar finalmente desplazado (más adelante tuvo una tercera frustración), escribió en sus memorias bajo el título «Militancia sin tiempo»: «En el acto de nuestra campaña hablaba alguien (por Luder) que no siente esa masa; que no fue discípulo del Jefe; que no conoció a Evita; que no debe haber llorado nunca ni sufrido el transitar del peronismo. Y otros que baratean sus significados, los felones tipo Bittel o incapaces como Lorenzo Miguel. ¡Ah, Juan Domingo, qué herencia triste ésta!».

Merece una reflexión la distancia política entre 1973 y 1983. Mientras en la primera se discutía y se proponían slogans vinculados a la patria socialista, en la segunda se convocaba con el preámbulo de la Constitución de 1853, que fue la coronación jurídica del triunfo militar de los sectores sociales que proponían el modelo de economía primaria exportadora.

Recuerdo personal (2)

A principios de 1980 tuve la posibilidad de acceder al Informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que visitó al país en septiembre de 1979, coincidiendo con los festejos populares por el triunfo mundial de la selección juvenil que ganó en Japón. Aunque conocía el tema de las desapariciones que habían afectado a compañeros, desconocía la magnitud. Era difícil imaginarse entonces que serían juzgados los criminales mayoristas. Por eso, todas las noches, sacaba de la mesita de luz el informe y leía un caso, con la idea de no olvidar y poder dar testimonio, si alguna vez era posible, siguiendo el ejemplo de aquellos que sobrevivieron a los campos de concentración nazis para que se pudiera conocer lo que padecieron los que no sobrevivieron y lo que pasó en esos años de plomo.

Por eso, el 10 de diciembre de 1983, con mi mujer y mi hijo sobre mis hombros, estuvimos frente al Cabildo, escuchando a un presidente que no voté.

En esa plaza jubilosa, poblada de ausencias, frente al Cabildo, pasaron una ráfaga de recuerdos, los días vividos bajo tres dictaduras que asomaron como una trompada al hígado. Desde los libros prohibidos a la extensión del pelo; desde las películas imposibilitadas de ver a la moralina ultramontana; desde las universidades, donde los estudiantes eran revisados y debían exhibir la libreta universitaria para entrar, a los colegios secundarios que determinaban la extensión de las polleras. Los años de la proscripción popular y los de la resistencia. Los artistas desterrados por las listas negras. Los años que fueron una larga lista de prohibiciones con castigos que llevaban, con fortuna, a la cárcel; y en el peor a la desaparición, conocida como la muerte argentina. Y la ESMA, La Perla y Campo de Mayo como referencias mayores del tiempo del desprecio.

Treinta años de democracia (1)

Uno de los slogans publicitarios de Alfonsín, reiterado intensamente, sostenía: «Con la democracia se come, se educa y se cura». Era erróneo. La democracia, futbolísticamente, es la cancha; que se coma, se eduque o se cure, depende de los jugadores que entren a ella. En un mismo escenario, un equipo puede conseguir lo máximo: ganar, gustar y golear, que dependerá de sus propios méritos y lo que le permita el adversario; pero también jugar muy mal y descender.

En estos treinta años hubo de todo. Los primeros dieciocho meses de Alfonsín fueron muy reivindicables, pero su «Economía de Guerra», el reemplazo de Bernardo Grinspun por Juan Vital Sorrouille y las «Felices Pascuas», iniciaron un declive que facilitó el golpe de mercado que lo llevó a renunciar antes de concluir su mandato. En apretada y arbitraria selección: el Juicio a las Juntas; el intento de hacer un frente latinoamericano para la negociación de la deuda; el improvisado discurso de respuesta a Reagan en los jardines de la Casa Blanca; el enfrentamiento limitado con Clarín y la Sociedad Rural; el lanzamiento del Mercosur; la ley de divorcio y la patria potestad compartida, son todos hitos muy positivos de su gobierno.

La hiperinflación que padeció marcó un click en la conciencia social que facilitó la implementación del plan económico de Carlos Menem, cuya perdurabilidad más allá de su gobierno le explotó a la Alianza. No es fácil encontrar facetas positivas, pero el acuerdo de paz con Chile terminando con centenarios conflictos; el fin del servicio militar en la forma que estaba implementado; y su decisión de concluir con los levantamientos militares, son también méritos de su gobierno.

La Alianza frustró a la clase media que la votó. Cumplió con la promesa que la condenaba: un peso es igual a un dólar. La crisis del 2001 fue inolvidable en su profundidad y sus efectos devastadores, aunque hay franjas enormes que la padecieron y hoy parecen sufrir de amnesia.

El breve gobierno de Duhalde tiene el mérito de haber iniciado, aunque a los tumbos, la salida de una de las situaciones más críticas. Néstor Kirchner fue el que mejor interpretó el mensaje del 19 y 20 de diciembre. Hay una larga lista de logros, pero en tren de elegir algunos: terminar con la desmalvinización que nos llevaba a la claudicación permanente con los poderosos; el juzgamiento a los criminales del terrorismo de Estado; la renegociación de la deuda y el no al ALCA; la visión latinoamericana y el entramado para conseguirla, constituyen cumbres que le reservan un lugar significativo en la historia.

A Cristina Fernández se la recordará por una notable ampliación de derechos, por su enfrentamiento claro contra las patronales del campo y los medios dominantes, por la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, por la Asignación Universal por Hijo, por la estatización de las AFJP, de Aerolíneas Argentinas, del 51% de YPF, por lo destinado a educación y a la ciencia, por la creación de universidades en lugares populares, por la repatriación de científicos, por continuar la política exterior latinoamericana, por leyes como la de las empleadas del hogar y la de los peones rurales.

Recuerdo personal (3)

Hice muchas cosas en mí ya extensa vida. Fui militante universitario y político, contador público, profesor universitario, gerente de empresas, y desde hace quince años periodista. Hace más de cincuenta años me siento integrante del campo nacional y popular desde la concepción ideológica de la izquierda nacional  y pienso que no he traicionado en ninguna de las actividades, los sueños que me convocaron a actuar en política desde la lejana década del sesenta y siempre a analizar la realidad nacional con la visión de la unidad latinoamericana. Fui parte de la generación diezmada de la que habló Néstor Kirchner en el discurso inaugural de su presidencia.

Cuando todo parecía perdido, cuando los sueños naufragaban en la dictadura y en los noventa, el siglo XXI nos acarició con el renacimiento de muchas esperanzas, en un contexto latinoamericano muy diferente al de la última década del siglo pasado.

Mi mujer y mi hijo, como yo, somos tributarios de un país que nos permitió la movilidad social ascendente y el acceso a la Universidad Pública. Mi hijo es Doctor en Biología y su compañera Doctora en Química. Hicimos realidad una frase de mi abuelo materno, que llegó a Argentina en 1907, huyendo de las persecuciones de la Rusia zarista y fue un gaucho en las colonias judías de Entre Ríos. Él decía: «Los colonos sembramos trigo y cosechamos doctores».

Amamos entrañablemente a este país cuya verdadera historia conocemos y por eso nos emociona. No podemos imaginarnos otro cielo que nos cobije, más allá que por unos pocos años, por razones estrictamente científicas, mi hijo y mi nuera están realizando un post doctorado en Washington.

He aprendido con dolor que estaba equivocado cuando despreciaba con arrogancia a la democracia burguesa, como meramente formal. Y al mismo tiempo, dialécticamente, estoy convencido, que en esa cancha de la democracia, hay gobiernos, posiblemente los más, que suben con el apoyo de las mayorías pero gobiernan para las minorías.

Treinta años de democracia (2)

En la historia de un país, tres décadas son sólo un suspiro. Pero es mentira,  como dice el tango, que veinte años no son nada en la vida de las personas. Aquí nos estamos refiriendo a treinta. Por eso la casi totalidad de los protagonistas políticos de 1983 han muerto. Un detalle incompleto es el siguiente: Raúl Alfonsín murió en 2009, siendo precedido en 2008 por Ítalo Argentino Luder.

El dirigente sindical Lorenzo Miguel murió en 2002. Oscar Alende en 1996, Alvaro Alsogaray en 2005, Francisco Manrique en 1988, Augusto Conte se suicidó en 1992, Saúl Ubaldini murió en 2006, Jorge Abelardo Ramos en 1994, Deolindo Felipe Bittel en 1997, Alejandro Armendáriz en 2005, Bernardo Grinspun en 1996. Antonio Cafiero, Isabel Martínez y Víctor Martínez están retirados y Carlos Menem en un ostracismo parlamentario.

El país de 2013 es diferente y mejor que el de 1983. Con sus enormes déficits, con una pobreza aún elevada, con islas de injusticia que son una hipoteca a levantar, es una sociedad que ha pegado saltos cualitativos importantes: después de pasar por situaciones tan traumáticas como la hiperinflación y la crisis del 2001, hoy tiene a los asesinos procesados o condenados y con el inicio del juzgamiento de los instigadores civiles.

El futuro, como todo futuro, alienta esperanzas y también aprensiones. Y como dijo Woody Allen: «El futuro nos preocupa porque es el espacio donde viviremos el resto de nuestras vidas».

Incluso para aquellos que tenemos mucho más pasado que futuro.