Netanyahu aspira a revalidar su cargo azuzando al electorado con su tradicional política del miedo, en cuyo centro sitúa en posibles concesiones a los palestinos el programa nuclear iraní.
«La pregunta en estas elecciones es quién defenderá mejor los intereses de seguridad de Israel», repiten como loros los dirigentes del Likud al ser cuestionados sobre la naturaleza de unos comicios que se celebran apenas un año y 10 meses después de los anteriores.
«El mayor patrocinador del terrorismo internacional podría estar a semanas de tener suficiente uranio enriquecido para un arsenal entero de armas nucleares; y esto con plena legitimidad internacional», afirmó Bibi ante el Capitolio.
«Por eso este acuerdo es tan malo: no bloquea el camino de Irán hacia la bomba sino que lo allana», señaló en su polémica alocución, que volvió a enfrentarlo con Obama en momentos en que Washington negocia un acuerdo con Teherán.
Bibi considera «malo y peligroso» cualquier pacto que no impida por completo el enriquecimiento de uranio, porque dejaría a Irán al límite de una bomba nuclear. Un argumento con el que discrepan los principales organismos de seguridad de Israel, alguno de los cuales considera que Teherán ni siquiera tomó la decisión estratégica de hacerse con ese arma de destrucción masiva.
Con estos organismos de freno, y la tajante oposición de la Casa Blanca, parece que Netanyahu abandonó en esta campaña la opción militar de la que tanto habló hasta 2013.
Desde hace meses se limita a propagar entre el electorado una política del miedo como contrapeso a las conciliadoras tesis de sus rivales, Buyi Herzog y Tzipi Livni.
Muy alejada en su orden de prioridades, Netanyahu parece haber abandonado la aspiración de llegar a un acuerdo con la Autoridad Palestina (AP), al menos mientras el Estado Islámico (EI) esté cerca de las fronteras de Israel.
Este conflicto, que en 2014 volvió a desembocar en una guerra contra Hamás en Gaza, generó severas críticas a Israel, que se ve cada vez más aislado ante el creciente reconocimiento internacional de un Estado palestino, los llamamientos al boicot y las condenas a su política de asentamientos.
Netanyahu se convirtió en los últimos seis años en dirigente indiscutible, caracterizado por decisiones a corto plazo y un espíritu casi mesiánico a la hora de defender a Israel, que heredó de su padre, el conocido historiador Ben Sión Netanyahu.
En cambio, Buyi Herzog no se destaca por ser un político carismático, ni tener un glorioso pasado militar, pero aseguró que acabará con el reinado de Bibi.
Dirigente del Partido Laborista desde 2013, Herzog supoo reconducir la formación tras años de caída , hasta situarla en la primera posición en intención de voto de cara a las elecciones de este martes.
En buena medida debe esta recuperación a que supoo atraer a su plataforma electoral a Tzipi Livni, líder del centrista Hatnuá, tras su destitución en diciembre por Netanyahu como titular de Justicia y jefa negociadora con la AP.
«Mi objetivo más importante es reemplazar a Netanyahu. Trato de ganar y ganaré, seré el próximo primer ministro y no existe otra opción», afirmó.
Sus detractores lo tachan de no gozar de experiencia en materia de seguridad, por lo que no habría de confiarse en él - ni en Livni - en situación de guerra.
Sin embargo, Buyi pertenece a un linaje que aglutina aristocracia política, religiosa y militar, lo que lo convierte en un «príncipe» que, pese a su discreción, tiene posibilidades reales de alcanzar el trono.
En las últimas semanas se esforzó en presentar su genealogía familiar como seña de identidad propia en el terreno político, mientras que intenta acallar las críticas sobre su perfil militar.
No caben dudas de que Buyi nació con una cucharita de azucar en su boca. Es nieto del primer gran rabino de Israel, Isaac Halevi Herzog; hijo de Haim Herzog, general y jefe en dos ocasiones de la inteligencia militar además de sexto presidente del Estado y sobrino del canciller Abba Eban.
Herzog estudió en las universidades de Cornell y Nueva York cuando su padre era embajador de Israel en la ONU. A su regreso, en 1978, se alistó al ejército graduándose como mayor en el cuerpo de inteligencia de élite 8-200, antes de estudiar derecho.
Buyi Herzog impulsa una agenda social y el diálogo con «nuestros vecinos». La reunión más conocida con el presidente de la AP, Mahmud Abbás, se llevó a cabo en Ramallah tras hacerse con las riendas del Partido Laborista en 2013, en la que mostró su apoyo a la solución de dos Estados.
Aunque promete hacer lo posible para restablecer el proceso de paz, advierte que antes pulsará el espíritu predominante entre los dirigentes de la AP para verificar si prefieren seguir por la senda unilateral o reanudar tratativas.
Otro de sus objetivos declarados es reparar las deterioradas relaciones con Estados Unidos a cuenta del programa nuclear iraní, cuestión en la que no difiere en esencia con Bibi, aunque sí en las formas.